Trilogía de Will Rogers y John Ford

 









Ford había dirigido más de sesenta películas durante el período del cine mudo. Tras iniciarse realizando westerns de bajo presupuesto, género en el que destacó con la colaboración del actor Harry Carey, y ganarse la confianza de los estudios con la superproducción El caballo de hierro, demostró que era capaz de dirigir con solvencia películas de otros géneros. En 1928 obtuvo su mayor éxito con el drama bélico Cuatro hijos.

A diferencia de otros directores, Ford fue capaz de realizar la transición al cine sonoro, habiendo dirigido hasta 1933 una docena de filmes de diversos géneros y estilos que nunca ocasionaron pérdidas a los estudios. Sin embargo, durante el rodaje de su mayor éxito sonoro hasta la fecha, Arrowsmith, una crisis personal y sus conocidos excesos con la bebida ocasionaron que incumpliera el contrato con el productor Samuel Goldwyn, lo que conllevó que Fox Film Corporation diera por finalizado el contrato de exclusividad que había disfrutado durante años. A partir de ese momento, tuvo que modificar su forma de trabajar, aceptando u ofreciendo proyectos a diferentes productoras.

En 1933, Ford aceptó un encargo de su vieja compañía, la Fox, para dirigir un drama casi rural protagonizado por el popular y peculiar actor Will Rogers. Lo que parecía un encargo más, supuso el comienzo de una intensa colaboración entre director y actor que solo se interrumpiría con la prematura muerte del segundo en un trágico accidente aéreo.










El peculiar actor Will Rogers era una de las estrellas más populares en los Estados Unidos, si bien su fama nunca fue tan notoria en otros países, particularmente en Europa, que constituía el principal mercado exterior de la industria cinematográfica de Hollywood. Cuando comenzó a colaborar con Ford había rodado más de cuarenta películas, gozaba de un enorme éxito y era una de las estrellas mejor pagadas de Hollywood.

Nacido en el Territorio Indio (luego Estado de Oklahoma), él mismo presumía de tener ascendencia amerindia. Comenzó trabajando como vaquero, pero su habilidad con el lazo le permitió trabajar en el circo y el vodevil, llegando a colaborar con Ziegfeld. Su creciente popularidad le permitió pasar al cine de la mano de Samuel Goldwyn.

Uno de los motivos de su fama eran los comentarios que realizaba durante sus actuaciones, dotados de un peculiar sentido del humor que no excluía la profundidad y que abarcaban todo tipo de temas, política y moral incluidas. Además de sus actuaciones en directo, su voz llegaba al público a través de sus intervenciones en diversos programas de radio. También escribía habitualmente en numerosos periódicos y revistas, y publicó varios libros humorísticos. La llegada del cine sonoro le permitió conectar mejor en este medio con el público, al llegar al mismo directamente con su propia voz en vez de con los rótulos propios del cine silente (que él mismo redactaba).

Sin embargo, su interpretación y discurso resultaban de alcance local, llegando con dificultad al público de fuera de los Estados Unidos, razón por la que no es tan conocido en otros países.

La colaboración con un reputado director como Ford le permitió conferir más prestigio a su ya popular imagen.














Doctor Bull está basada en una novela de James Gould Cozzens adaptada por Jane Storn, y narra la historia de un médico de una pequeña ciudad de Connecticut en época contemporánea a la de su rodaje. Supone la segunda aproximación de John Ford al mundo de la medicina tras Arrowsmith. Sin embargo, en este caso el protagonista no es un joven y ambicioso investigador sino un médico ya mayor, cargado de experiencia y buen sentido, que lleva décadas intentando curar a sus pacientes o, al menos, ayudarles en el duro tránsito a la otra vida cuando no puede sanarles. A diferencia de Martin Arrowsmith, Bull (encarnado con su inimitable estilo por Will Rogers) sabe que los pacientes no siempre sobreviven, y desarrolla su trabajo teniendo en cuenta este hecho. Pero todo ello no le priva de la sabiduría médica suficiente para devolver la capacidad de caminar a un paralítico desahuciado por todos (salvo por el mismo Bull).

