EFEMÉRIDES 2024
Los aficionados al cine demasiado jóvenes quizá crean que Clint Eastwood fue el primero en tratar en la gran pantalla la toma de la isla de Iwo Jima, con la célebre imagen de la izada de la bandera, pero lo cierto es que en la película que hoy nos ocupa, “Arenas sangrientas”, no sólo aparece ya la emblemática imagen, sino que participaron tres auténticos soldados protagonistas de ese hecho, añadiéndose metraje de auténticas acciones bélicas, incluida la toma de la isla entre polvo, humo y ceniza, y el fuego de los lanzallamas. La extinta “Republic” vio un pelotazo en este proyecto, fue su productor quien decidió llevarlo a cabo recordando haber visto en un diario americano a esos héroes de Iwo Jima con la ya mítica foto, se pusieron entonces manos a la obra, con un guion que concluyera con la batalla de Iwo Jima y la mítica imagen como única obligación, bueno, con otra obligación más, contar con John Wayne en el proyecto.
"Arenas sangrientas" es una película de propaganda de la II Guerra Mundial con todas las de la ley y algunos la seguirán criticando por eso, ser puro cine propagandístico de entretenimiento, pero cuando este se hace con tan buen tino, uno tiene que rendirse y aplaudirla. El film de Dwan ofrece algunas de las páginas más brillantes del género, y destila en su aparente visión triunfalista, una nada solapada mirada amarga hacia unos seres a los que la vivencia de la guerra no hace más que reflejar en algunos casos un fracaso existencial, y en otros una desesperada mirada hacia delante a la hora de intentar buscar un sentido a sus vidas. En su conjunto la película es una destacada muestra que logra ofrecer un final ambiguo e impactante en su contraposición de elementos, tomando como base el célebre desembarco y la implantación de la bandera norteamericana en Iwo Jima, la evocación de este hecho no es más que la excusa para un clásico relato de aprendizaje bélico, que cierto es que en su primera media hora acusa una cierta rutina, pero es un fragmento que servirá para la descripción inicial de los personajes que forman el comando que dirige el sargento Stryker -un espléndido John Wayne, que ya empezaba a demostrar en aquellos años su progresiva madurez como intérprete-, un hombre de gran dureza, que lleva consigo la amargura de haber sido abandonado en un pasado más o menos cercano por su mujer, acompañada por su hijo pequeño.
La galería de personajes no puede decirse que difiera mucho de la de tantos y tantos productos bélicos, y en la parte inicial las convenciones la verdad es que no dejan definir un conjunto lo suficientemente atractivo, pero a partir de ese fragmento inicial la película eleva exponencialmente su grado de interés, llegando a la asombrosa secuencia del desembarco y la dura resistencia al ataque japonés, logrando mostrar un auténtico infierno bélico, y alcanzando un grado de verismo y horror pocas veces igualado en el género. Es indudable que secuencias como estas, o las que proseguirán en el desarrollo de la película, supusieron una auténtica avanzadilla a la hora de mostrar otra realidad más cercana en la visión cinematográfica del relato bélico, una tendencia que muy pronto retomarían realizadores como Samuel Fuller, y que tiene en los momentos más intensos del relato un referente realmente envidiable.
Todo un clásico del cine bélico de los años cuarenta que seguro hará las delicias de los amantes del género.
Dice Coppola que cada vez que ve de nuevo esta película, se da cuenta de la audacia que llevó a cabo, pues armar dos líneas paralelas, cada una con un protagonista distinto, separadas por más de medio siglo de existencia, no es algo que uno vea todos los días, y mucho menos en una segunda parte de un filme de éxito, estoy totalmente de acuerdo con lo dicho por el Señor Coppola, además, si a mi me preguntasen si una de las dos partes de “El Padrino” es mejor que la otra, hace unos años habría dicho que la I, pero tras revisionarla varias veces, me he dado cuenta de que no pueden separarse, pues las dos alcanzan unas cotas de perfección en todos los aspectos casi nunca alcanzadas en el cine, son dos historias aparentemente independientes una de otra, pues ocurren en lugares distintos, los protagonistas cambian en su gran mayoría y las tramas son diferentes, pero hay un nexo de unión: Michael Corleone.
Para unir dichas historias, Coppola hace gala de un dominio del montaje sencillamente extraordinario. La manera tan perfecta con que nos cuenta ambas historias y las une son dignas de una tesis, ya que jugar así con el tiempo de una película sólo está al alcance de muy pocos privilegiados. Una película perfecta, acompañada de un diseño de producción único, una banda sonora primorosa, una fotografía excepcional, un genial montaje y unas interpretaciones que alcanzan la perfección, si interpretar a Vito no fue fácil, el hacerlo una segunda vez y por otro actor es digno de alabanza, que Pacino no ganara el Oscar es sencillamente de broma, su interpretación es de las mejores de la historia del cine.
Sobresaliente la precisión con la que se mueve el operador Gordon Willis entre tan distintos y numerosos ambientes, pero sería una terrible injusticia no comentar el trabajo del máximo responsable de los elementos puramente físicos que aparecen en pantalla (e iluminados por Willis), el gran Dean Tavoularis, amigo íntimo del director y probablemente una de las grandes leyendas norteamericanas de su profesión, Tavoularis, y su director artístico Angelo Graham, así como su diseñadora de vestuario Theadora Van Runkle, además de lograr la soñada cohesión y homogeneidad plástica entre los distintos departamentos y para las distintas épocas, tienen en cuenta, ayudados claro está por Willis, la memoria del espectador en ambientes como el remodelado despacho de Don Vito, se establece con facilidad una línea temporal, tan creíble como la vida misma, y que colabora en la creación de esa “mitología Corleone”.
Es recomendable hartarse de buen cine con esas 6 horas que conforman El Padrino 1 y 2 al menos cada lustro. Podría uno estar divagando horas sobre las 1000 lecturas diferentes que ofrece este puzle lleno de historias, personajes memorables y lecciones de dirección, pero claro estamos ante una de las mejores secuelas de la historia del cine, que no es poco, un clásico absoluto y una de las películas más poderosas (en todos los sentidos) jamas realizada en la historia del cine.
La máquina de hacer buenos musicales de Arthur Freed logra una nueva joya, recreando la primera visita de unos marineros a la ciudad de Nueva York con una sensación de alegría sin fin difícil de igualar. Gene Kelly y Stanley Donen sacan la cámara, las canciones y la danza a las calles y consiguen números como el inicial “New York, New York”, que interpretan los tres marineros, Kelly, Munshin y Frank Sinatra, o el de estos tres con sus respectivas parejas, Vera-Ellen, Ann Miller y Betty Garrett, “On the town”, además del divertido “Prehistoric man”, con el electrizante zapateado de Ann Miller, el romántico baile a dúo de Kelly y Vera-Ellen en “When you walk down Mainstreet with me”, los simpáticos dúos vocales “Come up to my place” y “You’re awful” de Sinatra y Garrett (él en su papel de zoquete apocado y ella de caza novios infatigable), y el vitalista “You can’t count on me”, de nuevo con toda la troupe, con la sustitución de Vera-Ellen por la feucha Alice Pierce. Para los incondicionales de Kelly, el fin de fiesta es uno de sus números de ballet puro, “A day in New York”.
Una muy divertida y vitalista comedia musical, beneficiada por una espléndida partitura del gran Leonard Bernstein, una obra colorista, vibrante y llena de magistrales números musicales, algunos de ellos antológicos dentro del género, y cuya ingenuidad le confiere un encanto especial.
Uno de los mejores musicales de la época que irradia un contagioso optimismo, una película para ser vista y disfrutada sin prejuicios, solo así puede uno dejarse encandilar por la simpatía y tal vez cierta simpleza de un guion muy divertido e ingenioso, pero que definititvamente pertenece a una época que vista desde una perspectiva actual puede parecer demasiado lejana. Todo un antídoto contra el desánimo.
El cine mudo, ese eterno olvidado, alcanzó cotas de creación inimaginables, altísimas, usó movimientos de cámara imposibles, planos riquísimos, luces increíbles, actuaciones grandiosas... eran pioneros y fueron capaces de evolucionar y dejarnos el lenguaje cinematográfico escrito con sudor en sus películas y que son la biblia del Arte del S.XX. Una de las cimas de este cine silente es sin duda “Avaricia” de Eric von Stroheim, la película está basada en la novela “Mc Teague” de Frank Norris, cuyo naturalismo complacía plenamente a Stroheim, de ahí que el director se esmerara en respetar toda la esencia literaria en su cinta, con una puesta en escena revisada con una minuciosidad casi enfermiza a la búsqueda de un realismo exhaustivo, cercano al documental, de este modo, sin pisar los estudios, se rodaron exteriores en los barrios bajos de san Francisco y en los inhóspitos parajes del Valle de la Muerte, intencionadamente Stroheim elegiría el verano para filmar en el desierto (en un desierto calcinado por el sol), llegándose a trabajar con temperaturas que superaban los 60º C, de todos ellos, solo Stroheim parecía disfrutar, algunos miembros del equipo enfermaron y murió el cocinero.
Para su distribución, la productora consideró inaudita la duración de la película (casi 10 horas), y en el montaje trabajaron sucesivamente el propio Stroheim (quien lo redujo a cuatro horas), y más tarde, a causa de las presiones, permitió que su amigo Rex Ingram recortara aún más (quedándose en poco más de dos horas y media.), de 480 minutos fue reducida, pues, a 165 minutos, pero su formidable fuerza la mantiene como una de las obras del cine con más peso de todos los tiempos. Fue estrenada con tan solo 140 minutos, en una versión (que Stroheim desautorizó) de un tercer montador, impuesto por la compañía, quien recortó salvajemente la película. Nosotros os ofrecemos la versión de Stroheim, la de cuatro horas, y con una espléndida calidad de imagen y sonido.
El film describe como la envidia y el egoísmo pueden conducir a la locura y a la violencia, los detalles más escabrosos de la vida de los protagonistas salen continuamente a la palestra y provocan que una película que en su principio aparenta ser un melodrama se convierta en un drama cargado de suspense donde la decrepitud humana va creciendo más y más. Con una gran simbología, Stroheim realizó un ataque directo a la estructura económica capitalista americana en una corrosiva historia en torno a un matrimonio abocado al fracaso. Se trata de una superlativa película, con la representación de la sexualidad reprimida en primer plano, sobre las complejas relaciones humanas y en donde se refleja sin rodeos la codicia, hipocresía y mezquindad latente de la pequeña burguesía americana.
Desde el punto de vista técnico y del lenguaje cinematográfico es una lección continua de cine, el montaje, los cambios de plano, los movimientos de cámara, el uso de picados y contrapicados, la interpretación, la iluminación… Nada es casual, cada fotograma tiene su propio e intrínseco valor. cada gesto tiene su preciso significado. Stroheim da rienda suelta a su pasión naturalista, a su amor por el detalle verdadero, empeñado en rodar en los mismos lugares que describe el guion, y con un fidelísimo respeto a la historia original. Se anticipa así a los pioneros del cine ruso o al propio maestro del género, John Ford, preludiando incluso las técnicas que décadas más tarde retomarán los neorrealistas.
Cine cien por cien como sólo un genio podía hacerlo, una película poderosa, magnífica, reflexiva y real, muy real... tristemente real. De visión obligada para todos los amantes del cine, una auténtica obra maestra, un incunable del séptimo arte.
La historia está ambientada en Florencia cuando tan esplendorosa ciudad italiana estaba gobernada por los Medici, por lo cual el filme narra una historia sobre la ambición, intrigas políticas además de incluir una historia de amor y bonitos planos de tan bella ciudad. Lo más interesante del film recae en sus actores y actrices, las hermanas Gish son las protagonistas y aunque no es ésta unas de sus mejores interpretaciones, siempre es todo un placer contemplar a Lillian y a Dorothy interpretar sus convencionales heroínas silentes tan habituales en esas producciones históricas. Si bien es el personaje de la magnífica Lillian Gish quien da título a la obra, se centra más en un notable William Powell, perfecto en el papel de un bastardo guiado por el poder en detrimento de quienes lo rodean. En general, este tipo de películas saca su fuerza primero del contexto histórico, aquí fascinante al enviarnos a finales del siglo XV, luego de los personajes, Henry King demuestra además un verdadero dominio del escenario, mostrando un excelente conocimiento de los códigos del cine mudo, sabe jugar con los rostros de los personajes para no abusar de las fichas explicativas y consigue hacernos comprender los sentimientos de los personajes, ya sea ya sea odio o angustia filmando una simple mirada.
Sin embargo, no todo es perfecto, y se aprecia que, a pesar de ser un buen director de cine, no tenía el dominio de un maestro como Griffith, en particular cuando hablamos del aspecto melodramático, no deja de ser una pena, y eso a pesar de una reconstrucción impecable de la época o de unos actores fantásticos. Pero si bien Henry King no consigue hacer de “Rómula” un grandioso y conmovedor melodrama, sí logra transportarnos a la Italia del siglo XV, demostrando un verdadero sentido del ritmo y un dominio de los códigos mudos, al tiempo que sublima a muy buenos actores y, en particular, a una inolvidable, como siempre, Lillian Gish.
El film se transformó en un importante éxito de ventas, pero, más allá del entretenimiento que brindó a los espectadores, lo mas positivo de esta obra, fue la posibilidad que le dio al español de que se reubicara dentro del listado de realizadores rentables, ya que gracias a ella, un año después, Buñuel recibía el dinero para filmar nada menos que “Los Olvidados”, la película que pasaría a la historia del cine como una de las obras maestra del cine mexicano. La película nos recuerda de alguna forma a “Los Viajes de Sullivan” que realizara Preston Sturges, narra la historia del millonario Don Ramiro que, tras la muerte de su esposa, se dedica sólo a emborracharse y a derrochar dinero, todos se aprovechan y viven a costa de él, cuando su hermano Gregorio se da cuenta de lo que está sucediendo traza un minucioso plan para que Ramiro recupere la sobriedad y la cordura.
Película alegre y divertida de principio a fin, cuenta con unos personajes delirantes y desternillantes aunque, por encima de todos, brillan con luz propia Don Ramiro (¡qué magnífica interpretación de Fernando Soler) y Ladislao. Los primeros cincuenta minutos son extraordinarios, de carcajada continua, luego la película se asienta, Buñuel nos da un respiro, aunque también baja un poco el nivel, no importa mucho, la película, en su conjunto, nos ha llenado del todo: una historia bonita y un montón de carcajadas.
Brillante y divertida comedia con unas grandes interpretaciones de Fernando Soler, Rosario Granados, los hermanos Rojo y en realidad todos, un guion maravillosamente hilvanado y chispeantes diálogos. Buñuel comentó que con esta película aprendió a hacer cine “normal”, empleó esta palabra cuando lo cuenta en sus Memorias, “Mi último suspiro”, odiaba que se le encasillara en un género o en una tendencia, tocó muchos palos y esta película es un buen ejemplo más.
Un relato con una narración retorcida, con muertes, mentiras, engaños, suplantaciones, falsedades, interrogatorios, y por supuesto la clásica reunión final en la que el arrogante detective reúne a todos los sospechosos para desbrozar la verdad, y dejarnos con la boca abierta. Una elegante y sofisticada propuesta fílmica, con un tempo narrativo muy bien manejado que hace que nunca llegue el tedio, haciendo de un vagón de tren algo dinámico, pero aún así dejando la sensación de algo cerrado, a lo que Christie era tan aficionada con obras como “Diez negritos” o “Muerte en el Nilo”. La trama, un aspecto fundamental en todas las novelas de Agatha Christie, es trasladada a la gran pantalla por el Director con un manejo de la narración francamente encomiable, sin tiempos muertos, sin agujeros, sin rellenos, sin incongruencias, constatando como sin prisas -pero sin pausas- también es posible sostener el ritmo necesario para que la historia fluya con naturalidad, con elegancia, con armonía, con sentido, con lucidez. Y todo ello dándole cancha a la mayor concentración de estrellas cinematográficas (Albert Finney, Richard Widmark, Sean Connery, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Anthony Perkins, Jacqueline Bisset, Michael York, Vanessa Redgrave, John Gielguld, Martin Balsam…) que seguramente jamás hayáis podido ver reunidas por metro cuadrado.
Excelente película, entretenida, emocionante, divertida y, por supuesto, llena de suspense y con un final sorpresa propio de la genial Agatha Cristie. Recomendable para los que gusten de novelas policíacas bien narradas, de las que te dejan buen sabor de boca, un tipo de película que ya no se fabrica y es una lástima.
Una de las más brillantes películas jamás rodadas sobre la guerra de sexos. Toda la aparente armonía y felicidad de un matrimonio moderno en el que ambos son abogados de éxito se altera en cuanto se enfrentan al mismo caso, basado en la acusación y la defensa de una mujer que ha cometido un intento de crimen pasional, toda la supuesta igualdad de géneros se pone en entredicho y se demuestra que la "tolerancia" masculina encubre un machismo solapado que en el fondo no admite que las mujeres tengan los mismos derechos, igualdad de oportunidades y éxito laboral que los hombres, pues ello se considera como un ataque a la hombría y un desmoronamiento de la sociedad patriarcal que con tanto celo se defiende todavía en muchas culturas. Las secuencias de los juicios son absolutamente hilarantes, después tenemos al vecino libre de complejos que hace la corte descaradamente a Amanda (Katherine Hepburn), causando los celos disimulados del marido, quien se creía tan ecuánime, o la presión a la que la prensa somete a la pareja, poniendo en evidencia sus enfrentamientos, y así podríamos seguir y seguir... por supuesto, la vida conyugal del matrimonio se resiente y da lugar a uno de los duelos interpretativos más sagaces y sensacionales que se puedan observar en una película.
Deliciosa comedia de George Cukor que consigue demostrar una vez más que Katharine Hepburn y Spencer Tracy rezuman química por cada uno de sus poros. La película es de 1949, pero sigue siendo perfectamente actual y divertida para el espectador de nuestros días, prueba de que los clásicos bien contados nunca se pasan de moda, también ayuda que la película esté ambientada en los Estados Unidos de los años 40, cuando la mujer ya podía conducir, luchar por su igualdad y hasta llevar los pantalones (que se lo pregunten a Adam…) y, además, la mujer en cuestión es ni más ni menos que Katharine Hepburn, moderna para su época y una gran e irrepetible actriz. Maravillosa película, todo un clásico del extinguido subgénero llamado “comedia sofisticada”, recomendable para todos aquellos amantes de las comedias inteligentes, del cine clásico, de Spencer Tracy y de Katharina Hepburn, realmente merece la pena verla alguna vez en la vida.
Nos
ocupamos hoy de un pequeño clásico del cine alemán de los años 20.
Considerada una de las obras clave del cine expresionista, “El hombre de
las Figuras de Cera” es una película que vuelve a aprovechar la premisa
que ya utilizó Fritz Lang en “Las Tres Luces” (1921) de narrar varias
historias que suceden en escenarios totalmente distintos unidas por un
hilo conductor que sirve para cambiar de un contexto a otro, en este
caso son cuatro historias consecutivas, anticipando la familiar
estructura de los horrores por entregas de (Por ejemplo) la “Amicus” en
la Inglaterra gótica de los 60, que se quedaron finalmente en tres por
problemas de presupuesto.
Sin ser una de las grandes obras de la época, indudablemente sí se trata de una película muy interesante y que pienso resulta de visionado obligado para todo aficionado a ese maravilloso cine que era el cine mudo alemán.
La película intenta retratar uno de los acontecimientos más difíciles de la II Guerra Mundial, la contraofensiva de Las Ardenas, y en especial los sucesos ocurridos en Bastogne, que pasaron a la historia de los conflictos bélicos por su dureza y por el sacrificio que realizó especialmente la 101ª División Aerotransportada. La película cuenta la historia de unos don Nadie, de unas personas que jamás pasarán a la historia y de las que nadie se acordará en el futuro, personas que no tienen importancia para los historiadores, pero sí para sus familiares y allegados, es la historia de los soldados anónimos que lucharon en el frente que sólo buscaban sobrevivir y terminar lo antes posible para retornar a sus hogares; buscando la sencillez Wellman consigue la grandeza de una gran película basada más en los valores humanos que en los halagos a las ideologías del poder estadounidense. Los entendidos dicen que tanto el desarrollo de los acontecimientos históricos como la tramoya bélica es especialmente certera y respetuosa con la realidad, se nota mucho el compromiso que Wellman sentía por respetar no solo los hechos sino también las habituales quejas, incomodidades y pequeñas miserias cotidianas que tiene que vivir la soldadesca.
Wellman se acerca a una postura antibelicista, no obstante su perspectiva no pretende ni exaltar ni criticar, solo ofrecer un retrato realista de la intimidad de combatientes que se igualan en su sacrificio, en su miedo, en la desesperanza y en la imposibilidad que les genera un espacio que no pueden abandonar. Aparte de las cuestiones psicológicas, la película también ahonda en las condiciones físicas que se generan como consecuencia del cansancio y de la escasez de recursos, la guerra vista por Wellman se desarrolla desde la crudeza y la intimidad, humanizando al soldado en su acercamiento al espectador, para que este observe en la pantalla el sufrimiento, el frío, las trincheras (que a veces se convierten en tumbas), el hambre, la desorientación o la muerte, que se produce en el anonimato de un entorno helado. Pero, además, “Fuego en la nieve” ofrece pequeños detalles que desvelan el padecimiento de la población: huérfanos de guerra, viviendas reducidas a escombros, un hospital donde las enfermeras nada pueden hacer por los heridos o una mujer que hurga en los contenedores de basura en busca de algún resto que llevarse a la boca, pues la hambruna, la miseria y la muerte, que nacen de las guerras, no distinguen entre civiles y soldados, condenando a todos a sufrir sus estragos
Una de las mejores películas de guerra jamás realizadas, una película en la que hay acción, es cierto, y movimientos estratégicos, interés histórico y todo eso que uno espera de un buen bélico, pero lo que hace que se nos quede dentro es sin duda lo que le ocurre a cada uno de los soldados, individualmente, nos muestra a sus personajes no como héroes sino como seres humanos reales cuya única aspiración es sobrevivir al infierno, sin grandes ideales ni discursos patrióticos pero con una dignidad que pocas películas de guerra consiguen.
