Fedra (1956)


Título original: Fedra

País: España

Director: Manuel Mur Oti

Guion: Manuel Mur Oti, Antonio Vich. Obra: Lucio Anneo Seneca

Música: Guillermo Cases

Fotografía: Manuel Berenguer

Intérpretes: Emma Penella, Enrique Diosdado, Vicente Parra, Manuel de Juan, Raúl Cancio, Rafael Calvo, Porfiria Sanchiz, Mariano del Cacho, Alfonso Rojas, Ismael Elma, Xan das Bolas, José Riesgo

Productora: Suevia films

Año de producción: 1956

Duración: 01:36:18

Género: Drama, Drama romántico, Mitología

 


Sinopsis:

 

En un pequeño pueblo de pescadores vive con su padre (Rafael Calvo), el farero del pueblo, Estrella,  Estrella (Emma Penella), una joven indomable requerida de amores por todos los hombres del pueblo, a quienes siempre rechaza.

Al pueblo llega un día un rico armador, Juan (Enrique Diosdado), que se enamora de ella y honestamente le pide matrimonio, pero esperará hasta que ella le quiera. Pasados los días llega al pueblo un muchacho del que Estrella se enamora perdidamente: Fernando (Vicente Parra), hijo del rico armador.

Naturalmente Estrella no es correspondida y al enterarse de que Fernando es hijo de Juan, para estar cerca de él tiene la mala idea de casarse con su padre.

 

Nota

Las dos versiones, “.avi” y “.mkv”, además de en calidad y peso, se diferencian en que la “.mkv” está sacada de un pase televisivo y en la parte inferior derecha de cada fotograma aparece el logo de la cadena (en este caso La 2 de TVE) y la indicación de que la película está recomendada para mayores de 12 años (para que cada cual asuma su responsabilidad cuando llegue a las calderas de Pedro Botero). Por lo demás la calidad de esta última es sensiblemente mejor como podréis apreciar en las capturas. Elegid la que más os guste.

 



 

Versión: Versión original en español

Formatos: .avi    -    .mkv

Calidad: DVDrip    -    TVrip

Tamaño: 734.1 MB    -    1.71 GB

 

Fedra (.avi) 734.1 MB

 

Fedra (.mkv) 1.71 GB

 

 

Curiosidades varias, algunos cotilleos (de vez en cuando) y un poco de rollo de mi cosecha

 

Queridos blogueros, como, tras leer el renglón anterior, os supongo ávidos de curiosidades, cotilleos y, cómo no, de los habituales rollos de mi cosecha, me apresuro a aclarar que, hoy, nada de nada… Ahora bien, no sería justo que no os informase de que, muy merecidamente, por su interpretación en esta película la gran Emma Penella fue merecedora del premio a la mejor actriz que le concedió el “Círculo de Escritores Cinematográficos”. Dicho queda.

 

Pero volvamos a lo de curiosidades, etc., etc., etc.

 

El titulito de este apartado de los post con que os suelo castigar, lo tengo “incrustado” (como los subtítulos españoles en alguna película en versión original) en un “borrador para post” que me fabriqué hace tiempo y que, como podéis suponer, me facilita el trabajo llegado el caso.

 

De modo que, repito, hoy nada de nada. Y por varias razones que paso, sin dilación a enumerar.

 

Primera y principal, que hoy no tengo el cuerpo jota y no estoy, por tanto, para muchos rollos (ni curiosidades ni, mucho menos, cotilleos de ningún tipo).

 

Segunda y no menos importante, que buscando curiosidades y cotilleos me he topado con este comentario que os copio a continuación, cuyo autor (Gilbert, de Barcelona) tuvo a bien publicar en Filmaffinity.

 

Mitológica, levantisca y mediterránea

El cine español suele tener buenas películas ambientadas en parajes rurales. Normalmente las sitúan en la meseta castellana, montes vascos, fincas andaluzas o extremeñas, o bosques gallegos.