Doctor Bull es la más seria de las películas de la trilogía. El mismo Ford manifestó años después a Peter Bogdanovich que la historia era triste, pero que Will Rogers le insufló grandes dosis de humor hasta el punto de convertirla en una de las preferidas del actor. No obstante, el escaso público que visiona hoy la cinta se muestra dividido: por un lado están quienes la consideran una buena obra menor de Ford, caracterizada formalmente por su estilo invisible de dirección y en cuanto al contenido por la defensa de los valores morales del director; por otro, quienes opinan que su estatismo la hace demasiado lenta incluso para los parámetros de la época en que fue rodada.







El mismo año 1934, Ford y Rogers volvieron a coincidir en otro proyecto: El juez Priest (Judge Priest; 1934). En esta ocasión se trataba de una historia creada por los guionistas Dudley Nichols y Lamar Trotti a partir del universo descrito en varias de las historias breves del escritor sureño Irvin S. Cobb, amigo personal de Ford y por cuya obra este sentía gran admiración.​ El director de Maine desechó los estilos vigentes en el momento y retomó el de uno de sus maestros, D. W. Griffith. Esto se aprecia claramente en la secuencia del flashback mediante el que el reverendo Brand relata durante el juicio el pasado del acusado. No es casual que el reverendo sea interpretado por Henry B. Walthall, el mismo actor que encarnó al «pequeño coronel» en El nacimiento de una nación.

El resultado fue una comedia costumbrista ambientada en un idílico Sur marcado por el recuerdo de la Guerra de Secesión en el que Will Rogers encarna a un veterano juez viudo. La película muestra episodios aparentemente banales en los que vemos la relación del juez con los sumisos habitantes negros, su rivalidad con el fiscal que desea arrebatarle el puesto en las próximas elecciones, su apoyo a una joven pareja y la solución de un pequeño misterio que envuelve a un hombre de oscuro pasado.








Entre El juez Priest y su siguiente colaboración con Rogers, Ford rodó otras dos películas. De ellas destaca El delator, filme ambientado en la Irlanda de sus antepasados y que le valió un amplio reconocimiento de crítica y público. Ganó el Premio de la Crítica de Nueva York y el Óscar al mejor director en la edición de 1935. Con ello, su prestigio profesional alcanzaba el nivel más alto hasta la fecha.

En la cresta de la ola de El delator, Ford afrontó su tercera colaboración con el popular actor okie: Barco a la deriva (Steamboat' Round the Bend, 1935). En esta ocasión, Rogers encarna a un vendedor de una medicina milagrosa que ha adquirido un viejo barco fluvial de vapor para navegar por el río Misisipi. La película está muy vinculada a la tradición humorística de Mark Twain. El sobrino del protagonista mata a un hombre en legítima defensa, pero la ausencia del único testigo hace que sea condenado a muerte. Para salvarle, su tío emprenderá una búsqueda a lo largo del río y deberá literalmente participar en una carrera fluvial compitiendo contra otro capitán encarnado precisamente por el escritor Irvin S. Cobb.

Durante el rodaje, la productora Fox Film Corporation fue adquirida por Twentieth Century Films de Darryl F. Zanuck y fue integrada en la nueva 20th Century Fox. El nuevo jefe de estudio intentó eliminar los pasajes más cómicos, lo que, según Ford, perjudicó al resultado final. El enfrentamiento entre director y productor durante la fase de montaje fue sonado.


La inesperada muerte de Will Rogers en un accidente aéreo en 1935 puso fin a la colaboración entre actor, director y productora, consolidando así esta como una trilogía. Aunque poco conocidas fuera de los Estados Unidos debido a su carácter localista, ninguna de las tres películas llegó a ser estrenada en España en su momento, por ejemplo, son valoradas por los estudiosos de la obra de John Ford. Eduardo Torres-Dulce considera que El juez Priest es «una de las mejores películas de Ford en los años 30 y una de las más grandes de su larga carrera», y califica a la trilogía como «espléndida».​







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