Victor Sjöström es uno de los grandes directores de la historia del cine, un pionero que fue fundamental para el desarrollo del lenguaje del cine y que además cuenta con una serie de grandes películas que han soportado muy bien el paso del tiempo, una de ellas es la que hoy nos ocupa, “El que recibe el bofetón” (1924). Destacó sobre todo por su sensibilidad y su maestría técnica; sus aportaciones al cine son numerosas, pero destacan las relacionadas con la iluminación, tanto a nivel técnico como expresivo. También fue uno de los primeros en utilizar la agresividad de la naturaleza como potenciador del drama humano desarrollado en el argumento, ya fuesen vientos, lluvias, nevadas, temporales…, y por supuesto también destaca su capacidad poética y su sensibilidad visual. Era un gran creador de imágenes, tan bellas como expresivas que alcanza fama mundial con sus películas suecas, como, “El Monasterio de Sendomir” (1920), “El Bajel Trágico” (1923) y sobretodo la fundamental “La Carreta Fantasma” (1921), que el propio Ingmar Bergman llegó a considerar como su película favorita de todos los tiempos. Fue fichado a golpe de talonario por Hollywood, donde se rebautizó con el más anglosajón “Victor Seastrom”, y realizó una serie de películas que en su momento tuvieron bastante repercusión y que han ejercido una gran influencia en el cine, como la propia “El Que Recibe el Bofetón” (1924), o la más famosa de todas (aunque en el momento de su estreno fue un fracaso en taquilla) “El Viento” (1928).
En “El que recibe el bofetón” Sjöström lleva a cabo un extraordinario trabajo, pleno de imaginación y de sugerencias, en el que la narración es marcada (no enfatizada) con insertos de gran fuerza dramática. La película fue toda una hazaña artística, la impecable puesta en escena de Sjöstrom no pasó desapercibida por el público y la crítica de la época, que aplaudieron su novedoso uso de la iluminación y el cuidadísimo tratamiento de la factura visual de la película. Las escenas más oníricas en que el protagonista se ve rodeado de otros payasos eran un ejemplo de la maestría con que Sjöstrom sabía evocar motivos visuales inolvidables, al igual que la recreación de todo ese ambiente circense. A destacar también las importantes influencias que tendrá este film en la obra de directores insignes, por ejemplo, Tod Browning, quien en “The Unkown” (1927) y “Freaks” (1932) recreará, con su particular estilo, el universo de Sjöström, los fantasmas y las pesadillas, las glorias y las miserias del planeta humano, que gira y gira siempre hacia un mismo sentido, con sentido y sin él.
Una película apasionante con crímenes, venganzas, amores imposibles, circo, tensión, drama, emoción… Una trama retorcida y folletinesca, dirigida con el talento y la sensibilidad de los grandes genios. Una pequeña joya silente.
Centrémonos ahora en la película que hoy nos ocupa, “Ohara Shôsuke-san”. Son los años cuarenta en un pueblo de Japón y el señor Sugimoto (ese es su verdadero nombre, el otro, Shosuke Ohara, es un mote, el nombre de un borrachín legendario sacado de una vieja canción), hijo y nieto de terratenientes, gentes de posibles y de prestigio, lo que aquí habría sido un señorito, ya no tiene tantos posibles y el prestigio se le agota, pues se ha gastado todo lo heredado y más en beber, en hacer favores, en beber de nuevo celebrando los favores hechos… Sabemos más o menos cómo va a acabar todo y lo que importa por ahora no es el final, sino los ratos a pasar mientras tanto, algo así como un vagabundeo de secuencia en secuencia, de problema en problema, de belleza en belleza: un borrico por los caminos, unas elecciones a alcalde muy divertidas, unos niños subidos a un árbol, las alegrías del béisbol, un paseo bajo la lluvia, la mejor manera de esquivar a un acreedor, el truco infalible para ganar al go (que se parece mucho a la mejor manera de esquivar a un acreedor) y otras cosas y encuentros, a ratos tristes, a ratos divertidos...
Hablamos del señor Sugimoto, ese hombre desarreglado, con el kimono medio abierto, mal afeitado, borrachín montado en su borriquín, que parece demasiado blando para enmendar la trayectoria de su propia vida, para cambiar el final de su propia película, todo un experto en el arte de esquivar y aún así caerse, borrachín para lo bueno y para lo malo, un hombre, en fin, que cuando ya no creemos en él, va y hace algo bueno y cuando estamos dispuestos a quererlo sin condiciones, va y hace algo que nos duele. Es una película que olvida las jerarquías, donde el más bello movimiento de cámara, está dedicado al que parece el más secundario de los personajes, alguien que aparece en la película poco a poco, como desde el fondo, y que al final es, en cierto modo, el más bello, el único que de veras puede decidir qué hacer con su vida. Hace falta, imagino, mucho arte o mucho amor, o de todo un poco, para lograr esta ligereza, para conseguir retratar la vida como con un gesto desenvuelto, como el señor Sugimoto hacía sus favores cuando tenía dinero, sin darle más importancia, con la misma generosidad Shimizu inventa bellezas a cada plano, sin darse importancia, como compartiendo con nosotros su última botella.
Una película preciosa con un protagonista con el que es imposible no simpatizar. Una película encantadora, con drama, comedia y un costumbrismo optimista y entrañable.
La película supone un retrato sin anestesia de los entresijos de los regímenes democráticos, particularmente en tres vertientes: la primera, en cuanto a la inmensa influencia de los grupos de presión no elegidos por los ciudadanos en el proceder de los representantes que, en teoría, están para satisfacer las demandas y los derechos de los electores y velar por el cumplimiento de la ley; la segunda, el retrato del poder como droga seductora capaz de nublar juicios, diluir principios, sepultar conciencias y arrancar sentimientos e ideales con tal de alimentar el lado oscuro que todos llevamos dentro; por último, el aspecto público, la forma de gestionar ante los ciudadanos una realidad manipulada y populista que permita el mantenimiento de una fachada de falsa rectitud y respetabilidad que posibilite la continuidad del tráfico subterráneo de influencias, negocios, extorsiones y componendas para sacar adelante los objetivos espurios de los poderosos y de quienes los financian y viven de ellos, así como el enriquecimiento, por lo general ilícito, de todos los actores esquilmando, abiertamente o de manera oculta, las arcas públicas.
Rossen desafiaría a todo el mundo, consiguiendo una de sus películas más extraordinarias. A pesar del escándalo que supuso en su día, debido a la calidad técnica de la cinta, no le quedó más remedio a sus compañeros que considerarla como el mejor film del año, Rossen consiguió el Óscar como productor, una nominación como mejor director y otra como mejor guion adaptado, Broderick Crawford y Mercedes McCambridge lograrían también sendas estatuillas como mejor actor y mejor actriz secundaria respectivamente. Rossen nos conduce con mano firme, manteniendo el ritmo de la película en todo momento, ayudado por la fotografía de Burnett Guffey y con un excelente montaje, la transformación y el progreso que este nuevo representante del pueblo no dejará a nadie indiferente.
Una magistral radiografía de la condición humana a través de un mundo apropiadísimo para ello: la política, Rossen crea ese putrefacto e insolidario mundo político como una metáfora crítica del ser humano y narra un drama sobre el egoísmo, las contradicciones, la corrupción, el poder sobre las masas... Impresionante, prácticamente perfecta, ejemplar y formidablemente interpretada por un equipo artístico inolvidable, donde descollan Broderick Crawford y John Ireland.
La novela sigue la suerte de la rica familia Forsyte, pero la película se centra específicamente en Irene Forsyte (Greer Garson) y su relación con tres hombres, dos de los cuales son miembros de esta familia Forsyte. Uno de los personajes más intrigantes de la ficción inglesa de nuestros tiempos es esta Irene Forsyte, la bella y encantadora dama que lanza su hechizo magnético sobre la mayor parte del elemento masculino que se cruza en su camino, Irene es esa criatura deliciosa a quien los hombres inevitablemente adoran, así que, naturalmente, todas las grandes actrices del Hollywood de la época anhelaban el papel de Irene, Greer Garson finalmente fue la elegida y, para ser franco, la señorita Garson con sus trajes ultra glamurosos, rodeada de unos lujosos decorados victorianos y filmada en un suntuoso tecnicolor, cumple a la perfección con su papel.
Esta película no suele recibir unos grandiosos elogios, pero debo confesar que yo particularmente la disfruté bastante… Quizás fue el elenco, quizás fue el estupendo libro en el que se basa, con sus claras reminiscencias a la literatura decimonónica, o tal vez sea el hecho de que esté repleta de una espléndida escenografía victoriana, un vestuario exuberante, unos fantásticos decorados o un lujoso tecnicolor, pero la verdad es que me parece una forma muy agradable de pasar sus casi dos horas de duración.
Un drama de soledad, machismo, sometimiento, desamor, engaños, infidelidad, enredos y con una estupenda fotografía en tecnicolor. Una película de época más que apetecible, imprescindible para seguidores de Errol Flynn, pero sobre todo de la bellísima y adorable Greer Garson.
“Chicago Deadline” combina los elementos que todos los amantes del género conocemos y que aparecen en películas negras más famosas, por ejemplo, en obras maestras de la talla de “Laura” (1944), en la que también se investiga el asesinato de una bella y seductora mujer que ha aparecido asesinada en su apartamento, Laura Hunt (Gene Tierney), o de “Forajidos” (The Killers, 1946), en la que también existe una narración fragmentada construida a partir del testimonio de varias personas, o por último, “El gran carnaval” (Ace in the Hole, 1951), donde un periodista sin escrúpulos lleva a cabo acciones que incluso obstaculizan la investigación policial. Evidentemente, el resultado alcanzado en “Chicago Deadline” no se acerca en absoluto a la complejidad de los clásicos antes mencionados, pero sí es una más que interesante película contada con gran ritmo y potencia.
Ladd está excelente como ese, en principio, insensible reportero que intenta indagar en el pasado de esta pobre mujer, Rosita Jean d'Ur, que es como se llama la dama, y que resulta que ha estado relacionada con toda una serie de turbias personas, cuanto más descubre, más profundamente se siente fascinado por una mujer que nunca ha conocido. Bajo mi punto vista, uno de los problemas de la película es que esa mujer es la tierna Donna Reed, asociada más bien con esa buena chica a la que todos adoramos en “Qué bello es vivir”, y no tiene el aura de misterio necesaria que evoca el nombre de su personaje, también es difícil creer que haya estado involucrada con tantos hombres, desde gente rica con pocos escrúpulos, hasta gánsteres peligrosos.
Una notable película con una ingeniosa y bien urdida trama en la que no hay respiro, pero sí mucho misterio. La debilidad principal está en que hay demasiados personajes y la historia va en ocasiones dando tumbos de un lado a otro, lo que puede despistar y distraer bastante, pero con todo, pienso que merece y mucho la pena. Es una película prácticamente desconocida, pero en su momento fue nominada al Premio Edgar como “Mejor Película” por “Mystery Writers Of America”.
Al principio de su mandato como jefe de producción de la MGM, Dore Schary compró el guion de “Border Incident” en un esfuerzo por producir películas con un trasfondo social, el tema tratado parte de unos hechos que sucedieron realmente, a principios de 1948 los gobiernos de México y Estados Unidos habían acordado suspender el programa por el que se traía a trabajadores mexicanos a Texas debido a los graves abusos que se estaban cometiendo, sin embargo, bajo la presión de la industria agro alimentaria, los funcionarios estadounidenses violaron ese acuerdo en octubre al permitir que miles de trabajadores indocumentados ingresaran a El Paso para ayudar con la cosecha, el conocido como “Incidente de El Paso” comprometió la distinción entre inmigración “legal” e “ilegal” y proporcionó la inspiración para la creación del guion de John Higgins.
Ambientada en la frontera de California, la película marca un punto medio en la transición del director Anthony Mann de novelas policiales de género negro, sobre todo en su vertiente b, con formidables películas tales como como “La brigada suicida (T-Men)”, “El último disparo”, “Justa venganza”, “Orden: caza sin cuartel”, o este “Border Incident, de 1949”, a los maravillosos westerns que hizo en la década de 1950, de hecho, “Border Incident” es una nueva versión apenas velada de “T-Men”, que reúne al mismo equipo de Mann, el guionista Higgins y el director de fotografía John Alton. Así como “T-Men” se centró en un par de agentes del tesoro del gobierno que se infiltraban para atrapar a una banda de falsificadores, “Border Incident” sigue a un par de agentes (Murphy y Montalbán) que investigan una red de contrabando de personas. La película, que originalmente fue titulada “Wetbacks” (espaldas mojadas), tiene como protagonistas a estos dos agentes, uno federal mexicano y uno de migración estadounidense, quienes se han infiltrado en el sórdido negocio del tráfico de braceros que buscan cruzar la frontera para trabajar en la recogida de verduras en California, filmado principalmente en Mexicali y su ciudad hermana Calexico, el filme registra la atmósfera auténtica de los escenarios en que se desenvuelve esta truculenta historia llena de injusticia y de crueldad.
Si bien las soluciones planteadas por el guion de Higgins, junto con el afán propagandístico que evidentemente rezuma la producción, pueden resultar poco creíbles hoy en día, no es menos cierto que los problemas planteados siguen teniendo una actualidad cuanto menos sorprendente, los espaldas mojadas siguen existiendo, existieron y, por lo que parece, desgraciadamente existirán, el argumento nos expone con claridad meridiana que esto es un problema que se extiende a ambos lados de la frontera y que solo con la colaboración se pueden conseguir resultados. La obsesión que atrapa a Mann por reflejar con el verismo más absoluto esta historia lleva al espectador a conocer perfectamente todos los cabos que unen el entramado mafioso y los métodos que la sociedad impone para intentar acabar con ellos, analizado fríamente es un realismo bastante adoctrinador, que se preocupa por el problema en sí y por su solución, pero también es un realismo muy verídico en el sentido de que muestra a unos personajes con comportamientos atormentados y que no vacilan en hacer uso de una violencia extrema.
Pero sin duda, lo que hay que resaltar ante todo, es que esta película fue filmada por el brillante camarógrafo del género noir, John Alton, la fotografía de Alton eleva las películas de Mann y, vistas hoy en día, dan una explicación clara a lo que supuso esta serie negra para el género. La iluminación de Alton no es simplemente algo visual, un elemento más para la puesta en escena, los ambientes creados son personajes intangibles que hablan por sí mismos y que hunden a los demás entre unas luces y sombras que se mezclan maravillosamente, objetos fantasmales que se desplazan, figuras que se funden en escenarios opresivos y blancos que se confunden con grises para ahogar al espectador de la misma manera que hunde a los personajes. La fotografía de Alton, como he leído por ahí, está simplemente dibujada con luz y ponen un broche de oro a una película que completa la serie de Mann en el cine negro dejando un legado que sirvió de base al noir de serie b que se desarrollaría brillantemente durante la siguiente década.
Desde siempre la gente se ha evadido a través de la lectura, durante los años 70 los autores de best sellers eran estrellas, y sus nombres eran conocidos por el público en general, uno podía ir a una plaza y toparse con un montón de gente con una novela bajo el brazo, fuera de Alistair McLean, Arthur Hailey, Wilbur Smith o, en el caso que nos ocupa, Frederick Forsyth, este inglés tuvo su tirada de éxitos editoriales, popularizados a través de adaptaciones cinematográficas como “El Dia del Chacal”, “Los Perros de la Guerra” y el filme que ahora reseñamos. La Odessa del título no se refiere a la ciudad cercana al Mar negro, son las siglas de "Organisation der ehemaligen SS-Angehörigen", algo así como "Organización de antigüos miembros de las SS", dicha organización no es una invención de la novela y, por lo tanto, tampoco de la película, existió realmente, se creó tras la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de ayudar a los que habían sido miembros de las SS a eludir la acción de la justicia, facilitando una nueva identidad, pasaporte y destino fuera de Alemania, sobre todo a Sudamérica, pero también a España por ejemplo, también ofrecía la posibilidad de reinsertarse en la propia Alemania, igualmente mediante un cambio de identidad.
Hay una gran labor de documentación e investigación por parte de Fredrick Forsyth en lo referente a existencia, funcionamiento, métodos y alcance de Odessa. Obviamente, la trama es una novelización, pero la rigurosa fundamentación de los elementos reales, así como el estilo de la prosa del británico, cercano al lenguaje periodístico, hacen que el resultado final tenga una fuerte verosimilitud. Tanto la novela como la película comparten una premisa detonante clavada, para luego diferir en algunos aspectos del desarrollo, no obstante, el resultado de la adaptación capta el espíritu de la novela, aunque sea en algunos momentos infiel a la letra. Peter Miller (Jon Voight), un joven alemán residente en Hamburgo y periodista freelance, se da de bruces con el suicidio de Salomon Tauber, un viejo judío, por pura casualidad, un amigo suyo policía investiga el caso y le entrega un diario que en el que Tauber consignó los horrores que sufrió en el gueto de Riga durante la Segunda Guerra Mundial. La idea original era que Miller escribiese un simple artículo sobre ello, pero queda tan impactado por los acontecimientos que se narran, que decide dar un paso adelante y emprender la búsqueda y captura de Eduard Roschmann, el sanguinario comandante de las SS a cargo del gueto de Riga, para ello inicia una investigación que irá siendo progresivamente más y más turbia.
Un excelente thriller, una atrevida, potente, directa, fría, misteriosa, inteligente, magnética, contundente y sorprendente adaptación cinematográfica de la homónima novela de Frederick Forsyth, que además cuenta con un arrebatador Jon Voight. Si la novela de Frederick Forsyth es magnífica, Neame consigue narrar con el mismo brío y entretener como lo hace el libro, es una de esas producciones que enganchan de una forma rápida y que hacen que no puedas parar de querer ver todo lo que ocurre, hasta llegar a su apoteósico desenlace.
Aunque Kurosawa ya nos había dejado momentos de estupendo cine, “El perro rabioso” (Nora inu, título que más bien significa «perro callejero»), es su primera gran película, la que anuncia ya a las claras las posteriores obras maestras del cineasta, además de un antecedente, con varios puntos en común, de “El infierno del odio” (Tengoku to jigoku, 1963), seguramente el film más perfecto de Kurosawa dentro del género policíaco.
Esta película es una obra llena de perfección, con clarísima influencia occidental, Kurosawa realiza y también escribe este guion junto a Ryuzo Kikushima para dar vida a esta dura historia sobre un policía (Toshiro Mifune) al que le han robado su pistola, el cual trabajará sin descanso hasta remediar dicha negligencia en su trabajo. Es un ejercicio fílmico de extraordinario rigor narrativo y tratamiento estético cercano al neorrealismo, ahonda en las desigualdades sociales generadas en el Japón de posguerra, sirviéndose para ello del disfraz claroscuro del cine negro, el dilema moral que la cinta plantea, tanto al espectador como a su protagonista, es el siguiente: ¿Dónde reside el origen del mal, en la propia naturaleza del individuo o en los condicionantes sociales y económicos que determinan la evolución de éste? ¿Acaso no son Murakami y el delincuente al que persigue las dos caras de una misma moneda? (ambos son jóvenes excombatientes a los que robaron su petate y el poco dinero que tenían en los bolsillos una vez finalizada la guerra) ¿No se está enfrentando el atormentado personaje principal con su reverso tenebroso, reflejo de lo que él mismo, dadas determinadas circunstancias, podría haber sido? He ahí la cuestión, y también el drama.
Kurosawa utiliza de forma llamativa elementos externos para hacernos partícipes de la película, y que seamos un personaje más dentro de ella, y en concreto partícipe del pensamiento y sufrimiento de los personajes. Podemos sentir ese claustrofóbico calor que se mete en la mismísima sala de cine, y que Kurosawa lo utiliza de forma simbólica, nunca por casualidad, el calor estará presente durante todo el film y lo mantiene patente colgado de un hilo hasta que se desata la tormenta de forma simbólica también para contarnos momentos de la trama que lo requiere, jamás de manera fortuita. La trama es llevada al exterior con acierto para enseñarnos la pobreza de aquella época en Japón, justo después de la Segunda Guerra Mundial, nos lleva por parajes llenos de suciedad, dejadez y podredumbre, haciéndonos recordar una perspectiva neorrealista tan en boga en aquella época y que el cine italiano la trabajó tan bien, así como los problemas de aquella época con los Yakuza (mafia japonesa) o la Triada (mafia china). El guion está tratado con sumo cuidado, avanza paso a paso, y resulta una investigación minuciosa, lenta, que va avanzando de forma paulatina, enseñándonos lo complicado que es realizar este trabajo, para acabar con una media hora final vertiginosa, llena de muchísimo suspense, con la voz en off del protagonista diciéndonos lo que piensa antes de la parte final donde todo encaja.
Un film excelente, un magnífico relato desolador de delincuencia, prostitución, enfermedad y muerte. Un thriller extraordinario, una increíble película de cine negro con el maestro Kurosawa impartiendo clases de arte, moralidad y humanidad.