Pero es raro ver una buena muestra de algún pueblo costero mediterráneo.
Calabuch de Berlanga y poco más.


Esta película huele a sal y arena, como debe ser. El único fallo de ambientación tal vez es que la protagonista, Emma Penella, tiene acento castellano. Pero es perdonable porque ella es de lo mejor del filme como esa moderna Fedra del Levante que levanta lo que tiene que levantar.

 


 
Lo que es un acierto desconcertante es adaptar una tragedia mitológica griega a la España de los años 50. Respetando además tradiciones tanto del mito como de la historia local. Con sus celos, sus puñeterías, sus pasiones levantiscas, sus relaciones prohibidas, y ese mar poseidonítico que siempre tiene la última palabra.

 

Y como todo me parece poco para saciar vuestra sed de conocimiento (y culturizarme yo mismo en igual medida) tampoco he podido resistirme a copiaros íntegro, de pe a pa, a pesar de su extensión, o quizá precisamente por eso mismo, el artículo que aparece en “Metakinema.es” y que me ha parecido extraordinario y sobre todo imprescindible para apreciar en todo su valor esta joya de nuestro cine que muchos, estoy seguro, no conoceréis.

 

Es un poco largo, ya os lo he advertido, pero estoy seguro de que, cuando lo hayáis leído vais a estar de acuerdo conmigo en que de ninguna manera se debe “perdonar el bollo por el coscorrón” (expresión esta que, según recoge el Diccionario de la Real Academia Española, indica la “conveniencia de renunciar a algo por el demasiado esfuerzo que costaría el lograrlo”).

 

De manera que, queridos míos, armaos de paciencia, clavad los codos ante la pantalla de vuestro ordenador y, si os place, acompañad la lectura de este interesante artículo con un té con pastas, chocolate con churros o cervecita con aperitivo, dependiendo del momento del día en que acometáis la empresa.

 

¡Ea! No perdáis más tiempo…

 

Fedra

Un clásico dentro de la cinematografía española, aún no suficientemente considerado es la película ‘Fedra’ de Manuel Mur Oti. Fue estrenada en 1956 y se convirtió en la más vista durante ese año. Está basada en la homónima tragedia del autor latino Séneca. La fórmula empleada ha sido la actualización del mito, buscando crear una atmósfera de intemporalidad en la que se mostrase ese carácter de clásico. Durante esos años no era España el lugar más propicio para realizar películas con libertad. Con gran sabiduría y habilidad, consiguió el director salvar las previsibles objeciones de la censura, para lo cual contó con la inestimable ayuda del valor añadido que suponía llevar a la pantalla el texto de un autor de tragedias romano.

 

Las relaciones entre la tragedia y el cine no han sido tan fluidas como en un principio se podría suponer. La pátina de reconocimiento y admiración de los poemas trágicos antiguos se ha convertido en un condicionante disuasorio para los directores, a juzgar por las escasas ocasiones en las que se ha producido el maridaje entre ambos. El mayor problema al que se habían de enfrentar aquellos osados que se atrevieran a internarse por esos elevados parajes consistía en verse obligados a optar bien por mantener el sacrosanto respeto que les atenazaba, hasta el punto de convertirse en muchos casos en meras filmaciones de espectáculos teatrales; o bien por distanciarse del modelo original al trasladar el contenido a un contexto temporal mucho más cercano a nuestros tiempos, o incluso contemporáneo. Esta es la opción por la que se decantó el director de este film, cuya excepcionalidad se manifiesta a raíz de una sorprendente combinación entre la actualización de los contenidos y la sensación de atemporalidad, de traslación potencial del drama a cualquier época que se pueda imaginar.

