Spencer Tracy y Katharine Hepburn











(Spencer Bonaventure Tracy; Milwaukee, 1900 - Beverly Hills, 1967) Actor estadounidense. Católico de ascendencia irlandesa, realizó sus primeros estudios en varios colegios (su rebeldía le llevó a ser expulsado en numerosas ocasiones) hasta que entró en la Academia Marquette, un riguroso centro jesuita. Al estallar la Primera Guerra Mundial sirvió en la Armada, y finalizada la contienda, cuando aún no había cumplido los veinte años, se sintió atraído por el mundo de la interpretación dramática mientras estudiaba en el Ripon College, centro desde el que inició una gira por varias ciudades del país. Esta vocación lo llevó a inscribirse como alumno en los cursos que se impartían en la Escuela de Arte Dramático de Nueva York.

Dio sus primeros pasos profesionales en Broadway, debutando en la obra R.U.R., en la que interpretó el extraño papel de un robot. Durante la década de los años veinte recorrió los Estados Unidos, haciendo multitud de papeles menores en obras como The Man Who Came Back, The Gipsy Trail, Page the Duke, etc., y colaborando en diferentes empresas teatrales, además de intervenir en algunos cortos de la Vitaphone, lo que le proporcionó una excelente experiencia para sus trabajos posteriores y un amplio conocimiento de los distintos recursos que debe tener un actor. Años más tarde, y tras el éxito que le proporcionó la obra The Last Mile, llegaría a decir que lo importante para un actor es "salir a escena y procurar no tropezar con los muebles".



Su incorporación al cine tuvo lugar cuando el sonoro ya se había implantado en la producción hollywoodiense. Su primera oportunidad se la dio John Ford en Río arriba (1930), con la que cosechó un éxito que le permitiría ver su nombre al lado de algunas de las bellezas del cine del momento: trabajó con Jean Harlow en Conducta desordenada (1932), de John W. Considine; y con Joan Bennett en Mi chica y yo (1932), de Raoul Walsh. En aquellos primeros años de la década de los treinta inició la larga y fructífera carrera que habría de convertirle en uno de los actores más carismáticos de la historia del cine.

Su adicción al alcohol influyó notablemente en sus relaciones con la Fox, estudio que le ofreció todo tipo de papeles (además de prestarlo a la Warner para intervenir en varias películas), hasta que tuvo que rescindir el contrato por negarse el actor a seguir el ritmo que le habían impuesto. Tracy logró entonces un buen acuerdo con la Metro Goldwyn Mayer, para la que continuó interpretando papeles de “duro”, al tiempo que por su calidad y buen hacer empezó a recibir ofertas para participar en títulos emblemáticos que aumentaron su popularidad. Su colaboración con directores como Fritz Lang (Furia, 1936) o Victor Fleming (El extraño caso del Dr. Jekyll, 1941) son algunos ejemplos de su versatilidad y capacidad de adaptación a todo tipo de papeles.



Spencer Tracy pasó más de veinte años en la Metro; allí colaboró con actores, actrices y directores que le ayudaron a ser una de las estrellas más brillantes del firmamento hollywoodiense del momento. Su nivel interpretativo le permitió alcanzar numerosos éxitos y convertirse en uno de los actores más populares. Quedarán como algunas de las actuaciones más memorables del cine de todos los tiempos la de San Francisco (1936), de W. S. Van Dyke, en la que trabajó con Clark Gable; su personaje de Manuel en Capitanes intrépidos (1937), de Victor Fleming, por el que mereció su primer Oscar; y sobre todo el famoso padre Edward J. Flanagan de Forja de hombres (1938) (1938) y La ciudad de los muchachos (1941), ambas de Norman Taurog; por la primera de ellas recibió su segundo Oscar.

Es necesario resaltar en Tracy dos características que estuvieron directamente vinculadas con su capacidad para conectar fácilmente con los espectadores. Una fue su aspecto físico, por el que siempre representó más edad de la que realmente tenía (fue un canoso prematuro), lo que contribuyó a darle un aire de solemnidad, perfectamente compatible con la gran afabilidad que desprendía su fotogenia; de ahí que interpretara con frecuencia biografías de personajes históricos, y a abogados y jueces, entre otros.