El film suma comedia de enredo, romance y retrato de costumbres, con él Lubitsch da un giro a su modo de hacer comedias, deja de lado las farsas europeas para iniciar la etapa de las comedias americanas, en las que hace uso de sutilezas, ingenio, inteligencia, elegancia y picardía. Mueve al espectador a imaginar lo que la pantalla sugiere, oculta o no muestra; equívocos, confusiones, sospechas, sueños, falsos supuestos y sobrentendidos, pasan a formar parte fundamental de la relación entre el espectador y la obra. Las sutiles referencias al sexo, las conductas transgresoras de normas convencionales, la prevalencia del valor del deseo sobre la hipocresía social, etc., son fuente de un humor fresco, natural, profundamente humano y muy divertido.
En comedias como ésta es inevitable referirse al toque Lubitsch, ese toque indefinible que el gran director berlinés dejaba en sus películas, un guiño de complicidad dirigido a los espectadores inteligentes. Allí donde otros necesitarían gags convencionales ó imágenes más ó menos tópicas para lograr la sonrisa del público, Lubitsch necesita unos pocos elementos, pero eso sí, los dispone de tal forma y con tal artesanía que tanto él como nosotros sintonizamos la misma frecuencia. Lubitsch hace cine para espectadores inteligentes y, lo mismo que el uso desarrolla el órgano, el cine del director germano desarrolla nuestro intelecto, y no me negaréis que resulta más atractivo el cine del teutón, toque Lubitsch incluido, que la monótona uniformidad de los sudokus, si de potenciar la mente se trata.
Lubitsch la consideró su mejor comedia. No es su mejor película y tampoco su comedia maestra, pero es indudable que estamos ante una obra absolutamente lograda, casi sin palabras, porque si una imagen vale más que mil palabras, si la imagen es de Lubitsch su valor supera la Enciclopedia Británica. ¡Cuanta razón tenía Billy Wilder cuando afirmó que "Lubitsch era capaz de hacer más con una puerta cerrada de lo que la mayoría de los directores son capaces de hacer con una bragueta abierta"!
Siodmak fue uno de esos realizadores europeos, que huyendo del nazismo, se asentó una larga temporada en Hollywood, donde la película ‘El hijo de Drácula’ (‘Son of Dracula’, 1943) le dio algo de prestigio, y a partir de la cual se adentró de lleno en el cine negro, género con el que cosechó no pocos éxitos, dejando algunas de las muestras más representativas para la posterioridad, como el film que hoy nos ocupa, ‘El abrazo de la muerte’, que puede ser vista como una repetición de los esquemas de la previa ‘Forajidos’ (‘The Killers’, 1946), también protagonizada por Burt Lancaster, volvemos a encontrarnos con el fatalismo de personajes abocados a la perdición, con una mujer fatal y un golpe perfecto que por supuesto sale mal.
Daniel Fuchs adapta la novela de Don Tracy ‘Criss Cross’ (1936), durante la pre-producción murió el productor del film Hellinger, y el director y el guionista cambiaron el robo a un hipódromo por el de un furgón blindado. Está edificada a través de flash-backs que Siodmak sabe editar para potenciar la intriga y la tensión, arranca con un trabajo rutinario de los guardias de un furgón de dinero, retrocede en el tiempo para que enterarnos de la tela de araña en que está envuelto el protagonista, para llegar al punto de inicio media hora antes del final y dejándonos con el misterio del desenlace. La cinta juega con varios temas, el amor fatalista, la obsesión, la traición, la familia, la frustración, la amistad o la femme fatale, posee todos los ingredientes del cine negro, el perdedor corrompido por la mujer fatal, la fuerza del destino, los sueños el crimen, villanos carismáticos, los sentimientos de culpa...
Siodmak demuestra que es un gran realizador con escenas que dejan poso ya desde su inicio con una toma aérea-nocturna de Los Ángeles, de fondo las fanfarrias de Rosza, hasta desembocar en un parking donde Ivonne De Carlo y Burt Lancaster están abrazados clandestinamente en lo que supondrá una apertura que se ‘abrazará’ con el final, dando sentido al título en español, con el posterior rifirrafe en el club que nos deja dosis de misterio que se irán desvelando, ya están sembradas las semillas de la intriga; o la estupenda escena del robo, donde la acción se funde con elementos de terror, con los malhechores con esas máscaras y moviéndose entre gases, disparos, peleas, humo, una escena brillante; o la intensa del hospital con el desconocido (buen Robert Osterloch) que ve en el espejo y al que le pide le proteja; y por supuesto el clímax final en la cabaña, estremecedor. La puesta en escena es propia de un realizador como Siodmak que ha bebido del genuino expresionismo alemán creando atmósferas absorbentes y decadentes, a esto le ayuda la fotografía de Franz Planer en glorioso b/n, jugando con la oscuridad, las penumbras, los claroscuros.
Todos los tópicos del género se reúnen en el cinta: la mujer fatal, un pasado turbio, el inevitable destino trágico, el policía que lo sabe y no puede hacer nada pare evitarlo, el dinero como motor de la vida, el adulterio y los amores tercos... Los reúne todos, pero funciona, vamos que si funciona, perfectamente, una grandiosa película, una maravilla. No dejes pasar la oportunidad de zambullirte en esta exquisitez. Muy, pero que muy grande.
Joseph L. Mankiewicz pertenece a ese grupo de directores-autores no sólo por la forma de realizar las películas y por su dominio para contar historias a través de la cámara, sino porque también solía ser el guionista de sus propias historias, a finales de los cuarenta escribiría y realizaría esta película que tiene todos los ingredientes de cómo escribir un guion y plasmarlo en pantalla. A través del guion Mankiewicz utiliza dos recursos de manera perfecta y no aleatoria, dos recursos que sirven realmente para que la historia avance y tenga sentido: la voz en off y los flash back (cuántas películas hemos visto en las que decimos: lo que más me ha cansado y menos me ha gustado ha sido la voz en off –señal de que no está bien empleada, si nos aburre o molesta— o pero a cuento de qué venía contarnos esa escena de su pasado –otra señal de que un flash back está mal empleado si no nos aporta nada a la historia o sobra—).
“Carta a tres esposas” es una película de personajes, de retratos. Joseph L. Mankiewicz muestra de manera ácida e inteligente las relaciones de pareja, las dudas, los celos, la amistad, las relaciones profesionales, por qué se forman las parejas, por qué puede existir la duda, la vida cotidiana en una pequeña ciudad, el peligro de caer en una monotonía constante… Una película sobre infidelidades, donde en ningún momento llegamos a conocer realmente a la femme fatale, y donde no sabemos quién es el infiel hasta el último momento, todo está construido para descubrirnos como son esas tres esposas del título, que pueden pasar de ser dulces damas a arpias en segundos, Mankiewicz analiza la psique femenina, los celos, la paranoia, los miedos a perder el matrimonio, y de cómo algo perfecto y estable como un matrimonio del “American way of life” se puede romper por una mera carta.
No sé que tiene este director que cada vez que veo una película suya me deja sorprendido, un director que ha tocado muchos géneros y sabe como dirigirlos a la perfección. Claro que no solo Mankiewicz cumple con su trabajo, contó en todos los campos con auténticos profesionales, es el caso de Alfred Newman en la banda sonora, Arthur C. Miller en la fotografía (ganador de tres oscar, no tiene nada que ver con el guionista Arthur Miller), por no hablar del apartado interpretativo, las actrices en manos de este director siempre realizaban maravillosas interpretaciones, y este no es una excepción, de Linda Darnel a un grandioso Kirk Douglas, pasando por Thelma Ritter, que aporta la parte cómica al drama, componen unos personajes que no permiten que el espectador aparte la mirada de la pantalla mientras contempla como los nervios de estas mujeres acaban destrozados.
Una de las primeras grandes películas de Mankiewicz en donde quedarán patentes los puntos más fuertes de su carrera: el guion y la dirección de actores. Una cinta excelente, cargada de ironía y madurez, muy, pero que muy recomendable.
A David Lean se le suele relacionar con grandes epopeyas como El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago, pero sin embargo también cultivó un cine intimista cuya obra más difundida es la maravillosa Breve encuentro, Amigos apasionados entraría en este segundo grupo. Cuenta de manera excepcional, empleando la narración cinematográfica con delicadeza, una historia a tres bandas, la historia que une los destinos de Mary, Steven y Howard.
Si nos quedamos en la superficie podemos decir que Amigos apasionados narra la historia de un adulterio, pero es quedarse muy en la superficie porque lo hermoso de David Lean es cómo narra esta historia a tres bandas, la película empieza con un monólogo interior y encadena una serie de flash back para narrarnos la historia siempre inconclusa y los encuentros entre Mary y Steven, ellos fueron jóvenes enamorados, pero Mary decide no pertenecer a nadie sino a sí misma, opta por una vida práctica y sin riesgo alguno con un hombre mayor que ella y bastante rico que solucionará su vida para siempre, pero con lo que no cuenta es que cada vez que se encuentre a lo largo de los años con Steven se va a montar en una nube y le va a costar bajar de ella… La cámara trata con sumo cuidado cada uno de los gestos de Mary (Ann Todd ), sus ojos en penumbra cuando va a realizar un viaje al pasado o va a protagonizar una ensoñación, su sonrisa ante la alegría de una llamada o la esperanza de un encuentro, los sentimientos pasean por el rostro de la actriz, y es que Amigos apasionados es uno de esos ejemplos de un director de cine enamorado de su actriz y que logra que eso trascienda más allá de la cámara, terminó casándose con Ann Todd y realizó con ella dos películas más: Madeleine y La barrera del sonido.
Una película casi desconocida de David Lean, que la censura española, “garante” de la moral y las buenas costumbres, no permitió estrenar en España pues el régimen no podía permitir insinuaciones sobre adulterio, y es que, bajo la apariencia de una inocente historia de amor, subyace una aguda crónica o reflexión sobre la infidelidad, el fracaso amoroso y la frustración personal. Un film bello y romántico, una variación de esa maravillosa obra maestra que es Breve encuentro, también con Trevor Howard en el que destaca un Claude Rains en un papel muy parecido a Encadenados de Hitchcock, el de marido desengañado. Basada en una novela de H. G. Wells, en la película no hay moralismo alguno, sólo la enésima constatación de que, en el cine de Lean, las pasiones humanas están contempladas mostrando sus aspectos más sublimes y agradecidos, pero sin olvidar el reverso de sus connotaciones más sombrías y ásperas, para el cineasta el amor es bello pero no perfecto, o en el mejor de los casos su aparente perfección tiene una duración limitada en el tiempo, porque las personas que lo experimentan tampoco son perfectas, sino seres humanos cargados de complejos, cargas y limitaciones de toda índole.
Un auténtico y sensato ejemplo de género romántico sin cursilerías ni golpes bajos, con personajes humanos, bien desarrollados y no estereotipados, una película que se cuece a fuego lento, paso a paso, beso a beso.
“Lacombe Lucien”, film del gran cineasta francés Louis Malle, coautor del guion junto con el Premio Nobel de Literatura Patrick Modiano, plasma de un modo seco, sin pretensiones, pero del todo brillante, la historia de un joven campesino, Lucien, que quiere unirse a la resistencia, pero no es aceptado, Lucien se mantiene al margen de todo, se deja llevar, va sin rumbo, la apatía, el aburrimiento, que no el patriotismo, lo llevan a intentar ingresar en la Resistencia francesa pero como ya hemos comentado es rechazado, ese rechazo, esa misma apatía y con un poco de ayuda por parte de la casualidad, le hacen caer en la policía que los alemanes y el gobierno colaboracionista de Vichy han creado para depurar la retaguardia, su apatía le hace adaptarse con facilidad a cualquier situación, y asume perfectamente el papel de verdugo de sus propios compatriotas. Todo cambiará, sin embargo, cuando traba amistad con una joven judía que es hija de un sastre que tiene un negocio clandestino de corte y confección, y que se llama, precisamente, France.
La película causó controversia en el momento de su estreno, al suponer una revisión sin tabúes de uno de los segmentos más turbios de la historia contemporánea de Francia: el período de la ocupación nazi. Por todos es sabido que fueron muchos los ciudadanos franceses que colaboraron con las autoridades alemanas durante esa época (de la misma manera que muchos españoles colaboraron con los franceses durante su ocupación de España a principios del siglo XIX); sin embargo, este hecho, irrefutable, trató de ocultarse, quizá debido a cierto sentimiento de vergüenza, en los años posteriores a la finalización de la guerra. El cine de Hollywood, y lo que es peor, la propia cinematografía gala, fueron asimismo cómplices de ese oscurantismo histórico, presentando en sus filmes a un pueblo francés oprimido y cohesionado frente al invasor alemán, tuvo que llegar Louis Malle para mostrar a los espectadores del mundo que la realidad no había sido del todo así, y lo hizo sin emitir juicios, sin revanchismos ni afán por rendir cuentas, optando por una exposición lo más objetiva (y fría) posible de los hechos.
La dirección de Malle resulta soberbia, madura, utilizando con frecuencia la cámara en mano para dotar a su historia de un realismo cuasi documental, pero la sequedad argumental y técnica, no impide que encontremos en “Lacombe Lucien” momentos ciertamente hermosos, en verdad poéticos, como los que se dan ya en el tramo final de la cinta, con motivo de la fuga que protagonizan Lucien y France, el gran Tonino Delli Colli, colaborador de autores como Pasolini, Leone o Fellini, es el responsable de la magnífica fotografía que luce el filme.
Uno de los trabajos imprescindibles de la carrera de Louis Malle, su ambiguo discurso sobre la condición humana no ha perdido ni un solo ápice de vigencia, más bien al contrario, sigue desconcertando y fascinando a partes iguales. Una magnífica película, una obra madura, para nada maniquea ni acusadora, sino simplemente demostrativa de unos hechos incontrovertibles de forma objetiva y desapasionada, muy entretenida pese a sus dos horas y veinte minutos de duración.
Fritz Lang abordó en 1924 uno de sus proyectos cinematográficos más ambiciosos, “Los nibelungos”, inspirado en el poema épico «El cantar de los nibelungos» y compuesto por las películas “La muerte de Sigfrido” y “La venganza de Krimilda”, la primera de las cuales comento en estas líneas. Ciertamente para poder describir los referentes y el bagaje estético que sugiere la película hay que poseer un conocimiento de la cultura germánica, sin embargo, al margen de estas asumidas limitaciones, sinceramente hay que tener muy poca sensibilidad cinematográfica para no caer rendido ante la belleza, el romanticismo y el aliento trágico que acoge esta admirable realización “langiana”, que en su momento tuvo a su disposición los mayores costes de producción posible y un siglo después sigue manteniendo la vigencia de un clásico, pero un clásico con vida propia.
Sencillamente, una obra maestra, un film rebosante de grandeza épica, de tragedia latente, una soberbia adaptación de una obra clásica como es el "Cantar de los Nibelungos", que recoge a la perfección la magia casi mítica que desprenden reinos ya olvidados, personajes imaginados o soñados, riquezas ocultas y seres fantásticos. Si el argumento posee el encanto de los cuentos, la realización de la película contiene toda la magia que es capaz de conjurar el cine, y es que no sólo los decorados o el vestuario proporcionan esta impresión, sino que son los propios personajes quienes se hallan impregnados de ese halo grandioso y terrible a un tiempo, característico de aquéllos que están marcados por el destino, en efecto, es el destino la fuerza invisible pero siempre presente que anima el transcurso de los acontecimientos, marcados también por el orgullo, el vasallaje y la ambición.
Un film donde el ritmo es vertiginoso, dotado de una puesta en escena descomunal, con escenas de acción muy bien resueltas, unos decorados suntuosos donde el expresionismo alemán se muestra en todo su esplendor para crear una atmósfera lúgubre de lealtades y traiciones, con unos personajes muy bien descritos, empezando por su dinámico protagonista, encarnación de la pasión y del aventurero que cree poder comerse el mundo, o la pérfida Brunilda, manipuladora víbora, unos personajes de los que calan. En su momento al film se le tildó de apoyar al movimiento Nazi por su filosofía y lo cierto es que no seré yo quien les quite la razón, Sigfrido es la personificación del Ario superior a todos, en el bosque se encuentra a un tipo bajito, gordo, con nariz aguileña que le intenta engañar y matar, no hay que ser un lince para ver que representa a un judío, al que el héroe derrota y de este modo puede quitarle todo su tesoro, otro tópico Nazi, los judíos son ricos, se nota la mano de Thea Von Harbou, la esposa de Lang y guionista del film, y reconocida seguidora de Hitler.
Simplemente una belleza desde el primer fotograma hasta el último, una hermosura, absolutamente deslumbrante. Por cierto, el hecho de que la película sea tomada en cuenta como algo aparte de “Los nibelungos: la venganza de Krimilda”, es un error que el propio Fritz Lang explicó, en realidad ambas son una película de dos partes, una película de casi 5 horas con una majestuosidad poética que permanecerá con nosotros para siempre.
Richard L. Bare es uno más de esa casi infinita nómina de realizadores con una larga andadura, iniciada en la década de los cuarenta, y caracterizada sobre todo por una dilatada trayectoria televisiva que le llevó a dirigir episodios de las más conocidas series surgidas desde que el medio catódico tuvo un especial peso en el “Entertainment” norteamericano. Pero junto a ello formuló una no menos extensa andadura previa en el terreno del cortometraje, lo que conforma una filmografía bastante sui géneris, en la cual sus aportaciones al largometraje apenas son conocidas, entre ellas se encuentran títulos de escasa enjundia, pero si tuviéramos que iniciar el recorrido de su obra con “Almas desviadas (Flaxy Martin)” lo cierto es que podríamos dejar un margen de confianza en encontrarnos con un realizador dotado de no poco interés.
“Flaxy Martin” es un curioso thriller que reúne a los personajes prototípicos del género: el abogado corrupto que bebe los vientos por la femme fatale manipuladora, que además se acuesta con el gangster duro e implacable servido por un sicario de pocas luces con tendencias psicóticas, a ello se le suma una estupenda fotografía en B&N, una música muy conseguida de William Lava, y el cóctel está servido. Hay un reparto de campanillas: Zachary Scott, aquí bordando su papel de imbécil; Virginia Mayo, una de nuestras estrábicas favoritas, y que ese año encadenaría “Juntos hasta la muerte” y la gloriosa “Al rojo vivo”, la pantalla se enciende cuando ella aparece, la verdad es que a Virginia Mayo le sientan como anillo al dedo estos papeles de mujer embaucadora de esa especie homínida extendida geográficamente por todo el orbe denominada en un latín, clarísimamente macarrónico, “pardillus máximus”, no soy de los que consideran que hasta ahí llegan sus capacidades artísticas, considero que la chica da para mucho, pero que mucho más, pero es cierto que donde exprime al máximo sus talentos es en este tipo de papeles, sobre todo si se añade una pizca de fingida inocencia, un buen chorro de seducción y se riega todo con algunas lágrimas de cocodrilo (sin abusar). Dorothy Malone, siempre seductora y morbosa, es la tímida bibliotecaria (no te lo crees ni por un momento) que aparece en la vida de Scott para salvarle de la policía y de la mala, malísima que le tiene sorbido el seso, está para comérsela. ¿Quién mejor para el papel del asesino psicótico que Elisha Cook Jr., siempre untuoso y repulsivo? Y en el papel del gangster, Douglas Kennedy, secundario de toda la vida que otorgaba verosimilitud a sus personajes.
Otra película más de ese memorable Cine Negro que se hacía en los años cuarenta, sumamente disfrutable.
"Atrapados", con toda su negrura y su maldición, es una película visualmente turbadora, claustrofóbica, detrás de las cámaras había un maestro absoluto bajo el nombre de Max Ophüls. La ascensión de una chica que llega al éxito a través de un matrimonio con un excéntrico millonario que va degenerando en su excentricidad hasta llegar a la obsesión es la excusa perfecta para ver cuál es la mirada de este grandísimo director de cine, profesor de continuidad en la escena que pasa de una a otra con la suavidad con la que se concatena la vida. En manos de Ophüls, parece que la cámara cobra vida y que, con nuestras piernas, avanza con discreción y prudencia para enterarnos de unas vidas atrapadas, cogidas sin remisión, con falsas esperanzas de libertad a través de la riqueza, los celos ahogan hasta la extenuación y, cuando eso ocurre, la única salida es la fuga. Desde la primera secuencia, el director nos deleita con su forma de rodar, con sus largos movimientos de cámara, sin cortes, imperceptibles, pero siempre precisos, para encuadrar lo que interesa y dejar en segundo plano aquello que complementa la acción, y es que la planificación de Ophüls es perfecta, los planos secuencia son interminables y la profundidad de campo juega un destacado papel en su barroca forma de proponer una escena.
De todo el conjunto, sobresale la maravillosa interpretación de ese millonario atormentado, que actúa bajo el rostro de Robert Ryan. Más abajo y en un papel que quedó demasiado edulcorado está James Mason, médico de pobres que elige su ética como modelo de vida. Y en el último lugar está Barbara Bel Geddes como hilo conductor de la historia, inocencia interrumpida que cae en la toma de demasiados atajos para que los sueños se vean cumplidos. Bel Geddes seguramente no es la chica ideal para esta historia aunque quizás su elección se debió a que era capaz de transmitir la idea de una muchacha normal que sube como la espuma a pesar de su ingenuidad.
Una gran lección de cine y una historia que, por momentos, llega a rozar los mismos bordes de nuestra intimidad. Que os atrape, merece mucho la pena.