 

El mito de la mujer enamorada del hijo de su esposo, pasión que conduce irremisiblemente a la tragedia, ha sido llevado al cine solamente en cinco ocasiones. Las dos primeras datan de los inicios del siglo XX y son Fedra (Dramma mitologico dell’Antica Grecia), film italiano rodado en 1909, y Phèdre/Fedra, producción franco-italiana del año 1910. La siguiente película es la que se está presentando en este artículo, film de nacionalidad española estrenado en 1956. Pocos años después, en 1962, se presenta la “Phaedra  del director norteamericano afincado en Francia Jules Dassin. Por último, la más reciente cronológicamente hablando es “Phèdre”, película francesa dirigida por Pierre Jourdan, estrenada en 1968, pero que presenta la particularidad de no estar basada en ninguna de las tragedias antiguas, sino en la más reciente escrita por el dramaturgo francés Racine.

 

El responsable de la película española es el director gallego Manuel Mur Oti, cuya singular producción y carrera lo convierten en una rara avis dentro del panorama cinematográfico español de ese momento concreto y de todas las épocas en general. Fue un director con un perfil creativo muy personal, que participó de varias actividades y que siguió una trayectoria irregular. Iniciado en la actividad teatral y literaria en España e Hispanoamérica, no en vano fue finalista del Premio Nadal con su única novela “Destino negro”, entró en contacto con el cine como guionista en una época avanzada de su vida. Entre 1949 y 1956, fecha del estreno de este film, gozó de un gran éxito, hasta el punto de convertir sus estrenos en acontecimientos extraordinarios y de esperarse con expectación su asistencia a festivales así como sus declaraciones a la prensa, razón por la que llegó a ser conocido con el apelativo del Genio Mur Oti. Tras el espectacular respaldo que el público brindó a “Fedra”, película que se convirtió en la más taquillera del año 1956, comenzó un periodo de decadencia con resultados dispares, que finalmente desembocó durante los años setenta en los terrenos de la colaboración frecuente con Televisión Española.

 

No parece, en principio, el momento más apropiado para abordar una temática como la que se genera en torno al argumento de Fedra el contexto de la España de los años cincuenta del pasado siglo. Más bien al contrario, el discurso moralista impregnado del nacional-catolicismo que campó por sus respetos en la década de los cuarenta estaría aún muy presente, bajo la atenta mirada de una censura poco dispuesta a transigir ante determinados contenidos. Aún así, al director Mur Oti cabe el mérito de haberse atrevido a encarar un proyecto de estas características y la habilidad de haber llegado a realizarlo venciendo los obstáculos ambientales, sin apenas pagar peaje para llevarlo adelante. Es indudable que contó para ello con una baza extraordinaria, cual es el reconocimiento que los autores clásicos antiguos despiertan, y, en concreto, con el del cordobés Séneca, a quien se debe la tragedia empleada por el director gallego como fuente de inspiración.

 

Muy ilustrativa respecto de esta cuestión resulta la afirmación de un crítico de la época en la que, a propósito de la película se dice lo siguiente:

 

El origen clásico elimina algunas dificultades morales sobre el tema. Actitud reprensible que en todo momento se condena. El vestuario de la protagonista resulta inadecuado, inconveniente y excesivamente provocativo...




 

Y, acto seguido, tras esta evaluación moral y escueta e implacable alusión al vestuario de la actriz se propone la edad adecuada para su visión: “Mayores con reparos.


Una entrevista con el censor que cupo en suerte, un joven sacerdote, permitió al director gallego la consecución del imprescindible “Nihil obstat”, pero tras recordarle que confiaba en la corrección de su decisión final. Por ello, se vio obligado a limar ciertas inconveniencias que a la postre afectaron al final de la película, con anterioridad y con posterioridad a la fecha del estreno. El final de la tragedia con el suicidio de la protagonista no encajaba en los cánones de la época, razón por la que se convirtió en una caída circunstancial por el acantilado como consecuencia de la actitud amenazante del grupo de mujeres que la rodeaban con aviesas intenciones.