Como consecuencia de lo anterior, Tracy tuvo dificultades para encarnar papeles de villano (algo que hizo en sus primeras películas), ya que no era aceptado en ellos por una gran mayoría del público, independientemente de que su trabajo fuese acertado o no. En definitiva, se convirtió en el actor favorito de los principales directores para interpretar personajes venerables o bondadosos, aunque tuvieran un punto de rebeldía que tan bien supo explotar el actor, contribuyendo con su buen hacer a imprimir un carácter único a cada una de sus interpretaciones.

En la cumbre de su carrera, la Metro emparejó a Spencer Tracy con una de las actrices más importantes de la época, Katharine Hepburn. Tras La mujer del año (1942), filme dirigido por George Stevens y con guión de Garzón Kanin, se consolidó una intensa relación sentimental que se mantuvo con la mayor discreción en el siempre agitado panorama de Hollywood. Tracy y Hepburn rodaron una serie de películas que dejaron una profunda huella en el cine clásico estadounidense, ya que si interesante resultó Mar de hierba (1947), de Elia Kazan, mejor fue El estado de la Unión (1948), y excelente y soberbia La costilla de Adán (1949), de George Cukor, con otro inteligente guión de Kanin.

Tras la fructífera relación artística y personal con Katharine Hepburn, Spencer Tracy consiguió demostrar que su pericia interpretativa no había sido ocasional o de una época concreta de su trayectoria artística. Demostró la grandeza de su arte en sendas películas dirigidas por Vincente Minnelli (El padre de la novia, 1950; El padre es abuelo, 1951) y en varias de John Sturges (El caso O'Hara, 1951; Conspiración de silencio, 1955; El viejo y el mar, 1957).

A ello hay que sumar otros tres títulos en los que su impronta es, del mismo modo, inolvidable, todos de la mano del director Stanley Kramer, uno de sus mejores amigos: Vencedores o vencidos (1961), una espléndida narración de los juicios de Nuremberg; El mundo está loco, loco, loco (1963), la última demostración de sus aptitudes para la comedia; y su testamento fílmico, Adivina quién viene a cenar esta noche (1967), en el que volvió a formar pareja con Katharine Hepburn. Tracy bordó en este filme el papel del padre que debe demostrar su ausencia de prejuicios cuando su querida y encantadora hija, interpretada por Katharine Houghton, presenta a sus padres a su novio, un yerno perfecto con la única salvedad de que su piel es negra (papel que fue interpretado por uno de los pocos actores negros que, en esa época, triunfaron en Hollywood: Sidney Poitier).



Tracy estuvo dotado tanto para el drama como para la comedia, para la acción como para la reflexión; su naturalidad ante las cámaras ha quedado como un ejemplo de arte dramático en el terreno cinematográfico. Está considerado como uno de los mejores actores que ha dado el cine en toda su historia, y sus películas avalan tal distinción.









(Katharine Houghton Hepburn; Hartford, Connecticut, 1907 - Old Saybrook, Connecticut, 2003) Actriz estadounidense, gran dama del teatro y protagonista de grandes títulos clásicos de la historia del cine. Katharine Hepburn nació en el seno de una familia aristocrática que decía descender de un hijo bastardo del príncipe Juan de Inglaterra. Esta alcurnia y el hecho de que sus antepasados hubieran llegado a Estados Unidos en el Mayflower eran referencias que los Hepburn mantenían muy frescas.

No eran nada esnobs, pero sí algo pedantes; fundamentaban su clase en el conocimiento, y se enorgullecían, por ejemplo, de contar entre sus amistades con Sinclair Lewis, vecino de la casa, o de mantener un prolongado intercambio epistolar con George Bernard Shaw. Kate era la segunda de seis hermanos -Tom, Dick, Bob, Marion y Peggy-, criados en ese ambiente culto y liberal en el que era común entre ellos leer en voz alta a Ibsen o Shakespeare y opinar y discutir sobre sus obras a una edad nada habitual.