En 1924 Griffith necesitaba revitalizar su carrera, no había tenido un gran éxito desde la maravillosa “Las dos huérfanas” (1921), había estado trabajando de manera constante desde entonces, pero sus películas habían tenido un alcance menor y no habían logrado tocar la fibra sensible del público. Estaba planeando una película sobre Patrick Henry cuando miembros de “Las Hijas de la Revolución Americana” se pusieron en contacto con él y le preguntaron si podría realizar una película sobre la Revolución Americana positiva y educativa, esta film es el resultado, cuando lo terminó tenía toda una lección de historia y no había ni rastro de Patrick Henry por ninguna parte. Todos conocemos la historia de la Revolución Americana, pero Griffith lo que hace es contarnos una historia de amor en la que el granjero patriota Nathan (Neil Hamilton) se enamora de la aristócrata conservadora Nancy Montague (Carol Dempster, protagonista de Griffith durante muchos años), lo que complica las cosas es el hecho de que el padre de Nancy odia a Nathan. . . Bueno, no sólo a Nathan, odia a todos los rebeldes y claro, además no ayuda nada el hecho de que cuando, durante una escaramuza en las calles de Lexington, alguien va y empuja el brazo de Nathan, lo que provoca que dispare su arma e hiera accidentalmente al padre de Nancy. Paralelamente a la historia de amor está la historia (en su mayor parte cierta) del capitán Walter Butler (Lionel Barrymore), un oficial británico renegado que siente que no le debe lealtad a nadie, con miles de indios de “Las Seis Naciones” de su lado, espera aplastar a los coloniales y convertirse en monarca de su propio imperio.
Griffith reunió todas las innovaciones del momento en la gramática cinematográfica, como el primer plano, esplendidos planos generales, maravilloso manejo de la edición para escenas en paralelo para generar tensión, y un clímax final generador de gran intensidad, creando momentos de enorme potencia dramática, como la mística presentación de George Washington (Arthur Dewey), no vemos su rostro, está sentado en un sillón, y solo vemos su mano sobresalir, mientras reflexiona sobre temas de hondura, o el vigor reflejado en la icónica carrera de Paul Revere, o como el cuerpo de un hijo que cayó en las filas estadounidenses, es llevado junto al lecho de su enfermo padre, acérrimo pro-inglés y que cree que su hijo murió por la bandera británica, y la hermana del moribundo le pone una bandera Union JacK sobre el cuerpo para hacer feliz al progenitor, estamos hablando, claro, de Nancy y de su padre.
En conjunto una buena propuesta, con picos interesantes de calidad, sobre todo en su primera mitad, en su segunda, cuando entra de lleno en el melodrama romántico flaquea un poco, pero en su tramo final, se produce una batalla-clímax fenomenal de ritmo e intensidad. Muy recomendable.
“El demonio del mar” es otra de las grandes aportaciones al cine de aventuras de Henry Hathaway, una de esas delicias que sólo disfrutas cuando te animas a desempolvar viejos títulos del cine clásico de Hollywood y más siendo que no es una obra muy conocida. Una narración cercana a la novela de aventuras del siglo XIX a medio camino entre el "Moby Dick" de Herman Melville y el "Capitanes intrépidos" de Rudyard Kipling en la que, además de todo lo que acontece en el mar, importa y mucho la relación de los tres personajes principales: un viejo marino de fuerte carácter (magnífico como siempre Lionel Barrymore), su pequeño nieto (por cierto Dean Stockwell) y un capitán dispuesto a demostrar su valía (Richard Widmark). Es una de esas películas cuidada hasta el detalle, minuciosa en la descripción de ambientes y personajes y con la que aprendes no sólo cómo es la vida en el mar a bordo de un ballenero, sino también los dilemas morales en torno al aprendizaje y formación de un niño en una época en la que las personas estaban hechas de otra pasta.
El tono pausado de esta película intimista, emotiva y desbordante de humanidad se aviene escasamente al torrente de “emociones” que se empeña en querer servirnos el cine contemporáneo, inmerso en absurdas e infantiloides batallas de superhéroes que han convertido el otrora noble género de aventuras en una factoría de productos tan estratosféricamente caros como inmediatamente desdeñables, comida basura para aplacar las necesidades más nimias, que se digiere con la misma rapidez con la que se consume. Impensable por tanto, hoy en día, en el género de aventuras, una película como la que nos ocupa, que se toma su tiempo en la presentación de situaciones y personajes primero, para desarrollar posteriormente una historia que alterna de manera ejemplar los pasajes más reposados (pero de una conmovedora intensidad) con episodios de acción desbordante, filmados todos ellos con mano magistral por Hathaway.
Un magnífico film de aventuras en el mar, uno de esos films que cuando lo ves en la adolescencia, queda grabado a fuego en tu mente. Un viaje exterior e interior, una aventura de iniciación y aprendizaje, de superación y emociones, de contacto con el mundo y con las realidades de la vida, de elecciones y de toma de decisiones. Se dirimen las luchas generacionales y el concepto educacional, enfrentando unos valores y una forma de entender la vida en conflicto con otra, tradición versus progreso, deber frente a amistad, experiencia o conocimiento que el niño ( Dean Stockwell soberbio) irá absorbiendo y decidiendo qué valores y qué patrones han de guiar en su futuro su camino por la vida, pero no es el único que aprenderá algo, aquí todos aprenden y se transforman.
Por cierto, en la lista de adaptaciones absurdas de títulos de películas al español, la de “El demonio del mar” debería estar indiscutiblemente entre las de cabeza, sin que sirva de descargo que el original, “Down to the Sea in Ships” (que, entiendo, se podría traducir como “Surcando el mar en navíos”), tampoco sea especialmente logrado y no haga justicia en todo caso a las virtudes de esta película inolvidable y conmovedora.
La película es una especie de fábula sobre un individuo (“Niño bonito” Romano) que se ve sumido en una espiral de criminalidad y autodestrucción desde que en su más temprana e inocente adolescencia su padre muere en prisión dejando a la familia sin recursos, y que al ser acusado del asesinato de un policía recurre a un abogado que siempre lo ha defendido, abogado encarnado por el siempre magnético Humphrey Bogart, fantástico en su interpretación de este íntegro e idealista abogado.
Que pena, penita, pena, pero la verdad es que ya no se hacen películas como ésta, porque ya no hay actores como Bogart, porque los ambientes no son como se nos muestran, porque es difícil conseguir ver en una pantalla atmósferas nubladas por el humo de los cigarros y porque el diseño de producción es muy distinto al que fue. El tono de la película es dramático y el desarrollo posee esa sensación de fatalidad inevitable que acompaña a todo el buen cine negro, pero lo que realmente la sobredimensiona es el personaje de Bogart, una vez más el “alma” del film pese a no ser el protagonista real de la historia, un actor capaz por sí solo de multiplicar el interés de un argumento.
Todo un clásico del cine jurídico, con un discurso poderoso, un guion sólido y unos actores y una dirección impecables, y que concluye con un inolvidable alegato de Bogart en un plano de casi ocho minutos de duración “Mientras no arrasemos los suburbios y los reedifiquemos, llamad a cualquier puerta... Y os abrirá... Nick Romano”.
Como curiosidad indicar que nunca aparece en escena el tercer personaje principal del film, es decir, Edward, el hijo, siempre omnipresente en la historia, y claro, la manera como está planteado el filme obliga cuando menos a una pregunta: ¿Por qué no vemos en ningún momento a Edward? Algún reconocido crítico, afirmó cierta vez que ese había sido un gran descuido del director George Cukor, a mi me parece que es lo mejor que pudo habérsele ocurrido, en un principio uno tiene la impresión de que el motivo era técnico, había que conseguir a diversos chicos para poder ilustrar el desarrollo de Edward desde que era un bebé hasta sus 23 años, pero enseguida uno se da cuenta de que la verdadera razón es puramente psicológica, no es Edward lo que motiva las acciones del errático Arnold Boult, es él mismo, es lo que él siente, lo que quiere tener, lo que quiere ser, por eso, él es el centro de una historia que de nuevo confirma que, si siembras vientos cosecharás tempestades.
El brillante guion, escrito por Donald Ogden Stewart, estuvo basado en la obra “Un juego en tres acciones” que Robert Morley y Noel Langley publicaran en 1948. El excelente argumento de R. Morley y N. Langley taladra la pantalla desde el comienzo con una propuesta vehemente, visceral y descarnada que G. Cukor conduce con el vigor necesario, pero también con manifiesta sutilidad, la excelente estructura del guion, la habilidad narrativa del director, su capacidad de persuasión, su facilidad para resultar convincente y ese dominio casi absoluto del ritmo convierten al espectador en parte activa del relato hasta tal punto que lo implica personalmente. Estupendo film, enormemente dirigido por Cukor, con un fantástico ritmo narrativo, estupendas interpretaciones y un gran guion, dadle una oportunidad, merece la pena.
Hay ocasiones en los que uno teme los conflictos bélicos pero, de alguna manera, ésta película (muy bien escrita por Carl Foreman, autor de guiones sobradamente reconocidos como los que dieron lugar a “El ídolo de barro”, de Mark Robson; “Hombres”, de Fred Zinnemann; “Solo ante el peligro”, también de Zinnemann o “El puente sobre el río Kwai”, de David Lean; y a la sazón, uno de los perseguidos encarnizadamente por el Comité de Actividades Antiamericanas) también nos está diciendo que la paz puede ser terrible porque en tiempos de paz, la tranquilidad se vuelve sospecha y la tensión es invisible. Descubrir quién te ha metido en un lío que puede significar tu muerte sólo tiene la solución de la prisa, y eso Fleischer no lo olvida, imprime un ritmo fantástico a una película que tenía que terminar cuanto antes porque así se lo habían impuesto. Y el director, con un tacto magistral nacido de las mismas entrañas de la escuela de rodaje rápido que era la serie B, lo consigue, sin llegar a hacernos creer que acababa de realizar una obra maestra pero sí con la seguridad de que lo que nos está contando es condenadamente bueno.
Fleischer nos ofrece una pesadilla cuidadosamente dirigida en torno a un hombre que se ve envuelto en algo que no comprende justo cuando regresa de la nada. Hay tópicos que salpican la corta y trepidante historia pero la dirección de Fleischer consigue hacernos ver que alguien muy competente estaba detrás de la cámara, y ahí, justo enfrente, nos muestra la lucha de alguien que no recuerda nada contra un enemigo invisible. No hay estrellas en el reparto que nos cieguen (aunque destaca la presencia de un futuro y excelente director que acabó sus días suicidándose, como fue Richard Quine) pero hay unos buenos pedazos de arte esperando a ser devorados en una pequeña gema de cine negro e intriga que aguarda con impaciencia a ser descubierta en la jungla del cine olvidado.
John Farrow filmó dos de las propuestas más inquietantes de cine negro con toques fantásticos rodadas en los años cuarenta, la estupenda “Mil ojos tiene la noche” (1948), en la que el mentalista Edward G. Robinson comprobaba con creciente horror que sus supercherías adivinatorias comenzaban a tener visos de realidad, y la película que hoy nos ocupa, “Alias Nick Beal”, una nueva aportación al subgénero de relatos diabólicos, que había proporcionado poco tiempo antes frutos tan magníficos como “El hombre que vendió su alma” (1941, William Dieterle), o tan simpáticos como “El diablo y yo” (1946, Archie Mayo), todo ello sin olvidar la apuesta en claro tono de comedia brindada por Ernst Lubitsch con “El diablo dijo no” (1943). No obstante, Farrow apuesta en “Alias Nick Beal” por un relato que se imbuye hasta la empuñadura en una atmósfera sombría y siniestra.
El estupendo guion de Jonathan Latimer nos cuenta, en un extenso flashback, la historia de Joseph Foster (Thomas Mitchell), un íntegro fiscal de distrito obsesionado con meter en chirona a un gánster llamado Hanson, cuando parece que no va a poder conseguirlo porque las pruebas incriminatorias han sido quemadas, Foster recibe una nota anónima de alguien que le propone citarse en el café “China Coast” si quiere atrapar a Hanson, cuando se encuentran, el misterioso personaje, que se hace llamar Nick Beal (Ray Milland), le ofrece, sorprendentemente, los documentos que en principio habían sido destruidos. Foster acepta, pero el trato al que llega con Beal no le saldrá gratis y tendrá consecuencias relacionadas con su carrera política.
Farrow traslada a la pantalla una historia en la que predominará por encima de todo la existencia de una atmósfera dominada por el desasosiego. Ayudado por una poderosa iluminación en blanco y negro de Lionel Lindon dominada por los oscuros, las sombras, contraluces y el uso de las nieblas exteriores, podremos disfrutar de un relato lleno de desasosiego, en el que se domina con acierto la mixtura de géneros. Farrow se distancia de su habitual y brillante querencia por los largos y complejos planos secuencias, utilizando con enorme habilidad la grúa, en esta ocasión apuesta por la constante sensación de asistir a un estado de duermevela, a una extraña narrativa embadurnada de vigilia nocturna, en la que asistimos a esos recovecos en los que se irá sumergiendo progresivamente ese intachable fiscal en su camino hasta convertirse en gobernador.
La película cuenta con un espléndido reparto completado por Audrey Totter, en el papel de la prostituta Donna, a quien Beal saca del arroyo para que lo ayude en su particular misión seduciendo a Foster; George Macready, como el reverendo amigo de Foster, personaje decisivo en el desenlace del film, y el gran Fred Clark, acaso desaprovechado en su rol de político relacionado hasta las trancas con la delincuencia. Pero, por encima de todos, incluso del siempre enorme Thomas Mitchell, el dueño absoluto de la película es Ray Milland, sin su interpretación, la cinta de Farrow, aunque tiene muchas otras virtudes, bajaría sin duda un par de peldaños, su “mefistofélica” y ominosa presencia y su amenazadora mirada resultan tan preponderantes en el film que, cuando no están presentes, el espectador está deseando, como pocas veces, que vuelvan a la pantalla.
Stiller se propuso realizar la “gran” película escandinava, que superara todo lo que él y su compatriota Sjöström habían realizado antes, y para ello ¿qué mejor que adaptar la primera novela de la escritora más célebre del país, Selma Lagerlöf, que había proporcionado el material de base para los filmes más destacados de Stiller y Sjöström? De modo que desde su concepción la película estuvo pensada como una obra épica de gran presupuesto. En su producción la película sufrió numerosos retrasos, alguno de los motivos fueron las reticencias de la escritora Selma Lagerlöf a la hora de permitir que Stiller adaptara su novela después de las innumerables libertades que se había permitido con otras obras suyas en el pasado (y más en contraste con las adaptaciones generalmente más respetuosas de su compatriota Victor Sjöström), al final aceptó permitir la película a cambio del firme compromiso de Stiller de ceñirse a un primer guion que era muy fiel al libro, una condición que por descontado el director no respetó en absoluto. Cabe reconocer de entrada que “La Saga de Gösta Berling” era una novela difícil de adaptar al incluir multitud de pequeños episodios dedicados a personajes secundarios alejados de la trama principal, pero lo que debió indignar a Lagerlöf no fue tanto eso como las numerosas licencias que se permitió Stiller a la hora de adaptar la trama principal, para Lagerlöf lo importante es la forma como se redimen todos los personajes después de pasar por su particular calvario, mientras que Stiller piensa la trama en términos más cinematográficos, es como si el cineasta hubiera cogido todos los elementos del libro (los personajes, el entorno y las diferentes situaciones) y los hubiera combinado a su antojo, dando más énfasis a unos y dejando otros totalmente de lado dando como resultado una película que indudablemente se parece a la obra original por contener los mismos ingredientes pero que tiene un sabor distinto.
Una de las grandes obras del cine mudo escandinavo, un largometraje que no en vano es considerado referencial, un clásico del cine mudo nórdico, patrimonio del arte cinematográfico. Una película que sabe alternar momentos íntimos de gran sensibilidad (donde Lars Hanson brilla con luz propia) con otros más espectaculares, como la emocionante persecución de los lobos a los protagonistas a bordo de un trineo o la célebre escena del incendio de Ekeby, que Stiller se sacó un poco de la manga para filmar una secuencia espectacular en la que el pobre Hanson acabó quejándose en vano al director de que temía peligrar su integridad física si seguía haciendo más tomas. Curiosamente la película no causó una gran impresión en Suecia, pero sí en el extranjero, allanando el camino a Stiller como uno de los grandes directores del mundo, capaz de hacer películas tan espectaculares como prestigiosas.
Basada en una conocida novela de Abbe Prevost, desarrollada originalmente a finales del siglo XVIII, esta película es uno de los más valiosos exponentes en la filmografía de un realizador especialmente singular para el cine francés: Henri-Georges Clouzot. Una historia de amor extrema, un turbador relato de amor enfermizo que crea una atmósfera asfixiante donde los personajes parecen atrapados por su enfermizo amor, un amor desgarrado donde la “femme fatale” es un demonio que manipula a su antojo a su enamorado que aunque sabe que es mala se lo perdona todo, es una relación sadomasoquista en que ella lo tortura y él lo aguanta, una relación autodestructiva en medio de este clima asfixiante.
Con su habitual maestría para la puesta en escena Clouzot construye una narración angustiosa y oscura, que resulta realzada por el empleo de una fotografía consecuente dominada por la sordidez moral de los ambientes y los personajes. Las interpretaciones funcionan bastante bien, aunque sin ser fabulosas, destacando la pequeña y caprichosa Manon, bien encarnada por Cécile Aubry. Buen guion adaptado, con algunas frases y diálogos notables, y que nunca renuncia a la dureza y tosquedad que requieren las situaciones presentadas, dando así veracidad a lo que se narra. A resaltar el tramo final, es sobrecogedor, son veinte minutos de gran cine, de una intensidad dramática soberbia, y rodados con maestría, con unos hermosos planos generales que muestran a los emigrantes arrastrándose por el desierto, son secuencias que parecen sacadas del antiguo testamento, y en las que los personajes aparecen, más que nunca, sometidos al dictado de un destino cruel, desesperado.
Kurosawa
como su propio título en castellano nos indica trata del duelo
silencioso, el que sufre el protagonista, obligado por su personalidad
noble a mantener oculta su enfermedad por temor a la condescendencia de
los demás, prefiere sufrir en su interior el sufrimiento, ello conlleva
el otro sacrificio, el que se hace por amor puro, el que obliga a dejar
lo que más se quiere por no ser un lastre para el ser querido. Esto
sirve para tocar el tema humanista de los valores morales, de la
solidaridad, de la generosidad, haciéndonos reflexionar sobre qué
haríamos nosotros en su lugar. Un protagonista estoico que se expresa a
través de su decaído rostro de su proceder estoico, cargando sobre sí
como una losa su infortunio, desdicha que puede ser vista como una
metáfora de lo que sufría Japón por entonces, humillada por haber
perdido la guerra y ser un país ocupado por una nación extranjera, bien
puede ser la sífilis alegóricamente Estados Unidos, donde los ciudadanos
son obligados a múltiples sacrificios por el bien común.
Una obra ambiciosa y audaz, fruto como ya comentamos del empeño de Douglas Fairbanks (intérprete, guionista y productor), quien tuvo el buen juicio de rodearse de un triunvirato genial, compuesto por Raoul Walsh en la dirección, Mitchell Leisen en el diseño de vestuario, y William Cameron Menzies a cargo de los decorados. Walsh se nos muestra ya como un director especialmente dotado para la narración, con su tradicional dominio del ritmo y de la plasmación en imágenes de una historia cualquiera. En cuanto al vestuario y a los maravillosos decorados, se opta por recrear un mundo de ficción, en el que no importa si las murallas son desmesuradas, si los vestidos anacrónicos o la arquitectura irrealizable, en efecto, es en el mundo de la fantasía y la aventura en el que estas cosas carecen de importancia, en el que es posible derrotar a la muerte con una manzana, ver el futuro en un cristal o volar en una alfombra, y también donde al final siempre triunfan el bien y el amor.
Un espectáculo visual y narrativo de primer orden al que benefician además la cuidada edición del guion, escrito entre Lotta Woods, Walsh y Fairbanks, el cual toma de referencia literaria varios cuentos más o menos relacionados entre sí por un nexo común, y la composición de una notable partitura musical que acompaña todo el metraje (dicha banda sonora resultaba un añadido extra en las proyecciones que tuvieran lugar en los lujosos cines de las principales ciudades de Europa y EE.UU., si bien se ha conservado íntegra y ha podido ser disfrutada por espectadores de otras generaciones). "El Ladrón de Bagdad" sigue siendo una obra inmortal de la Historia del cine, divertida y mágica, y una prueba irrefutable del talento, el genio y el gusto por contar historias de ese pionero llamado Raoul Walsh. Una absoluta obra de arte esta película de 1924.
El punto de partida de “Relato Criminal” es contarnos como un agente federal intenta apresar al criminal más buscado por las autoridades, un gangster al que algunos ciudadanos miran como un auténtico héroe, protegido por uno de los mejores abogados de la ciudad siempre logra evadir a la justicia gracias a las argucias legales más rebuscadas jamás imaginadas, la única forma de meterlo entre rejas es conseguir su libro de cuentas (el verdadero, evidentemente) y condenarlo por evasión de impuestos. Nos ofrece como protagonista no a un duro detective sino a alguien potencialmente tan poco carismático como un agente del Tesoro (ya me perdonarán los lectores que trabajan en dicho departamento), que responde al nombre de Frank Warren (un muy inspirado Glenn Ford), tal y como indican los rótulos iniciales, lo que pretende la película es reivindicar a esas personas que hicieron un trabajo tan duro por el bien de la sociedad y que no son suficientemente recordadas.
El enfoque que Lewis la da a la historia es inmejorable, la película trata de darnos a conocer a esos héroes anónimos que meten entre rejas a delincuentes súper conocidos, para ello opta por un enfoque a mi juicio muy acertado, mientras que que somos testigos en todo momento de lo que hace el agente federal, la cara del delincuente en cuestión nunca nos es desvelada, viéndole únicamente, y de lejos, al inicio y al final de la película. Y, por descontado, aunque aquí la clave sean los balances de cuentas, en un filme sobre gangsters no pueden faltar los tiros y las escenas de suspense, el gran mérito de los guionistas y el director es conseguir un balance bastante equilibrado entre dichas secuencias de corte más policíaco con aquellas de tipo más realista, en que los protagonistas batallan infructuosamente contra una organización criminal demasiado poderosa para ellos, comandada por «el Gran Hombre», cuyo rostro nunca vemos.