Pero la censura tenía también el poder para actuar tras el estreno y, por esa razón, no se puede ver en la actualidad la película con la primera versión que pudo contemplar el público. En la original, cuando la protagonista se halla en el mar y alcanza con esfuerzo el cuerpo de su amado, lo alza ante la atónita vista de su marido y, tras besarlo en los labios, se hunde definitivamente en las profundidades marinas. Con posterioridad, el final ya retocado ofrece el momento en el que ella logra alcanzar el distante cuerpo del amado, se acaba hundiendo junto a él, eliminando con ello la escena amorosa desafiante y transgresora.

 

La trama argumental se desarrolla en un inventado pueblo del Levante español, al que da el nombre de Aldor, habitado por una comunidad de pescadores que desarrollan sus actividades cotidianas en relación constante con el mar, asistidos por sus mujeres que trabajan afanosamente en la orilla con los aperos accesorios propios de la pesca. Destacan entre todos ellos dos: Vicente el dueño de la tienda-bar y de casi todo el pueblo, quien se quiere servir de su posición para obtener los favores de la protagonista, y su hermana Rosa, personaje que encarna la representación de la fuerza negativa del recelo a la feminidad que saliera de la norma.

 

Todos ellos sirven de telón de fondo al drama, a la manera del coro en la tragedia antigua, si bien los dos hermanos se erigen en los líderes del grupo en momentos determinados, actuando a título individual en diferentes y trascendentales circunstancias.

 

Tres son los personajes centrales sobre los que se erige la tensión amorosa, a quienes se da un nombre diferente del que tienen en la tragedia de Séneca, Juan, Estrella y Fernando, destacando fundamentalmente la participación directa en los hechos de los dos últimos.

 

Teseo pasa a ser Juan, un patrón procedente del norte, que recala por azar en estas tierras para reparar una avería en sus barcos, quedando absolutamente prendado de la belleza de la protagonista, a quien al poco tiempo propone matrimonio y cuya respuesta espera con paciencia. La franqueza de sus sentimientos y la generosidad de su ofrecimiento le mantienen en una actitud confiada frente a los posibles riesgos de su empresa amorosa. No comparte con el modelo antiguo la naturaleza real, pero sí la frecuencia de sus ausencias, hecho éste que podía favorecer sin duda que la situación se decantase por terrenos complicados para sus intereses.

 


Fedra recibe en el film el nombre de Estrella y representa a una joven sencilla y de belleza exuberante, que destaca con claridad en el panorama aldeano de Aldor. Se dedica a una vida casi despreocupada, porque, a diferencia de las tareas que deben desempeñar el resto de las mujeres, se ocupa de cuidar de su padre y de fabricar collares de conchas marinas que intenta vender en la tienda del pueblo. Ambos viven en un promontorio cercano desde el que supervisan la entrada de los barcos al puerto, de manera que ella está en contacto permanente con el mar, donde con frecuencia se zambulle con libertad en comunión con este elemento. Su forma de vida y su belleza sirven de acicates a los deseos de los hombres del pueblo, como consecuencia de los cuales es objeto de todo tipo de proposiciones y de algún que otro improperio.

 

Y la situación de acoso no se queda ahí, sino que se ve incrementada por el recelo y el temor –y también la envidia– que genera entre las mujeres el constante deseo que ella despierta en los hombres. Su reacción ante tal situación es la de soñar y fantasear con la posibilidad de poder escapar junto a su padre hacia un lugar lejano en  el que le esperase un futuro más halagüeño.

 


El Hipólito antiguo recibe aquí el nombre de Fernando y aparece retratado como un joven apuesto que entra en la acción de forma repentina y casual en compañía de sus caballos al ser reclamado por su padre al pueblecito en el que se había instalado mientras esperaba la aceptación de Estrella. Su visible apariencia es ilustrativa desde el primer momento de su extracción diferente. Por esa razón, no llega nunca a encajar en este ambiente tan distinto a sus inquietudes, incomodidad por la que solicita continuamente a su padre permiso para marcharse de ese lugar, que no es concedido. Comparte este personaje con su modelo original antiguo el escaso interés que experimenta por el género femenino, que se ve contrarrestado por su sistemática atención hacia los caballos. 