Su padre, Thomas Norval Hepburn, era un respetado cirujano especialista en urología, y un atleta de primera categoría desde sus tiempos de estudiante en el Randolph-Macon College de Virginia; en 1900, cuando estudiaba medicina en la Universidad Johns Hopkins, conoció a Katharine Martha Houghton, una inquieta militante sufragista con la que se casó tras la graduación y que después de darle seis hijos lideró la lucha por el control de la natalidad. Si bien esta mujer moderna e inteligente fue el modelo de su famosa hija, ésta era tan tímida en la infancia que tuvo que ser educada en su casa en lugar de concurrir a una escuela convencional.



La confortable paz burguesa en que transcurrió su niñez se quebró la mañana de 1921 en que encontró a su hermano Tom colgado en el desván. Este inexplicable suicidio fue una tragedia familiar sin paliativos que a ella le afectó especialmente, por lo que sus padres la enviaron una temporada a la casa de verano que poseían en Fenwick.

A su vuelta daba la impresión de haber madurado de golpe y, pese a sus catorce años, mostraba ya rasgos de su legendario carácter. Ese mismo año ingresó en el exclusivo Bryn Mawr College de Filadelfia, donde más tarde estudió arte dramático y se convirtió en miembro permanente del grupo de teatro universitario.

En junio de 1928, al día siguiente de su graduación, viajó a Baltimore para entrevistarse con Edwin H. Knopf, director de una compañía de teatro que ensayaba en esos momentos The Czarina; tras mucho insistir, se hizo con un breve papel en la obra. Este debut y su famoso temperamento le valieron, en aquellos primeros tiempos, el mote de «la Zarina».

En octubre de ese mismo año se casó con su amigo Ludlow Ogden Smith, con el que formó un matrimonio de camaradas que acabó en divorcio amistoso en abril de 1933. «Fue él quien quizá preparó el camino para la ruptura al decirme que con mi talento podría conseguir lo que me propusiera», dijo entonces. Su marido conocía bien el alcance de ese talento desde que Katharine le había obligado a invertir su nombre antes de la boda (se llamó a partir de entonces S. Ogden Ludlow) porque ella consideraba vulgar convertirse en «la señora Smith», aunque él lo diría seguramente tras la consagración de la actriz en Broadway con A warrior’s husband, en 1931.



Su trabajo recibió muy buenas críticas, de las que se hizo eco David O. Selznick, entonces responsable de producción de la RKO, quien le ofreció un contrato que ella misma negoció hasta lograr un salario de gran estrella, 1.500 dólares semanales, cuando en el teatro ganaba 100. Fue el precio que consideró justo para mudarse a Hollywood.

En el verano de 1932 rodó su primera película, Doble sacrificio, nada menos que junto a John Barrymore, y desde el primer día congenió con el director, George Cukor, que enseguida supo que había escogido a una actriz de gran talento instintivo. Cukor la dirigiría en una decena de filmes, entre ellos Las cuatro hermanitas (1933), basada en la novela de Louise M. Alcott, en la que por supuesto encarnó a la masculina Jo, un papel que contribuyó a cimentar su propia androginia en una época en que imperaban mitos de feminidad como Jean Harlow o Mae West.

El éxito de esta película y de Gloria de un día (1933), de Lowell Sherman, que le valió su primer Oscar, abrió una etapa de auge en su carrera que, contra todo pronóstico, no tardó en declinar durante la segunda mitad de la década, de forma paralela a la decreciente repercusión comercial de algunas sus películas. Algo que hoy resulta incomprensible, dado que precisamente en esos años rodó títulos del calibre de Damas del teatro (1937), de Gregory La Cava; Vivir para gozar (1938), de George Cukor, La fiera de mi niña (1938), de Howard Hawks, pero que entonces obligó a la actriz a regresar a Nueva York y retomar su labor en los escenarios.



Su reaparición en Broadway supuso un nuevo auge en su carrera: su trabajo en la comedia de Philip Barry Historias de Filadelfia llegó a las cuatrocientas representaciones y recibió el aplauso unánime de crítica y público. Tras su fracaso en Hollywood (le habían colgado el mote de «veneno de la taquilla» y se había visto rechazada en favor de Vivien Leigh para protagonizar Lo que el viento se llevó), la actriz se sentía tan feliz con este nuevo triunfo que el multimillonario Howard Hughes , con quien había tenido un romance, le regaló los derechos de The Philadelphia Story para que únicamente ella pudiese hacer la versión cinematográfica.