Joseph H. Lewis es el cerebro en la sombra con su nada grandilocuente realización, pero haciendo gala de una pericia que ya quisieran otros. Con un dominio perfecto del ritmo, adornado en algunos momentos de movimientos de cámara arriesgados y atrevidos para la época, Lewis nos introduce de lleno en la más que interesante trama de la película, una trama que se vuelve oscura y violenta según va avanzando, incluso se permite el lujo de cambiar un poco de tono, sin que esto dañe lo más mínimo al film, me refiero al momento en el que el personaje central está perdido porque se cree vencido por el sistema, al no poder hacer nada contra las amenazas que ha recibido por continuar con sus actividades, instante ese en el que Lewis nos habla de que nunca hay que tirar la toalla si creemos que hacemos lo correcto.
Una excelente película, pienso que no está nada mal pasar una buena tarde viendo un clásico del tipo de “Relato criminal” que, sin ser obra maestra, sí es una obra de factura intachable, incluido el guion.
Es la última película argentina de Fregonese previo a su periplo hollywoodense. Sin el expresionismo lumínico propio del cine negro hollywoodense, Fregonese y Roque Giacovino (director de fotografía) se preocupan por hacer de la profundidad de campo y los planos contrapicados una marca de estilo que determina el tono del film. Con tono melodramático pero cargada de visión social, la propuesta de Fregonese recorre los caminos tortuosos de la delincuencia y propone la acción con sentido crítico y con tensión, con notable fluidez expositiva y manifiesta gran capacidad para solventar todos los problemas derivados del complejo tratamiento psicológico de los personajes que aborda. Y la intriga no está reñida con un guiño que hace al espectador para que éste siempre sepa que la fatídica cuenta atrás, inexorable y dramática, fatalmente terminará llegando a su destino.
Un prodigio narrativo que potencia un guion que sabe eludir con elegancia todos los clichés del género. Un excelente film de Fregonese con una actuación soberbia de Jorge Salcedo (José Morán), pero además del protagonista, el film brilla por un grupo de actores secundarios notables que interpretan a la particular fauna carcelaria: Sebastián Chiola, Nathan Pinzón y Homero Cárpena forman un trío memorable de presos, asimismo, Tito Alonso, como el hermano de José Morán, encaja a la perfección en su rol de hermano honesto que debe aceptar una ayuda de su hermano, aunque luego éste empiece a creer que lo traiciona. Un súper clásico del cine policíaco argentino, una gran película se mire por donde se mire, para no perdérsela.
El papel de Ryan es genial, tanto en lo físico como en lo artístico, ayudado por su antigua condición de boxeador en la vida real, muestra una crudeza visual en su rostro, miradas y movimientos escalofriante y no le cuesta el menor trabajo hacerse con la cámara de Wise y completar una de las interpretaciónes más brillantes se su carrera. Pero el film va más allá, es un producto que brilla en todas las demás facetas, la ambientación es pletórica, los blancos y negros puros mezclados con esos tonos blanquecinos que aparecen durante todo el metraje otorgan una visualidad que hace las delicias del espectador, el combate, en tiempo real, es filmado como muy pocos otros en la historia del cine: los ángulos, el sudor, las miradas de Ryan, la respuesta de su rival Nelson (excelente también Hal Baylor), la brutalidad de los intercambios… y todo ello aderezado por un público que ve el duelo cada uno a su manera y a cual más extravagante e inquietante. Pero Wise no espera a llegar al ring para empezar a hacer gran cine, para comenzar su obra de arte, ya antes se mete en las tripas de este mundo, en sus vestuarios donde podemos ver como van desfilando ante la cámara jóvenes y veteranos, perdedores y ganadores, hombres con ilusiones y hombres en el ocaso, y no solo de sus vidas deportivas.
Extraordinaria película, un claro ejemplo de los magníficos resultados de la serie B norteamericana y de como con cierta libertad y pocos medios un director era capaz de realizar obras de gran calidad. Una obra maestra: utilización de la cámara, planificación de las escenas, perfección en la progresión narrativa, dirección de actores sublime… Sencilla y compleja a la vez, modesta económicamente, pero no artística ni intelectualmente, "Nadie puede vencerme" deja para la posteridad su durísimo pero bellísimo mensaje humanista sobre la supervivencia de perdedores entre sueños de felicidad.
Mark Robson realizó a finales de los años cuarenta una de las primeras grandes obras del género pugilístico, una de las cintas más famosas que existen sobre boxeo, al lado de films como 'Toro salvaje ('Raging Bull', Martin Scorsese, 1980) o incluso 'Rocky' (id, John G. Avildsen, 1976), sin olvidarnos por supuesto de 'Nadie puede vencerme' ('The Set-Up', Robert Wise, 1949) o 'Cuerpo y alma' ('Body and Soul', Robert Rossen, 1947). La película está basada en un relato de Ring Lardner que escrita por Carl Foreman (primer éxito de este consagrado guionista destacado en la década de los cincuenta por películas de la talla de “Sólo ante el peligro (1952)" o "El puente sobre el río Kwait (1957)") nos relata la historia de Midge Kelly, un ambicioso y egocéntrico boxeador de descendencia humilde que hará todo lo posible por conseguir a toda costa su ansiado ascenso hacia el mundo del poder y la fama.
Robson mezcla de una forma magistral cine negro, drama, y sub-género pugilístico, fue la película que consagró definitivamente a Kirk Douglas como una estrella, con una interpretación arrolladora, intensa, iracunda, adornado todo esto por su fisicidad en los combates lo elevaron al status máximo en la Meca del Cine. La historia nos muestra cómo la miseria puede ser el motor para la codicia, ambición, materialismo, y ello puede derivar en la autodestrucción, al echarle al mundo la culpa de tus males, todos terminan por convertirse en sospechosos de tus padecimientos, esto es la energía del protagonista, esta es manejada de modo tóxico para alienar todo lo que se le acerca, para viciarlo, para exterminar lo que obstaculice su elevamiento al éxito, el dinero, la fama, el favor del público, éxito que está en tener lo que nunca has tenido, y cuando lo tienes desecharlo, ejemplo las mujeres que toma y aparta en cuanto le son suyas, en una insaciable carrera por demostrar que él puede tener lo que se le supone le es negado, una travesía por la que irá perdiendo la integridad, la nobleza, la honestidad, ganando la traición, la deslealtad, la ingratitud, una caída al abismo de la degradación moral, y todo esto retroalimentado por los traumas de la infancia, los que le marcaron trágicamente. Una reflexión ácida sobre el sempiterno “Sueño Americano”, sobre la deshumanización del Vellocino de Oro del triunfo, un enfoque amargo sobre las anheladas mieles del éxito, de cómo en estas ansias de tener más y más puedes por el camino ir perdiéndolo todo.
Un ejemplo perfecto de cómo se realizaban en aquella época las películas: descripción extraordinaria de personajes (sin enfatizar) y un desarrollo de la trama ágill, describiendo la típica historia de ascenso fulgurante y caída estrepitosa de su protagonista. Todo un puñetazo en la mandíbula del mundo podrido del boxeo y el deporte en general cuando se convierte en negocio; la avaricia, el orgullo y demás pecados capitales quedan perfectamente retratados en este espléndido film pugilístico que supuso para su protagonista una de las pocas nominaciones al oscar que tuvo en su dilatada carrera. Por cierto, el título en español, “El ídolo de barro” (no el inglés, “The Champion”), es uno de los pocos ejemplos (no recuerdo otro) de que alguna vez el cambio en este sentido ha sido acertado, y es que esta es una metáfora sobre como el éxito puede tener los pies de barro, puede ser frágil y superficial.
Keaton demuestra un gran dominio del tempo de la comedia, aquí es un pionero en hacer cine dentro del cine, algo que han copiado muchos desde entonces, me vienen a la memoria “la Rosa Púrpura Del Cairo” o “El último Gran Héroe”, con un tramo onírico que ocupa la mayor parte del metraje, con un despliegue de imaginación visual antológico, con trucajes milimétricos que asombran por su nivel de perfección, con escenas que perduran en la memoria por siempre, un trabajo de cámara extraordinario con planos y tomas sublimes, imprimiendo un ritmo frenético que hace se te pase la cinta en un suspiro, y se te queden ganas de volver a verla. Una más que amena película que mezcla humor, acción, intriga romance y lirismo, todo ello con un equilibrio soberbio.
Por cierto, Buster Keaton siempre rodó sin dobles, por muy peligrosas que fueran las escenas, aquí no fue una excepción, en esta llegó él a hacer de doble del motorista que cae al suelo, pero durante la filmación de la secuencia en que queda colgado de la tubería-caño del tren, termina cayendo por el empuje del agua provocándole una lesión de cuello con la que arrastraría para siempre ataques de migrañas.
Melville llega al tope con lo mínimo, una estancia, tres personajes en manos de tres actores que redefinen la interpretación, un reloj que no deja de sonar y una fotografía austera pero narrativa y hermosa como muy pocas, eso le basta para trasladar la guerra a una insignificante habitación olvidada en un recóndito pueblo francés. La premisa es sencilla: Un soldado alemán se ve obligado a hospedarse en casa de un anciano y su sobrina, quienes a su vez se ven obligados a hospedar al soldado, Melville traslada la ocupación alemana en Francia a una insignificante habitación, la guerra se desarrolla en un terreno donde sólo habrá un arma: el silencio, y aquí tenemos la clave que diferencia la película de Melville de cualquier otra visión cinematográfica de la guerra: no hay armas, no suenan las sirenas, no hay gritos, sangre, hambre, violaciones, ni amenaza alguna, no hay desesperación ni gloria, solo hay silencio luchando contra las palabras del soldado, la resistencia francesa es muda, intelectual, psicológica, obstinada y hostil, el discurso alemán en voz del soldado es sincero, culto, ingenuo y totalmente imposible.
La belleza que aún hoy destila la película proviene de sus imágenes, poéticas, emotivas, depositarias de una turbadora delicadeza. Aparte de los largos monólogos del oficial nazi Werner Von Ebrennac, gran admirador de la cultura francesa (Howard Vernon), o la voz en “off” del paisano francés (Jean-Marin Robain) en cuya casa se aloja el oficial, la cinta es una sinfonía de gestos y miradas, de palabras y silencios, de detalles escénicos que definen a un personaje, a una situación, recordemos, por ejemplo, los clásicos que conforman la biblioteca del paisano francés, la tétrica presencia del uniforme del oficial nazi, o la breve interpretación del alemán al órgano que le aproxima, aunque sea por unos minutos, a los propietarios de la casa, son instantes que no sólo cumplen una función narrativa, sino metafórica, como pequeña muestra de un conflicto mucho más profundo.
Gran película, gran debut, punto de influencia, original… vamos puro clásico, que no cabe en una crítica y que merecería todo un libro. Nadie ha vuelto a contarnos la guerra así, y nadie lo hará.
Espectacular esta épica segunda parte de esta Obra Maestra que fue “Los Nibelungos”, con dos partes muy diferentes, mientras la primera era un cuento de aventuras, donde la lealtad y la traición eran el motor de los personajes en esta segunda parte (para mí incluso superior, te deja más huella) la venganza más enfermiza se adueña del relato, el expresionismo alemán es un personaje más que sirve para introducirnos en el clima irrespirable. El argumento gira en torno a Krimilda hija del Rey de Worms, Gunter, y también viuda de Sigfrido, que trama un plan para vengarse del asesino de su marido, Hagen Tronje, que lo hizo mandado por Gunter, ella primero se casa con Atila, Rey de los Hunos, y para celebrar el nacimiento de su hijo celebra una fiesta a la que invita a su familia, con la que viene Tronje y en la celebración piensa desatar su encarnizado plan. La cinta está marcada por un halo de tragedia que lo impregna todo, donde el dolor traspasa la pantalla, es una radiografía del eterno sentimiento de uno de los instintos básicos del hombre como es la Venganza sin importar que te deshumanices por ello, pues en realidad se parte desde el hecho que el sufrimiento te ha extirpado el alma provocándote un vacío solo rellenable con el resarcimiento de la sangre enfrentado al otro sentimiento que es el Honor, los dos chocan derivando en este intenso drama.
Una de las obras maestras del cine mudo y del cine en general, una obra de arte en la que están representadas las corrientes artísticas del momento, con unos planos majestuosos llenos de fuerza y tragedia, una banda sonora creada especialmente para la película y que es, ella sola, una maravilla, y un final que todavía hoy te deja asombrado. Una auténtica gozada de película.
“El Tenorio Tímido” no es una comedia pura sino más bien una tierna historia de amor adornada con un pequeño surtido de gags cómicos, la premisa es aplastantemente sencilla: Harold es un joven que vive en un pequeño pueblo y que es enfermizamente tímido con las mujeres hasta el punto de ser incapaz de relacionarse con las chicas del pueblo o poder dirigirles la palabra sin tartamudear, sólo deja de tartamudear cuando alguien toca un silbato, en una especie de intento por compensar esa incapacidad, Harold se dedica a escribir un libro, “El secreto de hacer el amor”, libro en le que el introvertido aprendiz de sastre, relata sus imaginarias aventuras amorosas con una serie de mujeres de todo tipo, un experto en las lides femeninas que tiene "rendidas a sus pies" a cuantas chicas desea y quiere convertirse en instructor de aquellos que deseen trasegar en las aventuras amorosas a la manera de Don Juan. Cuando se dirige en tren a la ciudad para llevar su manuscrito a un editor, Harold conocerá a Mary, una simpática joven de familia elegante, en el trayecto ambos se enamorarán pero no se atreverán a manifestar abiertamente sus sentimientos, sobre todo Harold, que no quiere pretenderla hasta que sea un hombre de provecho a la altura de la posición de ella.
Podéis decir lo que queráis pero yo compré el libro que publica el gafitas en la película y… que queréis que os diga, muy bien, muy bien no me ha ido, sigo soltero, pero pensándolo bien, que narices, me ha ido de maravilla, y si ellas se ríen es porque, en el fondo, se saben derrotadas. Y si os ponéis a pensar, a él tampoco le va nada mal, al fin y al cabo se lleva a la chica ¿no?, aquí de lo que se trata es de no darse por vencido, con estrella o estrellado, el gafitas avanza y arrasa con todo lo que encuentra bajo su paso, igual que Atila. Que al muchacho le cuesta arrancar y se atasca? !Vaya problema!. En cualquier chino encontraréis un montón de silbatos por menos de un euro, y este consejo es gratis.
“Pasaporte para Pimlico” es una comedia británica producida por los célebres Estudios Ealing que Sir Michael Balcon dirigió entre 1938 y 1958 y que permitieron la producción de las mejores películas inglesas de la posguerra, desde “Al morir la noche”, “Ocho sentencias de muerte”, “Oro en barras” o “El quinteto de la muerte”. Michael Balcon había sido también el productor de las primeras películas de Hitchcock, como “El asesino de las rubias” o “39 escalones” y de “Hombres de Arán” de Flaherty.
“Pasaporte para Pimlico” es el primer largometraje de ficción dirigido por el veterano Henry Cornelius, cineasta inglés nacido en África del Sur y de familia alemana que había sido alumno de Max Reinhardt en Berlín y que emigró primero a Francia y luego a Gran Bretaña con la llegada al poder del nazismo. Su carrera la inició en el cine como montador y director de producción dirigiendo numerosos cortometrajes sobre la guerra en África del Sur. “Pasaporte para Pimlico”, que tuvo un gran éxito en el momento de su estreno en 1949, le permitió afirmarse como un excelente artesano de la escuela clásica del humor británico. En Francia el éxito fue tal que la película se mantuvo cinco meses en cines de estreno, lo que constituía todo un récord.
Con un brillante reparto coral, su protagonista es la comunidad de vecinos de Pimlico, un barrio londinense que un buen día descubre un documento de la edad media según el cual los habitantes de ese barrio son descendientes del ducado de Borgoña. Con un humor típicamente inglés y a partir de esa premisa absurda Cornelius se ríe del nacionalismo y va construyendo con aplastante lógica toda una serie de disparates administrativos, muy poco razonados, que llegan hasta a declarar la independencia del barrio y la apertura de fronteras y de aduanas para combatir el estraperlo.
Destaquemos en el reparto la presencia de grandes actores del cine inglés como Stanley Holloway, que fue dos años después cómplice de Alec Guinness en “Oro en barras” y pintoresco padre de “My Fair Lady” de George Cukor. Entre ellas señalemos la inolvidable Margaret Rutherford, gran dama del cine inglés que es aquí una experta en manuscritos antiguos y que se hizo célebre sobre todo por su interpretación de Miss Marple, la detective con faldas de Agatha Christie.Una deliciosa comedia, de esas que ves con una continua sonrisa y que cuando termina te deja un muy buen sabor de boca, además, toda una guía infalible para crear tu propio estado independiente, se acabaron los pesados referéndums, las cartillas de racionamiento y la molesta policía, con la guía Cornelius podrás pertenecer orgulloso a un territorio propio y administrarlo como quieras.
Otra joya más de la Ealing. Y van...
Toda una ruptura con la comedia imperante en sus días, de diálogo ágil y enrevesado, y una reivindicación de la desusada comedia del gag visual y la pantomima. Una encantadora comedia eminentemente visual, con una utilización liviana de los diálogos, pero con un manejo del sonido incidental perspicaz sobre todo en lo referente a animales, perros, caballos, ocas, abejas, y con una narradora singular, una genuina anciana encorvada que de vez en cuando aparece tirando de una cabra y fabulando sobre su pueblo y sus gentes. Tati expone un lugar idílico, con exposición de personajes divertidos, tiernos, traviesos, y sobre todo vitalistas, aporta en su guion un agudo sentido de la observación para retratar el costumbrismo de un entorno rural, con un naturalismo evocador, y lo transmite al espectador con un humor de mueca, no de carcajada, de los que te dejan con un regusto dulce duradero, con elaboración de slapstick que van de menos a más, con situaciones que beben del humor físico, con un tramo final impresionantemente coreografiado.
Tati basa su historia en arremeter sutilmente contra lo pernicioso del estilo occidental que estaba por llegar, un modo de vivir rápido, mecánico, burocrático, sin alma, sin contacto humano, sin corazón, se gana en eficacia y se pierde en Vida. El alter ego de Tati, es François, ejemplo de tipo tranquilo, despistado, amable, hace su labor sin prisa, si tiene que parar a ayudar a alguien se para, se para a charlar, y al querer cambiar de modo de comportarse choca con su propia Condición Humana, la cabra siempre tira al monte. Asimismo hay una mordaz referencia al estilo de vida americano, por lo menos al que se imaginaba que era, una sociedad moderna altamente avanzada en tecnología, y en frente la contemplativa sociedad rural francesa.
Aunque esta película se rodó en el período culminante del ciclo clásico del cine negro, no lo es del todo, aunque tome de él ciertas características, ya sea en la forma de filmar o en el desarrollo de la historia misma. A decir verdad, esta pequeña película toma prestado de muchos subgéneros del cine policial, es una película policial, una historia de misterio y con un poco de suspense. Lewis R. Foster, un veterano que empezó su carrera en la época del cine mudo, la verdad es que no dejó mucho a la posteridad, “Manhandled” es su trabajo más conocido y bajo mi humilde punto de vista, su mejor película, su restante filmografía es bastante prescindible, pero en su defensa siempre podemos decir que nunca ha trabajado en películas de gran presupuesto, pero claro, si nunca se le confiaron proyectos muy ambiciosos, quizás sea también porque se conocían sus límites en términos de dominio técnico.
Una interesante y poco conocida película que pienso se merece que le concedáis una oportunidad.
En su momento, la magnífica 'El último refugio' ('High Sierra', Raoul Walsh, 1941), supuso en cierto modo un cambio bastante acentuado en el género, dando por terminado, por así decirlo, el cine de gangsters que tantos buenos éxitos cosechó en los años 30. El propio Walsh realizó un remake del film en clave de western, la novela de W.R. Burnett sirve de base a un guion que, a diferencia del film de 1941, esta vez no está escrito por el propio autor del libro, sino por John Twist y Edmund H. North, quienes para sorpresa de todos escribieron un libreto que alcanza la perfección mejorando el trabajo de Burnett. El fondo es idéntico, Raoul Walsh filma exactamente lo mismo, triángulos amorosos, traiciones, amistades surgidas en extrañas circunstancias y sustentadas en otras más raras aún, lealtades, egoísmos, fatalidades y un largo etcétera de singularidades humanas que ya plasmara en su anterior obra, por rodar rueda incluso un final similar. Sin embargo si algo hay algo diferente en esta nueva versión ese algo es el reparto interpretativo, y principalmente en su papel protagonista, indudable es que Joel McCrea tiene el nivel suficiente para representar a cualquier personaje del lejano oeste y más en particular el de un forajido solitario, curtido en mil batallas y con un fondo honorable que le hace intentar buscar un mejor destino, incluso esa frialdad de la que se le acusa, y no solo en este papel, creo que le hace bien a su personaje, Wes McQueen, un tipo que durante la película es preso, perseguido, traicionado, golpeado por la fatalidad, desengañado sentimentalmente y una interminable lista de desgracias a las que en gran parte sobrevive gracias a eso, a esa pasividad y pasotismo que le hacen mirar siempre hacia delante, eso sí, con el revólver en la mano.