 


La belleza del joven, la distinción de sus maneras y, sobre todo, la repetida ausencia de respuesta a sus constantes provocaciones, dan lugar a que el deseo de Estrella no haga sino acrecentarse con el transcurrir de los días y le llevan a poner en práctica todo tipo de argucias para intentar conquistar al distante joven.

 

Cuando la trama argumental del film nos ha presentado a los tres protagonistas, los acontecimientos comienzan a decantarse hacia el presentido final dramático. A la vista de lo infructuoso de sus añagazas Estrella toma la iniciativa de aceptar la proposición de matrimonio del padre, para, de este modo, estar más tiempo cerca del amado, decisión que acabará por complicar la situación. Con gran acierto, el director echa mano de una metáfora visual bastante ilustrativa de lo que a la postre terminaría por ocurrir. Durante la celebración de la boda se produce la circunstancia simbólica de que, tras la salida de la pareja de la iglesia, mientras avanzan bajo una suerte de pérgola en la que empiezan a estallar cohetes, una abundante cantidad de humo y restos de las explosiones caen sobre la cabeza de un infortunado e inocente Fernando que avanza detrás de ellos.

 

A partir de este momento, las fricciones en el interior del domicilio se inician y llegan a su máxima expresión en el momento en el que el padre se ve obligado a retomar su actividad habitual, y por ende a viajar por un tiempo prolongado lejos del pueblo, dejando solos a los dos en la casa. En una calurosa noche de verano la provocación de Estrella llega hasta tal punto que el joven se ve obligado a marcharse de la casa, para evitar así males  mayores.

 


Después de varias casualidades en público en ausencia del patrón que parecían indicar que podían ser ya amantes, la maledicencia sobre ella corre rápidamente entre los vecinos propagada particularmente por Rosa.

 

 

Es el momento en el que una tormenta marina con una fuerte carga simbólica hace desatarse la tragedia. Una Estrella acorralada por las circunstancias hace creer a su marido que su hijo se había extralimitado con ella, si bien corre en busca del amado a proponerle huir juntos del pueblo.

 

Todo conduce a que Fernando deba acompañar a su padre entre la tempestad para rescatar a marineros del lugar y su inexperiencia le hace caer al mar. Ella es mientras tanto acosada por las mujeres del pueblo que le persiguen y termina despeñándose por un acantilado. La luz de la mañana descubre flotando junto a la costa el cuerpo sin vida de Fernando, mientras una maltrecha y herida Estrella se aproxima nadando con dificultad hacia él, hasta que, una vez alcanzado su objetivo, el mar los engulle a ambos.

 


Los escasos retoques de la censura impuso sobre el proyecto original no sirven para alterar apenas la trama argumental del mito, que, en su mayor parte, permanece intacta en el film. Sin embargo, era necesario resolver también un tema espinoso, totalmente inoportuno para ese momento histórico, el sospechoso desinterés hacia el género femenino de Fernando. La dificultad de su tratamiento no era un problema privativo de España, ya que, como es conocido, en ningún otro país se podía abordar de manera explícita la homosexualidad y, por esa razón, los guionistas y directores recurrían a contenidos metafóricos para sugerir su existencia, como ocurre en una célebre escena del Espartaco” de S. Kubrick.

 

De forma discreta, pero valiente al mismo tiempo, es abordado este asunto en este film, de manera que el personaje se presenta para empezar con el pelo tintado con colores claros. Un recurso visible de clara identificación es el de emplear un vestuario apreciablemente diferente al del resto de los hombres, destacando, en este sentido, el momento concreto en el que ciñe al cuello un amplio pañuelo que el viento se encarga de hacer ondear con generosidad y ampulosamente.