Y la Hepburn, tras comprar su libertad a la RKO (cancelar el contrato le costó 220.000 dólares), volvió a la Costa Oeste para ofrecerle la adaptación al zar de la Metro Goldwin Mayer, Louis B. Mayer, quien aceptó, aunque no se plegó a las exigencias de la actriz de que los coprotagonistas fueran Clark Gable y Spencer Tracy. Le proporcionaron a Cary Grant y James Stewart y tuvo a Cukor como director, y la química conseguida prueba que fue la elección perfecta para una película memorable. Esta vez perdió el Oscar injustamente frente a Ginger Rogers, pero ganó con justicia un prestigio que ya no la abandonaría.

Por su autobiografía (Me, 1991) se supo que por esa época vivió una intensa relación clandestina con el realizador John Ford (un hombre casado e infeliz, ferviente católico y alcohólico sin remedio que al final de su vida confesó su arrepentimiento por no haberla llevado al altar), y que el vínculo se deshizo nada más conocer a su admirado Spencer Tracy (también casado, infeliz, católico y alcohólico). Los unió La mujer del año (1942), de George Stevens, y desde entonces hasta Adivina quién viene esta noche (1967), de Stanley Kramer (Tracy murió unos días después de finalizar el rodaje), formaron una de las grandes parejas del cine y de la vida a lo largo de nueve películas y veinticinco años de torturados amores también clandestinos.




Durante los años cincuenta y sesenta rebajó mucho su ritmo de trabajo, lo cual no le impidió cosechar grandes éxitos como La reina de África(1951), que coprotagonizó con Humphrey Bogart, o la citada Adivina quién viene esta noche (1967) y El león en invierno (1968), por los que obtuvo sendos Oscar de forma consecutiva. En las décadas siguientes, acusando su ya avanzada edad, redujo su presencia cinematográfica a papeles esencialmente de apoyo, con la notable salvedad de En el estanque dorado (1981), auténtico testamento fílmico por el que se le concedió su cuarto Oscar, y en el que compartió cartel con otra gloria del cine clásico estadounidense, Henry Fonda.

Hepburn se despidió del cine en 1994, ya octogenaria, para retirarse a su casa de campo, en Old Saybrook, Connecticut, donde la acompañaban habitualmente familiares y amigos, además de su biógrafo, Scott Berg, que la visitaba los fines de semana y concluyó allí veinte años de entrevistas que dieron forma a un libro, Kate remembered (2003), que, conforme a lo pactado, publicó tras la muerte de la actriz.



«Hay mujeres, y además está Kate. Hay actrices, y además está Hepburn», dijo de ella Frank Capra cuando la dirigía en El estado de la Unión (1948), uno de los títulos que reafirmó la química perfecta de la actriz con Spencer Tracy. Aunque la inconfundible máscara profesional de la Hepburn (la voz que oscilaba entre el tono reposado y el sobreagudo, el elegante acento de Nueva Inglaterra, la réplica veloz, el andar ágil y desenvuelto) establecía químicas insospechadas.




Pese a su divismo, era de una enorme generosidad con sus compañeros gracias a un dominio de sus posibilidades que le permitía, sin traicionar ni un ápice su estilo, una inmediata adaptación que hacía las delicias de sus directores. Luego estaba su porte singular (su altura, el cuello largo, los pómulos altos, las facciones angulosas...), un tipo de belleza que ha perdurado en el tiempo ajeno a cánones y modas. El resto era aplomo, seguridad en sí misma y mucho talento. En la vida real era todo un carácter, y hasta más allá de los noventa años conservó una energía y una lucidez que no lograron apagar los temblores que le producía la enfermedad de Parkinson que padecía desde hacía tiempo.






La mujer del año (Woman of the year, 1942)

La llama sagrada (Keeper of the flame, 1942)

Sin amor (Without love, 1945)

Mar de hierba (The sea of grass, 1947)

El Estado de la Unión (The State of Union, 1948)

La costilla de Adán (Adam's rib, 1949)

La impetuosa (Pat and Mike, 1952)

Su otra esposa (Desk Set, 1957)

Adivina quién viene esta noche (Guess who's coming to dinner, 1967)











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