Creo que no hay otro género, aparte del cine negro, que consiga influir tanto en los espectadores como el western, uno se pone a ver una película, y por regla general, siempre va con los "buenos", pero en el caso del western (y como ya he comentado, del cine negro) la película es capaz de transformar la opinión del espectador y convertir a los malos en buenos y viceversa, de otra manera es complicado imaginar como en una película los "héroes" son una pareja de forajidos, en el western es posible, y de hecho es maravilloso. Es magnífica la sensación que se le queda a uno cuando ve este tipo de películas, porque se da cuenta de muchas cosas, de la grandeza de un director o unos actores, de la preciosidad del género, de lo fantástico que es el cine clásico... Pero sobre todo de como puede sorprenderte tanto una película así. Una película sobre amor, sobre complicidad, porque el western también entiende de sentimientos, de hecho casi me atrevo a decir que es un género que se rige por sentimientos.
Obra maestra del western, una joya del maestro Raoul Walsh con su característica vitalidad y su gran fuerza a la hora de contar una historia. Walsh le imprime esa fuerza y ese ritmo que tenía todo su cine, es una película que siempre va hacia adelante, con una historia rodeada de un lirismo y una tragedia penetrantes en los personajes, al igual que ese destino que se apodera de ellos a medida que avanza la película y que ellos no entienden muy bien por qué. Sin duda estamos ante una de las grandes obras maestras del western y del cine, un film lleno de fuerza y de ritmo, una historia perfectamente contada y llena de vigor y emoción.
En 1947, Hollywood aprueba una subida de impuestos para la exportación de films, lo que obligará al gobierno británico a exigir un aumento de las producciones nacionales, la emblemática Ealing jugará un papel esencial, los estudios, al ver llenos sus platós, deciden realizar un proyecto donde predominen las escenas en exteriores, y para dirigirlo deciden confiar en un joven americano de origen escocés, que hasta entonces se encargaba de realizar storyboards y guiones, llamado Alexander MacKendrick. Tras trabajar para el gobierno británico durante la Segunda Guerra Mundial e incluso rodar escenas para "Roma, ciudad abierta", MacKendrick consigue "trabajar para sí mismo" y comienza a desarrollar su faceta más creativa dirigiendo "Whisky a go-go (Whisky Galore)", hace uso de sus vivencias en el Ministerio de Información británico y elabora una maravillosa comedia ambientada en la tierra en que nacieran sus padres.
“Whisky a go-go” forma parte de ese tipo de comedia elegante, inteligente, sutil, satírica y, a veces, teñida con pinceladas negras que se daría en dicha compañía después de la Segunda Guerra Mundial, de esas comedias que no te quitan la sonrisa de la boca. El argumento de la película parte de una premisa sencilla: en una pequeña isla escocesa sus habitantes, sobre todo los hombres, están deprimidos y con tristeza perpetua, no solo por los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, sino porque una de las consecuencias es que no llega whisky a la isla, esa bebida, de tradición gaélica y con muchos ritos a su alrededor, casi sagrada, es su elixir de la vida; entonces un barco naufraga, el Cabinet Minister, y su tripulación abandona dicho barco antes de que se hunda, pero antes informa a uno de los habitantes de su carga: 50.000 cajas de whisky. Y la sencillez envuelve un relato contado de una forma especial, no solo mantiene la sonrisa constante sino que encierra un pequeño universo, esa isla y sus habitantes, y la cámara pasa con virtuosismo documental por cada uno de los rostros y los quehaceres diarios del lugar pero con notas visuales y gotas de poesía y belleza, un universo que muestra la unidad de la comunidad para la consecución de un objetivo: la obtención del whisky y sortear a las autoridades aduaneras para que no descubran el cargamento “prestado”, tras la denuncia de un responsable capitán inglés Waggett (Basil Radford), que se encarga, infructuosamente, de mantener el orden público en la isla.
Es una película plagada de personajes maravillosos que protagonizan momentos colectivos o individuales que insuflan alma a ese universo creado por MacKendrick. Impagable esa madre severa y creyente que domina a su hijo pelirrojo, el maestro del lugar, o ese padre desolado por la falta de alcohol, que cuenta con dos jóvenes hijas casaderas, inteligentes y alegres, o el mismo capitán Waggett con su obsesión por el orden y su soledad, que incluso choca con su silenciosa esposa (que intenta advertirle, con cariño, sobre su actitud y que trata de transmitirle si es necesario ser tan estricto… y al final no podrá evitar la carcajada ante las vicisitudes del esposo) y con el sargento Odd, que le obedece con respeto y cariño, pero sorteando sus órdenes y siendo testigo de cada metedura de pata, o ese entrañable anciano enfermo, que milagrosamente recuperará la salud con el elixir, y su camaradería con el vigoroso doctor barbudo del pueblo… La propia isla forma parte de ese universo ficticio e idílico: los acantilados, la cueva donde esconden el cargamento, la mar brava, el tiempo frío, las casas, la iglesia, las tiendas, la taberna, los lugares de reunión… y el sentido de la fiesta y la celebración, del estar todos juntos, que culmina en esa fiesta ritual donde beben, cantan y bailan para festejar la pedida de mano de dos jóvenes parejas.
Humor inglés de verdad, del que se extrae directamente de la médula, que inocula su aroma de principio a fin en esta magnífica comedia, que es capaz incluso de levantar a los muertos de su tumba, para permitirles ejecutar otro penúltimo brindis, en honor a ese preciado líquido, savia vital de la vieja escocia. Si el Titanic en su vulgar grandeza ha sido merecedor de tanta tinta y celuloide, ¿Acaso es justo que el trágico hundimiento de este insigne buque bautizado "Cabinet Minister", con su valiosa carga, tan solo haya sido referenciado en esta, por otra parte, genial película?
En 1974 pensar en hacer cine negro era considerado casi como una locura, el mundo había cambiado y ya nadie quería hablar de Sam Spade. Robert Evans quien en esa época era el mandamás de Paramount Pictures y había insuflado de vida al moribundo estudio después del éxito de “El padrino”, contactó con el guionista insigne del Nuevo Hollywood, Robert Towne. la idea era hacer “El gran Gatsby” y para eso el productor le ofreció a su tocayo 150 mil dólares, el escritor le dijo que el no estaba interesado en competir con Scott Fitzgerald y le recomendó dejar quieto a los clásicos, le comentó al bueno de Evans: “Más bien hagamos esto, me das 25 de los grandes y yo te doy a cambio una historia que estoy escribiendo, es un policial y se llama Chinatown”, Evans aceptó y no se equivocó, tampoco se equivocó pasándole el proyecto a Polanski.
“Chinatown” es oscura, impetuosa, elegante, cautivadora, digna... No es un homenaje ni un simple tributo a los grandes clásicos de los años cuarenta y cincuenta, se homenajea a sí misma, establece sus propios códigos y transgrede los ya preestablecidos, no es "El Halcón Maltés", no es "El Sueño Eterno", no es "Perdición", pero nunca pretendió serlo y por ello nunca vivió a la sombra de aquellos mitos. Cada escena fue construida como si fueran las piezas de un rompecabezas, todo encaja y es coherente, es una obra maestra imperecedera, dirección, música, interpretaciones, y guion se mueven juntos, como dos personas sincronizadas que bailan un vals, giran, tuercen, se mueven y a pesar de todo, se mantienen unidos, creando algo indivisible que crea la atmósfera perfecta para generar los sueños, sueños como “Chinatown”. Es indivisible Jack Nicholson de Faye Dunaway, la música de Jerry Goldsmith cosida a esta cinta, el espléndido guion de Robert Towne, la presencia inquietante de John Huston, la habilidad con la cámara de Roman Polanski, el maravilloso tecnicolor… es, el vals perfecto.
En
1949, bajo el auspicio de esa extraordinaria productora británica que
fue la Ealing, Robert Hamer adapta muy libremente, junto a John Dighton,
la novela eduardiana “Israel Rank”, de Roy Horniman. Pieza clave dentro
del humor negro británico, este film ilustra cómo un joven sin
escrúpulos eliminará a ocho parientes (todos ellos interpretados por un
genial Alec Guinness) que se interponen entre él y la herencia familiar,
planteada como si de un ballet se tratara, cada una de las muertes es
un prodigio de ingenio, observada con una mirada tan lúcida como
irónica.
Son muchos los responsables del magnífico resultado de este film, comenzando por ejemplo por la autora de la historia en que se basa, la exiliada rusa Ayn Rand, y no en su condición de autora del libro original (un poco pesado bajo mi punto de vista) sino porque, exigiendo absoluta responsabilidad como adaptadora del mismo, no dudó en concentrar sus más de 700 páginas, abundantes en las digresiones propias de quien se toma todo el tiempo del mundo para expresar sus ideas sin rendir cuentas a nadie, en un guion espléndido, que destaca por una increíble concisión de conceptos y personajes. También habría que hablar, por supuesto, de un reparto en estado de gracia, o de un director de fotografía formidable, Robert Burks, que no necesita enfatizar nunca las luces para crear la atmósfera necesaria, no por nada enseguida se convertiría en el iluminador favorito de Hitchcock, o de un músico, Max Steiner, que compuso un tema central indudablemente altisonante, que suena una y otra vez amenazando con hacerse cansino o cargante, pero que consigue transmitir a las imágenes la obsesión sonora que estas requieren.
Ahora bien, el responsable principal que obra el prodigio de hacer que una historia tan peligrosa se convierta en la fascinante sinfonía que es tiene un nombre, y es el de su director, King Vidor, uno de los grandes creadores del cine. Si una de las aportaciones fundamentales de Hollywood a la narración visual fue la economía narrativa, la capacidad para sugerir el máximo con el mínimo de elementos, “El manantial” seguramente sea uno de sus ejemplos emblemáticos, estamos ante una película en la que cada plano informa o sugiere, define o relata, sin perder el tiempo en nada que no sea absolutamente necesario, uniendo de modo genial una escena con otra, encadenando momentos que aportan nuevos datos a lo que acaba de contarse, y todo ello con un sentido expresivo que no proporciona un momento de respiro al espectador.
La película es emocionante en todo momento, todo el film es una evidente declaración de principios sin tapujos ni disimulo de lo que nos va a contar: Un hombre integro en sus convicciones, orgulloso de serlo, y con la única ambición de anteponer sus ideales antes todo y a cualquier precio. Excelente, magnifica, estupenda, colosal... inolvidable, mucho tiene que aprender la humanidad de películas como ésta que dignifican al cine como arte.
Mankiewicz nos plantea un drama familiar en toda regla, con tintes de cine negro, un drama en el que estoy seguro que Ford Coppola se inspiró para crear esa obra maestra llamada “El Padrino”, porque el personaje de Gino Monetti, maravillosamente encarnado por un siempre magnífico Edward G. Robinson, posee muchas similitudes con Vito Corleone: Autoritario, amante de la familia, fiador corrupto de sus amigos italianos y con preferencia hacia uno de sus hijos: Max (el equivalente de Michael Corleone, aunque Max no sea el mayor). Al contrario que Coppola, Mankiewicz se centra en el germen de odio que siembra "Il capo" de la familia, con los continuos desprecios hacia sus dos hijos (Joe y Pietro), sus maneras machistas y una financiación más que oscura precipitarán su caída antes de tiempo y sólo Max estará ahí para jugarse el cuello por él, curiosamente, al final este será quien irá a la trena y Gino, resentido con sus otros dos hijos que le quitarán su banco, levantará un muro de odio entre hermanos a base de cartas envenenadas a su hijo encarcelado, algo que transformará a la familia Monetti en una casa de extraños (El "House of strangers" del título original).
Electrizante de principio a fin, un guion perfectamente engrasado pone una nueva muesca en la carrera de Mankiewicz. Diálogos afilados, acerados, dañinos como armas arrojadizas son disparados por unos actores en verdadero estado de gracia, por cierto la labor de casting es perfecta todo encaja cual guante de seda, mención aparte merece Edward G. Robinson, no sé quién ganó el Oscar a la mejor interpretación aquél año pero Robinson se sale de cualquier escala creando un personaje con tantos matices que deja a la altura del betún todo lo que veamos durante las próximas ¿semanas / meses /años? No sobra ni una secuencia, ni un plano, todo lo que nos muestran contiene información ya sea para el devenir de la trama o para perfilar los personajes o, en la mayoría de los casos, para ambas, la verdad es que con películas así no sé muy bien que destacar porque todo tiene tal nivel que cualquier detalle es digno de mención. Me pongo de pie o de rodillas, lo que usted quiera señor Mankiewicz.
El título original de “El reinado del terror” es “The black book” (El libro negro), el libro negro de Robespierre es aquel que contiene el listado de aquellos que él considera que deben ser eliminados por ser enemigos de la República, aunque más bien por ser obstáculos para que establezca su dictadura, lo que invita a que la película pueda ser contemplada como una corrosiva y punzante alegoría sobre la solapada atmósfera de “terror” y la convulsa situación que se vivía en la industria hollywoodiense en aquellos años, con la inclemente persecución de “La caza de brujas” realizada, o más bien ejecutada, por el Comité de actividades antinorteamericanas (HUAC), que tuvo como resultado que los que eran considerados como simpatizantes del ideario comunista fueron estigmatizados en una lista negra, un año después se acuñaría el término 'McCarthysmo', por la intensa cruzada en busca del comunista camuflado que promovería el senador Joseph McCarthy (aunque no hubiera participado en el citado comité, aunque sí inspirado), la correspondencia entre Robespierre y McCarthy es manifiesta: el propósito de McCarthy era establecer una dictadura del pensamiento, un cerco que restringiera la libre expresión, o cuando menos que interfiriera en la expresión de valores o ideas que se consideraran divergentes.
La obra es un dechado de inventiva visual, parangonable a las otras obras de film noir que Mann realizó en esos años, como “Justa venganza” (1948), “La brigada sucida” (1947), “Orden: Caza sin cuartel” (1948), “Incidente en la frontera” (1949), o “Calle lateral (Side street)” (1950), un prodigio de elaborados encuadres y de fascinante orfebrería de los claroscuros, en el que fue capital la colaboración del director de fotografía, John Alton, a lo que añadir aquí, para acentuar la opresiva y tortuosa atmósfera, los decorados creados por William Cameron Menzies (también a cargo de la producción). En esta obra la tensión no decrece, y en buena medida esa atmósfera opresiva se debe a la planificación y la composición de los encuadres, en muchas secuencias no se recurre a los planos generales, escuetamente, se concentran en planos cerrados, sostenidos por la tensión entre las figuras en los diferentes términos del encuadre, hay secuencias que se planifican como si cercaran a los personajes, y los oprimieran los contornos de los encuadres.
Francamente entretenida, cine de altura, de esas sesiones de tarde inolvidables donde aprendimos a soñar.
Tras sus primeros reveses comerciales, la productora Argosy, fundada por John Ford y Merian C. Cooper (codirector de “King Kong”, todo un personaje del cine, la aventura, la exploración, y otro montón de facetas y disciplinas), encontró en la recuperación del western la forma de resarcirse del fracaso en las taquillas y de financiar futuros proyectos, de ahí surge la llamada «trilogía de la caballería», inspirada en los relatos del escritor James Warner Bellah (publicados en España por la editorial Valdemar). En “La legión invencible” (She wore a yellow ribbon) -cuyo título original se toma de una canción tradicional que recoge la costumbre de las prometidas a soldados de caballería de adornarse con una cinta amarilla-, el segundo capítulo de la serie, adaptado por Frank S. Nugent y Laurence Stallings, Ford se centra en la vida de un oficial de la caballería, el Nathan Brittles antes mencionado (John Wayne) como arquetipo del soldado americano de la frontera, y también de un sentido de la vocación de servicio y de la profesionalidad próximos a extinguirse, pero no es el argumento o la trama guerrera lo que más importa a John Ford en esta historia, sino el retrato de la vida de los soldados, y de la realidad a la que se enfrentan cotidianamente. No faltan algunos de los guiños característicos de los westerns de Ford (el ritual del baile de oficiales, las peleas regadas en alcohol irlandés, el guiño cómplice y en clave de reconciliación a los confederados derrotados en la guerra civil, las «conversaciones» del protagonista con su esposa fallecida y enterrada en el cementerio del fuerte, el sentido del humor, la presencia de inmigración europea, la voz en off que ensalza el papel de los soldados como avanzadilla de la «civilización americana» en una tierra salvaje e inhóspita, todos ellos teñidos del sentimentalismo tan querido al director), pero el cineasta busca primordialmente reflejar la abnegación del militar profesional personificando su espíritu de sacrificio en el personaje de Brittles, tan fuerte, competente y disciplinado como tímido y vergonzoso, para muestra la secuencia del reloj de plata, en la que intenta disimular tanto el hecho de que se haya emocionado como el de sacar las gafas del bolsillo para poder descifrar la inscripción, u otra menos evidente pero también ejemplar, cuando el personaje de Joanne Dru lo sorprende hablando con la lápida de su mujer, cine en estado puro como solo el maestro Ford sabía hacer.
El tono agridulce dominante en la mayor parte de los 106 minutos de narración, en la que las amarguras son constantes, las carcajadas están casi ausentes, y las sonrisas se congelan en muecas de resignación y nostalgia, viene subrayado por el magnífico uso del color del operador Winton C. Hoch, Ford despliega en cada fotograma una enorme belleza plástica, en la que su talento para la composición de planos viene refrendada por un uso perfecto del color y, especialmente, de la luz. Memorable, por ejemplo, la secuencia de la tormenta, rodada bajo los rayos y los truenos por Ford y Hoch cuando éste se aprestaba ya a desmontar los arcos fotovoltaicos y el material eléctrico a fin de no atraer al aparato eléctrico de la tormenta, en la que la columna de caballería marcha a pie para que el cirujano pueda operar al soldado herido por una flecha, la imagen de los uniformes azules sobre el terreno ocre, bajo el cielo azul surcado de culebrillas y relámpagos, con el murmullo de los arreos, los cintos y el metal de sables y armas roto por el estallido de los truenos, constituye una de las cimas del cine en color de toda la década de los 40.
Otro sobresaliente trabajo de Ford, rebosante de lirismo y con uno de los trabajos de fotografía más espectaculares que se pueden encontrar en el cine. Un fresco de la vida cotidiana en el marco de la última frontera de Norteamérica que destaca, sobre todo, por la belleza cromática y la composición poética de cada encuadre.
Gran comedia de Hawks en la que no llega a cotas tan altas como en obras maestras de la talla de “La fiera de mi niña”, “Luna nueva” o “Me siento rejuvenecer”, por sólo citar tres de las múltiples obras maravillosas que nos regaló el bueno de Hawks, pero es muy, pero que muy divertida y con su peculiar estilo de situar a los personajes en las más absurdas situaciones en las que se tienen que pelear con todo lo que haya en los escenarios donde pasa la acción, en el contexto de la guerra de sexos. En la película, aparte del inolvidable estilo de Hawks, brilla con mucha intensidad el genial e irrepetible Cary Grant, está magnífico como siempre en las comedias, en un género que parece que estuviera hecho para él, pues encajaba a la perfección por como interpretaba a los personajes teniendo que apañárselas para salir con éxito de las situaciones más adversas e inverosímiles, haciéndolo con una naturalidad ejemplar, por eso trabajaron en cinco ocasiones Hawks y Grant, porque juntando ambos talentos podían hacer unas magníficas comedias de enredos y de guerra de sexos, poniendo siempre al lado de Grant grandes actrices con mucha fuerza para que tuvieran grandes diálogos llenos de amor y odio entre la pareja y resultaran verosímiles, en este caso la actriz que lo acompaña es una estupenda Ann Sheridan. La película tiene un magnífico ritmo y momentos divertidísimos de comedia absurda y alocada, sobre todo en la primera parte en la que tienen que hacer la misión y viajan por la Alemania ocupada por los aliados después de la segunda guerra mundial.
Magnífica, llena de inteligencia y diálogos ingeniosos, ritmo vertiginioso, tempo sin desfallecimientos, frases brillantes, un guion un poco absurdo pero efectivo y una definición para la historia. "¿Guerra de sexos? Es cuando nos gustamos, pero ninguno quiere reconocerlo". Brillante.
Un
título imprescindible para disfrutar del mejor cine negro, una obra
maestra insuperable llena de brío y violencia, una hora y 49 minutos de
puro cine en glorioso blanco y negro.
“El
caballo de hierro” es sin duda la mejor producción muda de Ford. Detrás
de la cámara nos encontramos a un joven cineasta de tan sólo 30 años,
hijo de inmigrantes irlandeses, que ya ha dirigido medio centenar de
películas aunque jamás haya pilotado un proyecto semejante. Hace muy
poco que ha empezado a aparecer en los créditos como John Ford, pues su
auténtico nombre es Sean Aloysius O´Fearna (Algunas fuentes sostienen
que fue registrado como John Martin Feeney), nacido en una granja de
Cape Elizabeth, estado de Maine, un 1 de febrero de 1894, en el seno de
una numerosísima familia –trece hermanos -cuyos progenitores proceden de
Galway, Irlanda.
A la postre, la película costó cerca de 300.000 dólares de la época, una exorbitante cantidad, pero tras su estreno resultó un gran éxito y recaudó diez veces esa cifra, revelándose como un magnífico negocio. Demostró que los films de “El Oeste” podían ser algo más que un rutinario y barato espectáculo para rellenar programas, y apuntaló la cotización de John Ford dentro de la industria, impulsando la carrera de un cineasta que en el futuro llegaría a conquistar cuatro premios “Oscar” al “Mejor Director”, convirtiéndose con el paso del tiempo, bajo mi humilde opinión, en el más grande entre los grandes de la historia del “Séptimo Arte”.
Ubicada
cronológicamente en su obra entre el estupendo thriller que es BERLIN
EXPRESS (1948) y antes de la excelente ESTRELLAS SOBRE MI CORONA (1950)
–hoy en día justamente valorada entre los aficionados españoles, aunque
hasta hace pocos años prácticamente nadie la había podido contemplar-,
mucho me temo que al film que motiva estas líneas le va a ser más
complicado el verse beneficiado de esta consideración, siendo por lo
general dejado en un segundo término cuando se realiza un recorrido
sobre la obra del maestro francés.