En los momentos en los que la provocación de Estrella alcanza sus niveles más altos dentro del domicilio familiar, su falta de respuesta se encuentra disimulada tras el velo de la improcedencia de haber aceptado precisamente en ese lugar las invitaciones eróticas de una mujer que era la esposa de su progenitor. Así, quedaba al mismo tiempo disfrazada y expuesta de manera reconocible la homosexualidad de ese personaje inspirado en el Hipólito antiguo.

 

A la manera de la introducción usada frecuentemente en tantas películas históricas una voz en off recita el texto que va mostrándose en la pantalla:

 

Esta tragedia es tan vieja como el Mar Latino. Hija del mito, rueda por el mundo desde que Eolo movió el primer grano de arena, o azuzó los caballos de una nube sin hermana en el cielo. Todas las caracolas la cantan incansables en su rumor sin pausa. Para aquellos que no entienden la palabra eterna del mar, nos asomaremos a una playa cualquiera del Levante español. Los hombres y las cosas han cambiado, pero el amor, el deseo, el pecado y la muerte siguen teniendo el prestigio dramático y bello de los siglos de Ulises. Como el mar y el viento, como el sol y el cielo, como lo eterno.

 

Este prólogo es una auténtica declaración de intenciones de aquello que pretende Mur Oti conseguir con este film. Y se debe reconocer que alcanza felizmente su objetivo, puesto que, a diferencia de lo que Dassin realiza con su poco posterior película, la actualización de la historia no conduce a un ambiente concreto de rabiosa actualidad en el que puedan diluirse las esencias de aquellos contenidos básicos que configuran el relato mítico. El vehículo es la traslación a un contexto reciente pero que se pretende atemporal, a una situación que podría ser perfectamente extrapolable a épocas distintas.

 

En ello radica el mérito principal de un film, injustamente poco conocido no sólo fuera de España, sino incluso en su interior. Sorprende que sólo en fechas recientes sea tan sólo citado y no comentado en las recopilaciones existentes sobre películas ambientadas o inspiradas en la Antigüedad. Es probable que ello sea debido al periodo de aislamiento internacional que vivía entonces el país y, quizá también, a la insuficiente consideración que se brindaba a la figura de este director gallego, que, afortunadamente, parece estar siendo objeto de revisión en los últimos tiempos. Tal consideración con el tiempo debería tender a corregirse para reparar una insuficiente valoración absolutamente desacorde con los valores que esta excelente película ha sabido conjugar. La fórmula es difícilmente mejorable porque ha alcanzado a conjugar el respeto y la admiración que suscitan las obras clásicas antiguas, con las circunstancias ambientales de un mundo contemporáneo, en una mixtura que convierte a las dos variables en un fenómeno con los mensajes propios de un momento particular y concreto con los de un modelo intemporal. Y por todo ello puede sin ambages ser incluido en la nómina cinematográfica de un clásico de talla internacional.



  

¡Ufff! ¿Verdad? Ya os lo dije. Un poco largo pero mil veces más interesante que cualquiera de las chorradas que suelo contaros. Dicho lo cual sólo me queda desearos que paséis un buen rato.

 

Hasta la próxima (si os quedan ganas…) 

 

Y ahora fijaos en el siguiente cartel (affiche sería más adecuado, puesto que se trata del cartel promocional exhibido en Francia) de la película



Los franceses, oh, là, là!, no sólo cambiaron el título por el de “Deseo y pecado”, mucho más sugerente, sino que fijaos en la indumentaria que le han puesto a Emma Penella. Seguro que el crítico español que se menciona en el artículo no habría dudado en recomendar la película sólo para “Muy mayores y con muchos reparos”.

 

Tampoco está mal este otro, también francés, donde el título es mucho más explícito: “Une vraie garce”: “Una verdadera zorra”. 

 


 

Claro que tampoco los americanos de USA se anduvieron con remilgos cuando la titularon “Fedra, the Devil’s Daughter”: “Fedra, la hija del diablo”, pero de este no he encontrado ningún cartel.

 



 



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