Aquellos que pretendáis contemplar en “Vida fácil” un relato más o menos biográfico, una plasmación de hazañas deportivas, o un melodrama desaforado, reivindicativo o moralista, más vale que desistáis de asistir a este pequeño drama de la R.K.O. de menos de ochenta minutos de duración. Sin embargo, para aquellos que realmente conozcáis y améis el cine de su realizador, o tengáis la suficiente curiosidad de contemplar un producto insólito, ambivalente y, al mismo tiempo, revestido de contención e intención, no cabe más que recomendaros asistir a la contemplación de esta interesante película, un film realizado no solo con profesionalidad, sino con el debido grado de inspiración que solía proporcionar un cineasta, que convertía la historia más nimia que llevara a la pantalla en un perverso, sinuoso y sombrío marco de conflictos y emociones, de las cuales este film injustamente menospreciado no fue una excepción.
“El tercer hombre” tiene muchas historias, pero podemos resumir todas en un binomio: amistad / traición, Martins, un espléndido J. Cotten, llega a una Viena “un poco destruida por las bombas”, invitado por su amigo H. Lime, para descubrir que éste ha fallecido en un extraño accidente, sobre esta premisa, la sabiduría de Carol Reed despliega una serie de momentos inolvidables, en un viaje lleno de cinismo por esa jauría humana que alumbra la posguerra y que tienen en las cloacas una de sus vías de comunicación. Para eso C. Reed reinventa el expresionismo dotando a la dirección de un regusto barroco que será la marca de estilo: ángulos novedosos que casi nunca respetan la horizontalidad del plano, infinidad de picados y contrapicados, que hasta hacen creer a uno de los personajes que el cielo se halla en el suelo y el infierno en el cielo, juegos con la profundidad de campo como el maravilloso plano de presentación de Welles, todo esto dota a la película de una tensión única.
Pura leyenda, puro mito, puro CINE con mayúsculas, una obra maestra absoluta del cine de todos los tiempos, uno de los más lúcidos estudios sobre el egoísmo, el cinismo y la maldad del ser humano que nos plantea el terrible dilema moral de tener que escoger entre la fidelidad y lo éticamente correcto. Un Monumento del Séptimo Arte, un film de esos que definirlos sería limitarlo, a cada visionado se le encuentran detalles nuevos, todo lo que pudo ir bien fue aún mejor, simplemente, seas ateo o creyente, es pecado mortal perderse este clásico del thriller y el suspense a la vez que aula magna de la cinematografía.
Notable drama italiano realizado y escrito por Giuseppe De Santis en su segundo largometraje, se basa en un argumento del realizador y de Carlo Lizzani, desarrollado como guion por éstos con la colaboración de Franco Monicelli en los diálogos. Es una poderosa mezcla entre el neorrealismo y el thriller erótico, donde el productor del film, el mítico Dino de Laurentis, regala a su entonces reciente esposa de 18 primaveras Silvana Mangano un tórrido papel que la elevó a los niveles de Icono sexual merced al modo en que la cámara la muestra explosiva y sensual, una femme fatale que evoluciona a medida que avanza el metraje, su voluptuosidad, su modo de moverse, bailar, dejar ver sus piernas, su imagen con pantalones cortos y medias negras en los arrozales fue todo un pelotazo para la conservadora mentalidad de la época.
Por increíble que parezca se estrena en Italia en 1949, y es que hasta los italianos estaban más liberados que nosotros, en esta España nuestra de fajas, fajos y refajos, todos muy púdicos y castos, la película no sólo fue masacrada por la tijera sino que además, sus restos, quedaron postergados hasta los 70 para exclusivo visionado de la progresía. Claro que, visto lo visto y llovido lo llovido, hoy, casi ochenta años después, lo “indecente” se vuelve absolutamente inocente, pero, eso sí, la Mangano era mucha mujer antes y ahora, y un muslo suyo valía por todas las rodillas de Claire y zarandajas similares. En materia de mundo y demonio, las francesas quizás sean más espabiladas pero en lo de carne, ganan las italianas por goleada ¿Y donde queda España se preguntarán? Bueno, no lo sabremos nunca, porque todos los celuloides están hechos trizas y que yo recuerde, tuvimos que esperar hasta las “Historias de la Frivolidad” y la era del destape, para empezar a “conocer” mujer.
En materia cinematográfica pura y dura, la película es un buen exponente del neorrealismo italiano, con el tema más real que pueda existir: La supervivencia, porque de lo que se habla es sobre todo de eso, del innato instinto de supervivencia, el de esas decenas de mujeres jornaleras (no lo hacen los hombres, se dice que es porque las mujeres tienen las manos ligeras que se requieren para la labor, las mismas que enhebran una aguja y acunan a un bebe) que trabajan 40 días en condiciones extremas en los arrozales, mujeres de carácter, valientes, decididas, luchadoras, con momentos tan sugerentes como cuando las arroceras, que no se les permite hablar durante las horas de trabajo, se comunican a través de canciones improvisadas. Refleja en esto el director su ideología marxista en la denuncia de las duras condiciones de trabajo, reflejando sus rutinas diarias, sus problemas, cómo duermen, cómo tienen sus anhelos, sus romances, cómo sufren por la lluvia y no poder trabajar, esto el director lo exhibe en majestuosas tomas de las mujeres laborando en los arrozales, en unas coreografías estimulantes. Todo esto entrelazado con una subtrama de thriller en que se nos hace ver que lo que realmente llena es el trabajo honrado, la unidad de las gentes nos hace más fuertes, el trabajo en equipo nos ennoblece. El título italiano de la película se basa en un juego de palabras, dado que la palabra italiana riso puede significar "arroz" o "risa", riso amaro puede interpretarse como "risa amarga" o "arroz amargo".
Una buena película, con un guion excelente (alcanzó la nominación para los Oscar), bien dirigida, real como la vida misma, impensable para los españoles de aquellos tiempos en que el norte del tobillo femenino era como la inexcrutable selva del Amazonas, con buenos actores y una Silvana Mangano... también muy buena ¿Os la vais a perder?
Hubo varias razones para que, “Atormentada”, no fuera una película de éxito comercial y ni siquiera de crítica, el primero y más importante es que durante el rodaje la actriz Ingrid Bergman, había conocido en París al director italiano, Roberto Rossellini, por quien sentía una profunda admiración desde que vio su película, “Roma, ciudad abierta”, y con él había comenzado a tener una relación tan estrecha, que sería la comidilla de los medios amarillos, puesto que Ingrid seguía casada con Peter Lindstrom, y como, entre la hipócrita y puritana sociedad estadounidense, tenía ganada fama de santa Ingrid, enseguida la compensaron con el escarnio público, dándole por supuesto la espalda a su nueva película. Por otra parte la película no responde a los parámetros convencionales del cine de Alfred Hitchcock, ya que se trata de un drama romántico de época, y, como antes ya señalamos, muy poco tiene de ese suspenso que muchos esperan siempre del director inglés. Independiente de todo esto, en su desarrollo y puesta en escena hay más arrojo y talento cinematográfico que en centenares de películas injustamente sobrevaloradas en la historia del cine.
Nos encontramos con una producción en la que se ofrece una mezcolanza de anteriores elementos de éxito de otras películas del realizador, y al mismo tiempo se somete a la moda de melodramas psicológicos tan habituales en el Hollywood de aquellos tiempos, en la que participaron incluso realizadores de la talla de Fritz Lang o Robert Siodmak, incluso el propio Hitch lo había logrado algunos años antes con la maravillosa “Rebeca” (1940). Es cierto que no se reconoce a Hitchcock y que “Atormentada” (bravo por los traductores de títulos de películas al español, menuda pandilla...), pueda parecer un capricho del cineasta, pero donde sí encontramos su impronta es en los larguísimos planos secuencia, en los ingeniosos diálogos, en el socarrón desparpajo de Michael Wilding (tan británico), en su grandísima actriz Ingrid Bergman (que borda otra de sus estelares interpretaciones) y en los tres o cuatro gags que el cineasta inglés nos cuela como de costumbre. En sí el guion puede recordar al de "Rebeca", sin embargo, el perverso George Sanders de la primera, es relevado aquí por un Michael Wilding que opera en sentido contrario, aunque siempre se ha visto en Hitchcock como un cínico misántropo, en esta cinta es de aplaudir su intención redentora, sirviéndose de la intervención de Wilding, el primo enamorado, que, pese a ser un aristócrata vividor del aire, obra el milagro de rescatar a una mujer del alcohol, del delirium tremens y de las ganas de acabar con todo.
Una película que recomiendo especialmente a todos aquellos que sientan fascinación por “Rebeca”, “Cumbres Borrascosas” o “Luz que Agoniza”, aunque es bastante inferior a estas tres obras maestras, no por eso deja de ser sumamente interesante, el argumento, aunque pueda calificarse de folletinesco, es apasionante y mantiene el interés de principio a fin.
El cine de Ozu, en mi opinión, tiene algo que ver con maestros como Ford, su capacidad para la concisión, para captar lo elemental sin énfasis, sin hipérboles. Una tenue nostalgia recorre su cine, desecha lo superfluo y se apodera de los fotogramas con sencillez, y ni siquiera es importante que el argumento de la cinta verse sobre esto o sobre aquello, él va más allá del argumento, como hace Ozu, como hacen los grandes directores.
El actor y la actriz fetiches de Ozu, Chishu Ryu y Setsuko Hara, son padre e hija en esta “Primavera tardía”, donde no hay más trama argumental, como sucederá con frecuencia, que la boda de la hija y la consiguiente soledad del progenitor. Conozco pocas películas que sean capaces de transmitir una intensa emoción desde su inicio mismo, cuando todavía no sabemos nada de los personajes ni la acción propiamente ha arrancado; los encuadres, su cadencia rítmica y la música transforman la escena inicial de la ceremonia del té en un mágico instante de profunda emotividad. Todo se transforma en esta película: un jarrón o una fruta mondada se convierten en algo más de lo que aparentan, Ozu extrae poesía de los detalles más nimios: un trayecto en tren de padre e hija, una excursión en bicicleta de ella con un amigo, los avatares durante una representación de teatro Nô...
Una película desnuda de artificios, desprovista de originalidades, sin diálogos ampulosos ni frases para el recuerdo; y, sin embargo, insuperable crónica de la esencia de la vida; del inevitable drama de lo cotidiano. La vana esperanza de esquivar al destino se diluye, lentamente, como la ilusión de retener la arena en el puño, y llegamos al final: un hombre, una manzana y el espectador con la garganta quebrada. Una obra hermosa y sentida como pocas.
Los sucios y apestosos túneles de la "ciudad que nunca duerme" se van a convertir en los protagonistas de una aventura increíble e inédita, la que llevó a la novela del gran Morton Freedgood a conseguir unas ventas envidiables, hablamos tal vez de su trabajo más conocido, esa "The Taking of Pelham 123" que tras publicarse en 1973 creó una negra leyenda y perjudiciales supersticiones alrededor del metro neoyorkino. Con su legítima autorización y un seguimiento exhaustivo, la producción de esta adaptación cargó con las dificultades propias de filmar en localizaciones reales, algo que acabó resolviendo magnificamente un Joseph Sargent que estaba dejando su pasado televisivo para situarse en la cúspide de su popularidad como cineasta, captura bien la esencia del momento, mitad de la desencantada y conflictiva década de los '70, no sólo gracias a esa arenosa fotografía de Owen Roizman, sino también a una dirección concisa, que sabe hacer del espacio y el tiempo un arma perfecta para generar tensión, desde el mismísimo comienzo en que vemos aparecer a la cuadrilla de tiranos que va a asaltar el tren que da título a la obra.
Magnifica película, un entretenido, tenso y magníficamente fotografiado y filmado thriller urbano, trufado de unos divertidos, ocurrentes, secos y cortantes diálogos, en el que la acción y el suspense no decae durante todo el metraje y que a día de hoy sigue tan poderosa como el día de su estreno. Un thriller implacable y demoledor en su presentación y desarrollo, donde quedan atrás los efectos pirotécnicos para dar paso a un trabajado guion cuyo mayor halago que se le puede atribuir, al igual que su montaje, es su magnetismo, logrando mantener al espectador en vilo durante toda la película. En resumen, una cinta entretenidísima, de ritmo prodigioso, que tuvo la desgracia de padecer un infumable remake protagonizado por Denzel Washington y John Travolta, nada que ver. Por cierto, ésta es una de las raras ocasiones en que una distribuidora en España en vez de prolongar un título o darle la vuelta hasta conseguir que cualquier parecido con el original sea mera coincidencia, no sólo no lo alarga sino que lo acorta, sustituyendo el inicial, “The Taking of Pelham One Two Three” (El secuestro del Pelham uno dos tres), por el más escueto, “Pelham 1, 2, 3”. ¿Fue por ahorrarse tinta?, ¿fue por darle menos pistas al espectador?, ¿o fue...? porque coincidir literalmente con el de origen, hubiese creado un peligroso precedente...
La película consta de varios capítulos y en ellos vemos la evolución de las relaciones de una pareja, con cada etapa emocional de ambos bien marcada, somos partícipes de la intimidad de ese matrimonio burgués desde nuestra privilegiada posición de “voyeurs”, como si espiáramos detrás de la puerta de su dormitorio. 170 minutos de imperfecto amor, de miedos, de celos, de sexo conyugal y de sexo animal, de silencios, de susurros, de deseos ocultos… de la vida misma, vamos, es casi como mirar por una ventana a los vecinos y entrar en su intimidad, enterarnos de lo que ocultan tras su apariencia de pareja modélica y curiosear en sus conflictos de cama, y también a ratos es como verse uno mismo retratado con un realismo y una nitidez que dan miedo. No descubre nada que no supiéramos pero sí nos lo suelta a la cara con brutal sinceridad, la rutina mata el amor sí o sí, y la mayoría de los conflictos de pareja vienen del sexo, uno que quiere, otro que no, que intenta escaquearse o consiente con desgana, que lo usa como castigo o como premio, que lo dosifica para obtener pequeñas compensaciones… No me extraña que Woody Allen sea un gran admirador de Bergman y que beba directamente de sus fuentes en cuanto a su filosofía sobre el amor y el matrimonio.
Uno de los mejores films del Bergman de los setenta, un retrato apasionado, íntegro y honesto del matrimonio, su desintegración y la relación que le sigue. Pocas películas retratan de forma tan lúcida las relaciones humanas, o al menos las relaciones de pareja. No es un film complaciente, no hay moralina posible, no está dirigido al intelecto sino al corazón. Es, meramente, un trozo de vida, de vida en pareja, que se nos presenta con toda su crudeza, no hay ni vencedores ni vencidos, ni buenos, ni malos. Un auténtico y valiente ejercicio de veracidad y honestidad.
A partir de la conmovedora obra de John Patrick, Vincent Sherman nos ofrece una película fascinante, muy enternecedora y emotiva. Richard Todd, hace su debut como actor protagonista, interpretando un soldado escocés orgulloso y distante, condenado (sin saberlo él mismo) a morir en un hospital del ejército en Birmania, Todd ofrece una imagen profundamente conmovedora de un hombre cuya corta y solitaria vida finalmente se enriquece con amistades fugaces e incluso un toque de afecto real hacia el final, también ilumina con humor y un encanto completamente ingenuo algunas de las características más severas por las que los escoceses han adquirido tradicionalmente mala fama. La película además cuenta con la cálida actuación de Patricia Neal como la enfermera Margaret Parker y con el habitualmente ridiculizado Ronald Reagan, quien nos sorprende a todos con la estupenda interpretación que hace de uno de los compañeros de convalecencia de Todd, un yanqui con buen corazón, sin duda una de sus mejores actuaciones en el cine, pero es Todd, nominado al Oscar, quien pone corazón y alma en este estupendo film lleno de angustia y emotividad. Todd había reemplazado a Richard Basehart en la producción original en Broadway y su convincente tono escocés (aunque nació en Dublín) le ayudó a conseguir el papel en la película, por cierto, fue un héroe de guerra en la vida real como capitán del ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial, luchando en los desembarcos del Día D como miembro del 7.º Batallón de Paracaidistas (Infantería Ligera).
Una película muy especial, una historia conmovedora y sincera, no hay trucos ni falsas pretensiones, solo una historia muy genuina de personas que hacen lo mejor que pueden dadas las circunstancias, queriendo dar amistad cada uno de la mejor forma que sabe. Una historia maravillosa sobre el significado de la amistad, una gran película que trata sobre el lado humano sencillo y sin adornos de la vida.
"Mercado de Ladrones" nos acerca a la vida de Nick Garcos (Richard Conte) un camionero que ve como su padre, de misma profesión, es engullido por la furia de un mercado que no respeta el esfuerzo, la honestidad e incluso la vida de las personas, así Nick se embarcará en un fatigoso e interminable viaje para transportar manzanas a lo largo de la costa oeste del país, de Reno a San Francisco, con el que ganar un dinero con el que poder casarse y la vez intentar arreglar esos "asuntos" que dejaron a su padre postrado en una silla de ruedas, una vez en San Francisco Nick se encontrará con Figlia (Lee J. Coob) un comerciante de la peor condición que no escatima en artimañas y jugarretas con tal de ganar dinero aunque ello signifique quitar de en medio a quien se interponga en su camino, también conocerá a Rica (Valentina Cortese) una chica de dudosa reputación que hace del ambiente del mercado central de San Francisco su forma de vida.
Ciertamente la película dibuja un retrato perfecto del capitalismo más ruin, con la explotación despiadada de los agricultores y el enriquecimiento desorbitado de la cadena de distribución. Probablemente por su dibujo del mundo y del mercado laboral recuerda en algunos aspectos a “La Ley del silencio” de Elia Kazan, en ese parecido no es ajena la presencia de Lee J. Coob con otra interpretación- excelente, por cierto - de mafioso de medio pelo, sin embargo aquí no impera el silencio sino el alcohol, la nocturnidad y la alevosía en forma de frenos que no responden, aquí se impone la ruindad y la crudeza y el enriquecimiento por encima de cualquier cadáver por fresco que aún esté. Una buena fotografía da realce a un guion perfectamente trabajado, con algún defectillo menor y sin trascendencia.
Magnífico fresco sobre la supervivencia en la época de la gran depresión, es de ese tipo de películas en las que se va al grano desde el primer momento, con diálogos cortantes y contundentes, con actuaciones tan directas que las sigues paso a paso, además, con intriga, con planteamiento, nudo y desenlace. Una gran película de Jules Dassin que supera, con éxito, la prueba más difícil en el arte, la del tiempo, se hizo hace setenta y cinco años, pero se sigue hoy como si la hubieran hecho ayer.
Yo particularmente conozco tres adaptaciones de la novela de Maurice Renard, de ellas, tengo un recuerdo francamente negativo de la dirigida por Edmond T. Gréville a principios de los sesenta, mientras que resulta magnífica la filmada por Karl Freund en los primeros años treinta, obra que, pese a su notable interés, siempre ha quedado oscurecida por otros de los exponentes surgidos en el periodo dorado de la Universal, siendo sin embargo superior a no pocos de ellos, sin duda, el ser un exponente de horror puro, sin recurrir a la existencia de ningún tipo de monstruosidades, llevó a dejar en un segundo plano sus logros. Pero, con diferencia, la mejor versión es esta magnífica película de Robert Wiene que hoy nos ocupa, es una joya de la narrativa que mezcla el género policíaco y el gótico en un tenso relato que gana grandes dosis de suspense a medida que se desarrolla, la película reproduce los postulados del vanguardista expresionismo alemán, aunque suavizados en favor de una estética más noir y naturalista, abundan las metáforas y los golpes de efecto, como por ejemplo, el cruce de dos trenes a gran velocidad que parecen destinados a colisionar entre sí, anticipo claro del accidente que está por llegar instantes después, la siguiente escena del convoy destrozado sobre las vías y la búsqueda de Orloc por parte de su mujer entre el amasijo de acero en que han quedado convertidos los vagones sobrecoge también por su gran realismo.
Nos encontramos con una obra de extrema austeridad y escasos decorados, un drama que se centra en el alma torturada del pianista Paul Orlac, y, evidentemente, para ello, se requería un intérprete que asumiera sobre sus hombros un personaje complejo, sensible y huidizo al mismo tiempo, era una apuesta arriesgada, pero a la que se entrega Conrad Veidt de una manera estremecedora, su actuación va más allá de todo elogio, resultando de una asombrosa modernidad e intensidad, hasta el punto de transmitir y compartir con el espectador ese drama emocional, que llega a expresar mediante un lenguaje corporal de sobrecogedora efectividad, pocas interpretaciones del periodo silente nos han conmovido más que la realizada por Veidt en esta ocasión, en la que quizá sea su encarnación más excepcional de una carrera admirable, truncada por una muerte demasiado prematura.
Especialmente destacable es el espléndido diseño Art Déco de escenarios y vestuario utilizado para las escenas que transcurren en Marte: trajes y sombreros de complicadas e imposibles formas, puertas que se abren como diafragmas fotográficos, escaleras que siguen trayectorias extravagantes… El aspecto visual del film, a cargo Sergei Kozlovski, Alexandra Exter, Isaac Rabinovich y Viktor Simov, es uno de los principales motivos por los que la película sigue siendo recordada hoy en día, ofreciéndonos un conjunto ciertamente extraño, onírico y futurista que se anticipaba en algunos años al “Metrópolis” de Fritz Lang.
En último término, “Aelita” estableció el tono para futuros films soviéticos de género, utilizando la ciencia-ficción como metáfora para transmitir temas de mayor profundidad psicológica y política, y aunque a los resecos críticos soviéticos no les gustó la película (creían que imitaba en sus formas al decadente cine producido en Hollywood), está claro que al público de la época le encantó a juzgar por la cantidad de niñas de entonces que recibieron el nombre de Aelita. Con el tiempo, y pese a toda su carga política en favor del régimen comunista, la película no conseguiría sobrevivir a la tiranía y sequía intelectual de su propio país, era el signo de los tiempos, que afectó a todos los implicados, tras décadas de letargo en el limbo del celuloide, la obra fue recuperada para la historia del cine no sólo como la primera superproducción de la ciencia-ficción y la primera cinta soviética del género, sino como pionera en el melodrama espacial cinematográfico.
Pero “Aelita” es también Yuliya Solntseva y la sensualidad con la que dotó al personaje que significó su debut ante las cámaras. Tras un par de papeles más, la joven actriz protagonizó “La tierra” (1930) de Alexandr Dovjenko, quién se había consagrado como director un año antes con “El arsenal”, la intérprete contraería matrimonio con el maestro soviético convirtiéndose al mismo tiempo en su más estrecha colaboradora cinematográfica, incluso tras el fallecimiento del director en 1956, Solntseva llevaría a la pantalla varios guiones que dejó escritos su cónyuge caso de “Crónica de los años del fuego” (1961), por la que recibiría el Premio a la dirección en el Festival de Cannes, “El Desna encantado” (1965) o “Ucrania en llamas” (1967), actividad que compaginaría con su dedicación a mantener la memoria de su marido como historiadora, restauradora o articulista hasta que, casi nonagenaria, su ojos se cerraron en 1989.
La odisea del ingeniero Losi supuso un nuevo éxito para Protazanov a partir de su estreno en septiembre de 1924, y aunque después firmó otra veintena de títulos más, algunos de notable relevancia como “El sastre de Torjok” (1925) o “El cuarenta y uno” (1927), el cineasta no pudo imaginar cuando falleció en 1945 que sería precisamente su película más insólita, “Aelita”, la que le abrió las puertas de la inmortalidad cinematográfica.
Lo primero que cabe resaltar en “MICHAEL”, es el rigor de su construcción dramática y en la composición de sus planos. Con una planificación dispuesta casi en su totalidad en planos fijos brillantemente orquestados por un admirable montaje, y ayudados por una extraordinaria y nítida fotografía en blanco y negro, Dreyer sabe dosificar casi a la perfección el entramado narrativo y descriptivo de la película, en la que tiene una gran importancia la escenografía dispuesta en todos su planos. A partir de la conjunción de dichos elementos, la capacidad en la dirección de actores, y la fuerza que adquieren los primeros planos que se insertan en la misma, el maestro danés logra desde los primeros instantes mostrar la perfecta descripción de un contexto asfixiante y decadente, al tiempo que la escueta galería humana que puebla su ficción queda definida con trazos maestros. Cada gesto o mirada tiene una significación y un aporte al conjunto del film, brindando todo ello un extraño ritmo, una cadencia que un cineasta de la categoría de Dreyer sabía ya incorporar a sus ficciones.
"MICHAEL" permite disfrutar de buena parte de las mejores cualidades esgrimidas en la andadura posterior de Dreyer, comprobar el magnetismo que brindaba un jovencísimo y sumamente atractivo Walter Slezak –dos décadas después convertido en uno de los más brillantes villanos del cine USA de la década de los cuarenta-, o la enorme capacidad interpretativa de Benjamin Christensen, más conocido no por el conjunto de su faceta como director –es muy escaso el conocimiento de su obra que se tiene-, sino por haber sido el firmante de una obra tan excelente e inclasificable como “HÄXAN” (La brujería a través de los tiempos, 1922), Chistensen brinda un retrato poderoso y conmovedor de su personaje protagonista, alcanzando en los últimos instantes de su trabajo unos matices casi portentosos.
Un magnífico drama psicológico y una demostración clara de la madurez expresiva que en aquel periodo tan lejano en el tiempo, asumía ya el cine de un genio, nuestro nunca poco admirado Dreyer, en una propuesta en la que nos habla sobre el dolor, la soledad y, en definitiva, la muerte, planteando la importancia que entre ellos puede tener la presencia del amor.
Tras un largo periodo en la R.K.O. Fleischer decidió atender el llamamiento que le formularía Anthony Mann para realizar uno de sus films policíacos, para lo cual abandonó provisionalmente dicho estudio, ingresando en otro especialmente dedicado a producciones debajo presupuesto, la Eagle Lyon Films, donde firmó “Trapped” –jamás estrenada en nuestras pantallas, aunque emitida en televisión y editada en DVD con la traducción literal de “Atrapado”-. En dicho contexto Fleischer asumió la responsabilidad de firmar una pequeña producción destinada al enaltecimiento de los agentes federales del departamento de tesoro de los Estados Unidos, ya en los títulos de crédito del film se ofrece un rótulo de agradecimiento a la colaboración dispensada por las autoridades de dicho departamento, mostrándose a continuación un breve documental que relata la labor de sus responsables, detallando las diferentes vertientes del mismo.
Rodada como si fuera un semidocumental, la película está muy bien llevada, Fleischer consigue mantenernos siempre atentos a la pantalla, con un guion ameno y entretenido, una excelente fotografía a cargo de Guy Roe con esos elegante claroscuros tan propios del género, una fotografía oscura que la sienta como un guante, con unas actuaciones que, aunque un poco lastradas por el tono tal vez excesivamente elogioso con los agentes del orden de que está impregnada la historia (ya sabéis, policías intachables y muy listos y “el crimen siempre paga”) sacan adelante con brío una historia con una duración de poco más de hora y cuarto que se pasan en un suspiro. Toda una joyita de serie B negra de obligada visión.
El protagonista es el adinerado y ocioso Rollo Treadway (Buster Keaton), un día ve a una pareja de recién casados y decide que él también debe casarse, visita su vecina, Betsy O’Brien (Kathryn McGuire), hija de un potentado naviero, para proponerle el matrimonio, esta rehúsa de modo flemático, y entonces Rollo se embarca solo en el viaje en barco a Honolulu que tenía pensado fuera la luna de miel, el problema es que se equivoca de navío, y se embarca en el “Navigator”, que es una nave propiedad del padre de Betsy (Frederick Vroom), que acaba de vender a un país en guerra. Keaton enfoca su relato hacia el microcosmos de la clase muy (pero muy) alta, sobre ese tipo de gente que tienen todo lo que desean, y de cómo estos privilegios se pueden tornar en tóxicos cuando se encuentran en según qué condiciones extremas, pero realmente esto se trata solo de un McGuffin, aquí lo que prima es el encadenado de situaciones que te dejan un muy buen sabor humorístico, situaciones que se multiplican, con momentos cumbres en el Séptimo Arte.
Abundan momentos muy hilarantes: persecuciones aceleradas, caídas al agua y resbalones, cocina organizada con el tradicional sistema keatoniano de hilos y cuerdas, noches de terror infantil, o una tronchante partida con naipes mojados… Keaton y la chica, que al principio son ridículos sin paliativos, van espabilando y evolucionando en su obligado confinamiento de robinsones marítimos, especialmente cuando se aproximan al final vertiginoso, mucho más cargado de genuino suspense que de humor. Acróbata de familia, muchos gags de Keaton, basados en piruetas, trompadas y batacazos provocan risa, pero también admiración, por las condiciones físicas excepcionales que demuestran, y por el riesgo que afronta un actor que prescinde de dobles y especialistas y busca el más-difícil-todavía, como en las escenas submarinas de esta película.
Una obra maestra total y absoluta que va en un "crescendo" de ingenio, talento y tensión a medida que avanza su corto metraje, una obra de referencia en su formidable época; "El navegante" era el film preferido de Keaton y no me extraña, pues es una comedia redonda, elaborada e ingeniosa, desbordante de inteligencia y repleta de "gags" antológicos. Un prodigio de imaginación en el que no hay un momento de aburrimiento.
El film suma drama, racismo, intolerancia, crítica social y romance. Es una de las primeras películas interraciales realizadas en Hollywood por una gran productora y forma parte del ciclo de cine social que se prodiga en los años 40. El relato explica los hechos con realismo y trazos documentalistas, los problemas se presentan con naturalidad y se insertan en la vida diaria de la comunidad. Se advierte el pulso vigoroso y fluido de gran narrador que tiene Kazan, construyendo ambientes de gran fuerza emocional, de nuevo demuestra que ama profundamente a sus personajes, que le duelen las minorías discriminadas (él mismo sufrió esto en carne propia por su origen griego), y con su novedoso estilo semi-documental, borda un filme colmado de noble espíritu y de alto valor socio-político.
Kazan una vez más da cuenta de su gran capacidad para la dirección de actores, haciendo posible que una espléndida Jeanne Crain pueda darnos una de las mejores caracterizaciones de su carrera. Ethel Waters, resulta también maravillosa como la abuela y sería nominada a los premios Oscar; y Ethel Barrymore, haciendo de Miss Em, sigue a la altura de su dinastía familiar, con un talento para la interpretación, irreprochable. Una película sin duda para recordar.
Clasificarla es un poco complicado, es buena, es mala… lo que está claro es que es una película de “auténtico terror”, porque no hay nada más terrorífico que lo cotidiano, lo inexplicable y lo desconocido de tus vecinos o tus allegados, solo tienes que ver la cantidad de crímenes sangrientos entre conocidos y familiares que se cometen a diario, generalmente más crueles y violentos que algunos de los que aparecen en este film. Hablo de sensaciones, de la parte técnica es un poco más difícil hablar, rudimentaria pero efectiva, y aún así con escenas de autentico impacto y muy bien conseguidas, en estas, sobre todo el sonido y las expresiones se convierten en el mayor aliado del desarrollo en la película, haciendo que todas las secuencias resulten reales hasta el extremo, desagradablemente reales diría yo, pero muy conseguidas.
Es sin duda un hito y un referente en el cine de terror, incansablemente copiada y manipulada, pero en ninguna de sus secuelas se han conseguido las sensaciones que esta te aporta. Extraña, desagradable y psicótica... te hace estremecer pensar que está basada en hechos reales, creo que no debemos catalogarla por sus supuestos valores cinematográficos, pero que ha marcado época, seguro, y por supuesto su remake más cercano no se aproxima, ni de lejos, al aluvión de pelos de punta que produce su original, en este caso, una de las pocas películas de terror de verdad.
Que en el Museo de Arte Moderno de Nueva York se guarde una copia de los negativos de esta obra (así como de La Noche de Los Muertos Vivientes), dice más de ella que todas las críticas que aquí podamos dejar. Que, tras serias dificultades, triunfase en el festival de Londres, fuese alabada en Cannes y Avoriaz se rindiese ante su potencia visual, es prueba de su cautivadora esencia, ajena al discurrir del tiempo y las modas. Que cincuenta años después aún haya gente comentando, criticando (para bien o para mal) esta tremenda obra, dice todavía más. Y que, con cinco décadas a sus espaldas, la cinta de Hooper siga siendo referencia obligada dentro del terror contemporáneo y uno de los puntales seminales del gótico americano revela más de esta obra de lo que yo pueda aquí escribir.
Esta es una película sobre el dinero que se puede ganar quitando recién nacidos a sus atemorizadas madres y vendiéndolos después a ricos sin hijos. Aunque el escenario nunca se menciona por su nombre, los créditos iniciales transcurren con un telón de fondo, el del Ayuntamiento de Los Ángeles, acompañados por la advertencia de un narrador que nos indica que lo que sucede en “Abandoned” puede haber ocurrido en cualquier lugar de los Estados Unidos. La historia comienza con Paula Considine (Gale Storm) introduciéndose en la oficina de personas desaparecidas para preguntar por su hermana, quien huyó a Los Ángeles para tener un hijo ilegítimo lejos de los ojos críticos de sus vecinos; el protagonista masculino, el cínico reportero Mark Sitko (Dennis O'Keefe) es el primer personaje que se encuentra con Paula Considine a su llegada al Ayuntamiento, la presencia de Sitko nunca se explica, pero cuando ve a Considine se siente más atraído por sus piernas que por su triste historia, hasta ahí llega su preocupación inicial, en su afán por pasar un buen rato se ofrece a ayudarla hasta que se da cuenta de que su problema podría convertirse en una buena noticia. Los matones de “Abandoned” son el sórdido investigador privado Kerric (Raymond Burr) y su jefa, la anciana señora Donner (Marjorie Rambeau), Donner es seguramente una de las villanas más despiadados del cine negro, una variación intrigante de la mujer fatal, habla de asesinato y venta de carne humana con una naturalidad que incluso hace dudar al corrupto Kerric, consigue sus víctimas repartiendo biblias gratis en hospitales de "Jovenes descarriadas", junto con promesas de dinero, ropa bonita y amabilidad para estas pobres mujeres, su barniz de respetabilidad acentúa la profundidad de su maldad, una anciana con bastón, maternal, culta y rica, la idea de que el peligro y el mal acechan justo debajo de la superficie en alguien que podría ser tu vecino o tu abuela es realmente aterradora.
“Abandoned” tiene la valentía de describir al público de la época una problemática siniestra e inquietante, apenas abordada en el cine norteamericano -y no solo de su tiempo-, esto le dota un plus de singularidad dentro del cine policíaco de su tiempo, pero es que además, ya se puede apreciar la querencia del realizador por una planificación cortante, afilada, y por su clara apuesta por la fisicidad y nervio interno en sus secuencias de acción, es algo que incluso se percibirá, a la hora de apostar por cortantes y entonces novedosos encadenamientos de secuencias, o en el alcance nocturno que preside buena parte de su metraje, adquiriendo en sus secuencias más logradas, una creciente sensación de desasosiego, una tendencia que irá alcanzando una notable temperatura, según se vaya insertando un climax por momentos atroz, escalonando una serie de pasajes dominados por la tensión, la violencia e incluso el sadismo.
Una excelente película con una trama tensa e intrigante, a pesar de algunos fallos en la construcción de ciertos personajes, el director consigue mantener el ritmo en todo momento y que pases unos entretenidos minutos con su visionado.
La película ha sido acusada de academicista, como toda la obra de Wyler, ese alsaciano que aportó elegancia y sobriedad a Hollywood, es un reproche injusto pero comprensible hoy. Wyler cree en sus personajes, en los conflictos que muestran, en el drama psicológico, en el dolor de los amores expresados de manera inconveniente, no es un director que quiera presumir de ser el más astuto, que sus criaturas no necesitan guiñarle el ojo al espectador, decirnos que él está de vuelta de todas esas tonterías, se toma en serio lo que hace, cree que el espacio en el que está organizada la casa de los Sloper tiene una dimensión simbólica, que la escalera juega un papel, que la secuencia del baile sirve para exponer el movimiento de los sentimientos, que el movimiento de la cámara que acompaña a una de las irrupciones de Clift en la mansión de los Sloper expresa mejor que cualquier palabra la idea de toma de posesión. En Wyler todo significa, nada es arbitrario, todo es inteligente y nada está contado en segundo e en tercer grado, aunque todo pueda tener varias lecturas, no es un cineasta postmoderno, sino simplemente un gran cineasta.
Todo esto desarrollado de modo vibrante, en base a momentos cargados de intensidad, de sensibilidad (que no sensiblería), donde los sentimientos más arraigados estarán de modo latente a flor de piel, y donde la ambigüedad moral será manejada de forma majestuosa por Wyler, pues es un relato cargado de sublecturas, donde cada espectador podrá sacar una conclusión distante, sabe jugar con la información para que no sepamos realmente el cien por cien de las motivaciones de los personajes, edificando un entramado malsano donde la verdad y la mentira quedan confundidos en una nebulosa agria, con lo que conformará una historia viva, con un reguero resplandeciente de matices y zonas grises que te atraparán en su malsana telaraña , imbuyéndonos de una atmósfera que a medida que avanza el metraje se hará tan asfixiante como absorbente. Un relato de una potencia dramática fascinante, sabiendo conjugar con mordiente fuerza el amor y la venganza, en una miscelánea desgarradora, maniobrando con prodigio la elipsis temporal para sobre todo en su Apoteósico clímax final, alcanzar una de las cumbres del Séptimo Arte.
Sin duda una obra de arte máxima que merece la pena revisar una y otra vez y que confirma, una vez más, el vigor narrativo de William Wyler. ¡Un filme memorable!
Ambientada en un pueblo del sur de Estados Unidos, su protagonista es Chick, un adolescente que asiste a la detención de un hombre negro llamado Lucas acusado de haber disparado por la espalda a un blanco, uno de los miembros del clan Gowrie, justo antes de entrar en la comisaría, Lucas le pide al muchacho que su tío John sea su abogado para ese caso, pero cuando acude a la cárcel a ayudarle no encuentra en Lucas el apoyo que esperaba, éste simplemente le da a entender secamente que él no cometió el crimen dando como pista que la bala que encontrarán en el cadáver no es la de su arma, pero se resiste a dar mucha más información.
Clarence Brown, como sureño que era, se esmeró en lograr que la película tuviera una ambientación auténtica, y para ello insistió en filmar la mayor parte del metraje en exteriores reales, más concretamente en el pueblo de donde era originario Faulkner, esta es ya de entrada una de las grandes bazas de la película, que no parece una correcta recreación hollywoodiense del sur de Estados Unidos sino que desprende autenticidad, no solo en los espacios donde sucede, sino en la forma de hablar de los personajes, en sus rostros y en su comportamiento. El film huye explícitamente de la tentación de convertirse en una diatriba antisureña o de mostrar una imagen simplista de esos ambientes, el racismo está más que patente en toda la cinta, no solo en los paletos pueblerinos sino en la breve escena en que vemos a la familia de Chick, aparentemente más civilizada pero que no esconde esa actitud de superioridad implícita hacia sus sirvientes negros, la forma como trata la cinta la segregación racial no pasa pues por grandes escenas exaltadas, sino que lo encara en un nivel más complejo, sobre todo en lo que se refiere al personaje de Chick.
Una maravilla desde su arranque hasta su minuto final, uno de esos magníficos productos rodados con una aparente sencillez pero que esconden en su fuero interior un complejo compendio que almacena una osada llama de denuncia social narrada a través de una propuesta temporal moderna en virtud de un montaje que engarza con elegancia varios flashback que alumbran pasajes acontecidos en el pasado conectados íntimamente con el presente, dando lugar así a una cinta que hace gala de un ritmo trepidante y contundente a la que no le sobra ni le falta un solo segundo de metraje. Una de esas películas inclasificables que partiendo de un drama sureño de tintes judiciales, acabará convirtiéndose en una emocionante intriga tiznada de elementos noir, pero que igualmente derivará hacia una de esas historias de alumbramiento de la madurez de ese adolescente que perderá esa virginidad que el mundo de la infancia encierra en su territorio.
La última película que realizó el director en Hollywood sería toda una curiosidad en su carrera, una película que se aparta por completo de sus temas habituales y en la que aborda un género tan típicamente americano como el cine negro o policíaco, sin embargo, “Almas Desnudas” está muy lejos de ser una película de intriga al uso, y de hecho eso es lo que buscaba su productor, Walter Wanger (quien años atrás había conseguido un éxito enorme con algunas de las mejores películas americanas de Fritz Lang como “La Mujer del Cuadro” y “Perversidad”), prueba de ello es que pensara inicialmente adjudicar este proyecto al director francés Jean Renoir en lugar de a cualquiera de los muchos expertos en cine negro que podría hallar en Hollywood, por ello, cuando la película pasó a caer en manos del también exiliado Max Ophüls no puede decirse que el realizador le diera un giro radical al film, sino que más bien desde el principio Wanger buscaba dar un tono distinto a esta historia criminal. El resultado fue de lo más interesante, más allá de la típica historia vulgar sobre chantajes, Ophüls consiguió hacer un lúcido retrato sobre la familia típicamente americana, y más concretamente, de la madre de familia americana, lo que nos propone el director es mostrarnos un hogar estable, acomodado e idealizado que acaba mostrando su otro reverso aparentemente menos visible.
La peripecia de Lucia Harper (Joan Benett) por abrirse paso entre las fatalidades que se suceden a la muerte accidental en su casa del canalla amante de su hija adolescente es mostrada por Ophüls en forma de estorbos, impedimentos, trabas, zancadillas, interrupciones e inconveniencias. El peso argumental se sustenta en dos figuras grandes como lo fueron James Mason y la preciosa Joan Bennett, sobre todo ella, quien con su personaje de madre luchadora, ejemplar y protectora, recorre todos los estados emocionales y hasta físicos que el trabajo de madre de adolescentes conlleva, agregándole un marido ausente y una hija rebelde por cosas de la edad y sin miramientos de unas consecuencias insospechadas, con chantaje y homicidio accidental incluido. Ophüls, a través de Bennett, nos lleva casi que con angustia por toda la película con un ritmo compensado y firme, sin vacíos argumentales notorios y con una calidad de fotografía ejemplares. Mason, como siempre, cumple cabalmente en un personaje dual que se mueve entre el bajo mundo y el sentimiento naciente entre admiración y amor por la mujer que es su víctima, pero Joan es el centro de la trama, su fuerza, sus lágrimas, su sentimiento que cobija el bienestar familiar a toda costa y sin miramientos los plasma por completo en pantalla pasándoselos al espectador para que se haga cómplice con su sufrimiento, y a fe que lo consigue, corroborando lo gran actriz que era.
Una fiesta para los ojos, pero para los ojos del cuerpo y los ojos del alma, uno de esos funambulismos con los que se atreven las grandes obras de arte, conjugar emoción, diversión, belleza y reflexión. Una historia tintada en negro, de suspense, de intriga, un film que es imprescindible recuperar y mantenerlo donde debe estar: en la cima de la cúspide y más allá.
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